lunes, 22 de febrero de 2010

Guerra de verdades

En toda guerra se sabe que la primera víctima es la verdad, si es que ésta alguna vez tuvo vida. Hablando en términos de sociedades y medios de comunicación, tengamos en cuenta que la complejidad y diversidad de sus habitantes de por sí ya es un gran obstáculo para alcanzar el objetivo común de acordar qué es verdad y qué es mentira.

Pero, ¿qué es la verdad sino una construcción parcial, un recorte, una interpretación de quien la emite, una recepción entrecortada de quién la recibe, un malentendido de quien trata de interpretarla? Todo esto que se afirma en esta nota, de hecho, podrá ser verdad para muchos y para otros sin duda será mentira o en el mejor de los casos, una verdad a medias.

La sanción de la Ley de Servicios Audiovisuales en 2009 puso de relieve como nunca esta imposibilidad de acordar colectivamente ciertos consensos en la Argentina y llevó a cavar dos trincheras desde las que se ataca permanentemente al bando enemigo: de un lado está el gobierno, los medios estatales y algunos comunicadores que ven con buen ojo la apertura de nuevos espacios; en el otro está la corporación mediática, encabezada por Clarín y su grupo multimediático, con el seguimiento a coro de lo que llaman “la oposición” y es en verdad sólo una parte de ella. En el medio muchos no logran identificarse con ninguna de las dos trincheras y a veces quedan expuestos al intercambio de proyectiles, sin saber dónde encontrar refugio.

Esta guerra de los medios, retratada por ejemplo esta semana por el periodista Luis Bruschtein en Página 12, nos pone a todos ante situaciones que desconocíamos en las que empiezan a caerse las caretas de los grandes medios, que antes disimulaban sus intereses políticos y económicos detrás de cierta prolijidad, una fachada más o menos bien cuidada que le daba credibilidad al paquete completo. Hoy esto cambió, y más que nunca está claro que la corporación mediática tiene primero que nada intereses económicos que no son otros que los de aquellos que se beneficiaron con las políticas económicas que se vienen ejecutando en la Argentina desde la dictadura militar.

Clarín ya era “el gran diario argentino” en 1976, pero fue a partir de ese año, con su apoyo a la dictadura y el acuerdo con el Estado para comprar Papel Prensa, que empezó a ser grande en serio. Para el desprevenido que no lo tenga claro, David Graiver, que era dueño de la parte que luego compran Clarín, La Nación y La Razón había sido asesinado. Sus familiares fueron detenidos por agentes de seguridad y en esas circunstancias firmaron los papeles de venta. Pueden conocer más al respecto en el relato de uno de los familiares.
Dos años más tarde el dictador Jorge Rafael Videla inauguró la planta de Papel Prensa junto a la dueña de Clarín Ernestina Herrera de Noble, en una velada que quedó retratada para la posteridad.

27 de septiembre de 1978. No hay verdad más elocuente que una foto (aunque también existe el retoque digital). En los tiempos de este retrato en la Argentina ya había miles de desaparecidos y en Clarín y La Nación no se había podido leer nada al respecto.

Hace pocas semanas, en ese habitual cruce de disparos entre trincheras, la presidente CFK habló sobre aquella transacción fraudulenta y el directorio de Papel Prensa salió a contestarle. Pueden saber más al respecto en esta crónica. Pero resulta curiosa la siguiente afirmación en el comunicado de Papel Prensa: “Se ha hablado de un supuesto 'precio vil'. Sería importante destacar en este punto que jamás esta empresa ha tenido conocimiento de reclamo alguno de los vendedores”. ¿Cuál es la verdad en este caso? Probablemente sea cierto que nunca haya habido reclamos, pero, dadas las circunstancias, ¿alcanza eso para ser “la verdad”? ¿Era "la verdad" lo que se publicaba en aquellos años en las páginas de Clarín y el resto de los diarios o sólo una parte de ella? Por supuesto no hay explicaciones al respecto de parte de los responsables de estos medios, debe ser complicado justificar cuando la omisión se parece tanto a la mentira.

Clarín se ha especializado en las últimas décadas en hablar en nombre de “la gente”, su supuesto talento es ser el vocero de los ciudadanos cuando en verdad no es un medio que esté escuchando a sus consumidores sino que es una empresa muy poderosa que nos está sugiriendo permanentemente qué tenemos que hacer, decir y pensar. Detrás de un fabuloso circo montado a base de fútbol, telenovelas, shows con escándalos y mujeres semidesnudas, se ofrece una batería informativa siempre alarmante; y más atrás aún, lejos del registro de "la gente" se esconde un pequeño grupo de personas que no piensan en hacer “periodismo independiente”, sino en hacer grandes negocios.
Al respecto, es bueno el razonamiento que hacía Jorge Lanata en este fragmento de su programa del año pasado cuando hablaba de esta manera sobre TN y su campaña contra la Ley de Medios.


