lunes, 11 de mayo de 2009

Salir de la comodidad

La imagen se me aparece como una pesadilla recurrente: un país expectante, millones de personas esperando un cambio. Los ricos se quejan de que el Estado se mete en sus negocios, los pobres reclaman por tener una vida digna, la clase media (cada vez menos numerosa) se atemoriza de que le saquen lo poco que le queda y se preocupa por su inseguridad. Enojados, con hambre, con miedo, todos parecen resignados y se unen masivamente sólo para ver a Tinelli o a la selección.

La TV no es ajena al descrédito de los políticos y la política como instrumento de cambio. En manos de 3 o 4 grupos muy poderosos, en televisión se difunde sólo lo que les conviene a ellos y a sus negocios; y resulta que estos últimos (los negocios) les han dejado unas ganancias espectaculares en las últimas dos décadas. ¿Por qué cambiar?

La comodidad del sillón, frente a la pantalla es una trampa que te envuelve y te confunde. El sistema nos considera consumidores mucho más que ciudadanos, servimos en tanto tengamos alguna intención de gastar dinero; y el resto no le importa a nadie.

Mirar la tele y criticar parece un deporte nacional. Se trate de fútbol, farándula o política, todos tenemos opiniones divergentes y altisonantes, nos encanta adueñarnos de la verdad, creer que si estuviéramos dentro de esa pantalla haciendo eso que estamos viendo, lo haríamos mucho mejor. Y seguimos ahí sentados, cómodos, estáticos, criticando.

La contradicción que nosotros mismos construímos es tan grande que nos cuesta reconocerla. Si hasta se escucha una típica crítica que es más o menos así: "No, lo que pasa es que acá no hay compromiso, no hay participación, ¿qué querés? Después de la dictadura, nadie quiere meterse en política". Y lo decimos y lo oímos ahí mismo, sentados en el sillón frente a la TV, siempre encendida. "Pero ahora hagamos silencio, que empieza el segundo tiempo".

Hay un momento en que, al menos en mí, semejante contradicción me hizo despertar del profundo sueño y salir a ver qué podía hacer. Hay mucho por hacer, hay mucho por conocer, hay mucho por aprender. Nuestras vidas están regidas por gente a la que no le importamos, por gente a la que no le interesa nuestro futuro. A nadie puede importarle más que a nosotros mismos, por eso, si queremos un futuro, si queremos ser parte de las decisiones que lo cambien en una u otra dirección, debemos levantarnos del sillón y salir a la calle.

Yo lo hice y acá estoy, viendo de qué se trata, mirando a mi alrededor y tratando de orientarme en un mundo desconocido. Lo primero que descubrí es que no estoy solo, hay otros como yo, dando vueltas. Ojalá que pronto seamos muchos más.

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