En la otra trinchera hay un gobierno que ha hecho algunas cosas bien, como sancionar precisamente la Ley de Medios, pero que lo hace todo desde la perspectiva de su propia conveniencia y en función de sobrevivir aferrados a sus puestos de poder. ¿Está bien que Clarín pierda los derechos que inescrupulosamente acaparó durante más de dos décadas para transmitir el fútbol en exclusividad? Claro que está bien, pero la imagen se borronea cuando el Gobierno se otorga a sí mismo esa misma exclusividad y paga por los servicios de producción el triple de su valor. ¿Esta bien que el gobierno use los medios estatales para defenderse en esta guerra mediática y planee multiplicarlos y crear nuevos canales y radios? Por supuesto que sí, pero la idea pierde nitidez cuando se advierte que en los medios estatales sólo hay oficialismo y autobombo y queda poco espacio para el disenso.

Al respecto encontré una polémica entre el programa “6, 7, 8” de Canal 7 y el periodista Pablo Sirvén, del diario La Nación. “6, 7, 8” es el programa insignia de la defensa oficialista y lo hace con un panel de periodistas e invitados que inevitablemente están de acuerdo en algo: no tanto en defender al gobierno como en denunciar a sus enemigos.


Por informes como éste han demostrado que es un programa en el que, desde una óptica inocultablemente oficialista, buscan aportar reflexión y argumentos a este momento histórico y político que vivimos. Es interesante lo que señala Luciano Galende en el video posteado, cuando habla de la “pérdida del pudor”, cuando desde las grandes corporaciones mediáticas se miente inescrupulosamente con tal de debilitar al gobierno al que ahora se oponen. Porque hay que recordar que este divorcio entre el establishment mediático y los Kirchner es posterior a la presidencia de Néstor, que gobernó cuatro años con el coro de aplausos y tapas favorables en la mayoría de los diarios. Chequeen por ejemplo estas dos tapas de Clarín, la primera el domingo (día de mayor circulación) 7 de octubre de 2007, dos semanas antes de las elecciones nacionales. La otra de este verano 2010.
7 de octubre de 2007

7 de febrero de 2010

En las dos el gobierno quiere hacer algo con fondos del Estado. Según Clarín en la primera el Gobierno “libera” los fondos; en la segunda quiere “usar” las reservas y hasta en el copete sugiere entrelíneas que hace “ofrecimientos” aparentemente non sanctos. Y no se pierdan arriba a la derecha el recuadro para la hotelería en el sur como una pasión K. ¿Quién sino Clarín impuso la K como un adjetivo calificativo y negativo?

Hablaba de una polémica entre “6, 7, 8” y Pablo Sirvén, periodista de espectáculos que publicó en el diario La Nación la siguiente crítica al programa, como si sólo estuvieran hablando de eso, de espectáculos.

“6, 7, 8” podrá ser o no del agrado de Sirvén o de quien sea, pero resulta vergonzosa la comparación que hace con el noticiero de la dictadura “60 Minutos”, famoso por liderar la campaña de desinformación que hubo en la Argentina durante la guerra de Malvinas. Y resulta más curioso que se lo haga desde las páginas de La Nación, diario que acompañó a los jerarcas de la dictadura tanto en la guerra de Malvinas como a lo largo de todo el trágico Proceso y que calló en esos años todos y cada uno de sus crímenes. Realmente son bajezas que muestran hasta qué punto están jugados estos grupos a no ceder más espacios y a recuperar si pueden los ya perdidos.

Y acá entra otro debate que excede a las grandes corporaciones: ¿cuál es el papel de los periodistas, el de las personas que trabajan en esas empresas o para el Estado, el de los profesionales que ponen su nombre, su apellido y su historial como coartada, como paraguas protector para sus propios empleadores? ¿Es que ya no queda lugar para la libertad de opinión en esta guerra mediática? ¿No hay lugar para correrse de esta pelea y opinar diferente o proponer algo nuevo? Tal parece que sólo queda alinearse y disparar hacia la trinchera de enfrente.

Cuesta entender a periodistas que a lo largo de sus carreras han demostrado con hechos que defendían la libertad de expresión, verlos ahora defender los derechos de las grandes empresas que les pagan suculentos contratos en contra de un gobierno al que aborrecen. No estamos hablando de monigotes como Gustavo Sylvestre y Marcelo Bonelli que remedan en TN a lo peor de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, tanto en sus épocas de la dictadura como en las de los 90 cuando Menem convertía el país en un shopping y rifaba todo al mejor postor. No, estamos hablando de Magdalena Ruiz Guiñazú y su oposición al la Ley de Medios, de Ernesto Tenembaum y su violento cruce con el diputado Agustín Rossi, de Alfredo Leuco diciendo los otros días en la radio que “hay olor a 2001”. De Sergio Lapegüe en TN poniendo cara de “buenos amigos” y haciendo papelones como éste.


Como en esta guerra no queda otra que alinearse, yo hago como los de “6, 7, 8” y miro más en contra de quién me siento identificado. Y ahí no tengo dudas que estoy en la vereda de enfrente de la corporación mediática. Pero hay mucha gente que queda confundida en el medio de ese repiqueteo cotidiano y no sabe para qué lado salir disparada. Hablando de repiqueteo, como final les dejo una versión muy buena de un comercial que anda dando vueltas por ahí. Y a ponerse el casco, que esto va para largo.