lunes, 11 de mayo de 2009

Los políticos que conozco

Crecí durante la dictadura y me hice adulto cuando volvió la democracia. Compartí aquel entusiasmo generalizado que se transmitió por todo el país, las libertades que viviríamos y las soluciones que traería la actividad política eran más que una promesa, casi una certeza.

Recuerdo perfectamente aquel primer verano democrático de 1984, el anuncio del juicio a las juntas, cambios en educación, el comienzo del funcionamiento del parlamento. Para mí era todo nuevo y todo bueno, tenía 16 años y el futuro sólo podía ser mejor, ahora que estaba claro quiénes eran los malos (los militares) y quiénes los buenos (los civiles).

A medida que pasaban los meses empecé a advertir que mi mirada era un poco ingenua y que las cosas no serían tan sencillas. En 1985 voté por primera vez, recuerdo que lo hice por el Partido Intransigente; en 1987 impugné mi voto y metí un cuadrito de "Los Alfonsín", la historieta de Rep en la que uno de los sobrinitos del mandatario decía: "Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi perro".

¿Qué había pasado en el medio? Lo recuerdo bien, fue la célebre Semana Santa, en la que miles de personas salimos a las calles a defender la democracia, un Presidente con cara de bueno nos dijo "Felices Pascuas", casi como un cura que nos bendecía, como un padre que nos mandaba a dormir. Y aunque nos decía con esa cara de héroe que la casa estaba en orden, en el fondo de la casa había un despelote fenomenal. Los militares agitaban la idea del golpe y el peronismo se frotaba las manos y se preparaba para gobernar.

A partir de entonces, las noticias que nos llegaron a los argentinos sobre lo que hacían los políticos fueron casi todas malas. Menem nos hizo saber que podía traicionar a sus votantes mirándolos a los ojos, prometiéndoles mentiras; luego nos enseñó que la corrupción era moneda corriente y que era la única manera de lograr que se concretaran obras, hechos, iniciativas.

Luego Alfonsín cerró el Pacto de Olivos, garantizó la posibilidad de reelección para Menem, se puso en salvador del sistema democrático, gestionó un tercer senador para la minoría y dio paso a una reforma constitucional en la que se cambiaron muchas cosas en lo formal. Pero en el mundo real, en las casas de los argentinos cada vez había menos trabajo, mientras otros argentinos disfrutaban del dólar barato y viajaban por el mundo.

En esa época yo votaba a los socialistas, Alfredo Bravo, Héctor Polino y Norberto La Porta, eran diputados por la ciudad; pero a pesar de la reforma constitucional y otras elecciones, la democracia no daba respuestas a los problemas de la gente. Menem era reelecto con el voto de muchos argentinos endeudados que temían que hubiese un cambio. ¿Tan bien estábamos, no había nada que cambiar?

En esos años surgió el Frente Grande que después dio paso al Frepaso. Chacho Álvarez, Aníbal Ibarra, Graciela Fernández Meijide, entre otros, encarnaban políticos honestos y valientes que se animaban a enfrentar al sistema político gobernante. Unidos a los radicales gestaron uno de los fiascos más grandes de la historia política argentina: la Alianza duró dos años en el poder y pasó de enfrentar al modelo neoliberal a llamar a Domingo Cavallo como bombero. Quisieron apagar el incendio con nafta y el país se prendió fuego.

Recuerdo que ese 20 de diciembre de 2001, cuando el helicóptero se llevó la pesadilla de Fernando De la Rúa a algún lugar incierto, la TV ponchó a los gobernadores peronistas que estaban circunstancialmente reunidos en Merlo, San Luis. Inocultablemente se abrazaban, no podían ocultar su felicidad por la renuncia y el inevitable regreso al gobierno. Entre paréntesis, valga decorar la anécdota: los gobernadores peronistas estaban en San Luis inaugurando el Aeropuerto Internacional de Merlo, aeropuerto del que nunca hasta el día de hoy despegó ni aterrizó un sólo vuelo internacional.

"Que se vayan todos", fue la respuesta de todos los que durante casi dos décadas los habíamos votado. El problema es que nadie dijo "Que se vengan otros", o mejor aún: "Que se vayan ellos, vamos todos".

No se fue nadie. El peronismo se hizo cargo del incendio y enfrió las brasas, mientras muchas empresas aprovechaban para acomodar al mismo tiempo sus deudas, pesificarlas y aumentar sus ganancias. Mientras unos pocos seguían enriqueciéndose gracias a las medidas del Estado, la Argentina se llenó de pobres, la Argentina se llenó de gente que necesitaba una ayuda de ese mismo Estado. En esos meses, muchos recibieron subsidios de desempleo pero a nadie se le pidió que trabajara.

Con el dólar triplicado muchos empresarios y terratenientes pudieron triplicar también sus ingresos, lo que de paso hacía descender un poco la desocupación escandalosa. Para los que todavía podíamos trabajar y nos la rebuscábamos para no caer al vacío de la exclusión social, mantener nuestro estilo de vida también pasó a costarnos el triple.

Comprar una casa se convirtió en una quimera imposible; si queríamos educar a nuestros hijos o si queríamos tener una cobertura médica, había que tener una billetera bien cargada. Como lógica consecuencia, los millones que no tenían más recursos que la asistencia del Estado y el clientelismo electoral se resignaban a la nada: indigencia, abandono escolar, aumento de la población en villas miserias y el surgimiento del paco nos hablaban de un país colapsado y trastornado por las decisiones de los políticos.

Ocho años pasaron ya desde aquel 2001 y, más allá de algunos cambios formales, la Argentina es más o menos la misma o peor: los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más. Gobernados por dirigentes a los que sólo les importa la cantidad de poder que son capaces de acumular; con una oposición que denuncia pero no propone y que no puede mostrarse capaz de gobernar; con una incapacidad absoluta de todos por construir consensos; con una ausencia escandalosa del debate abierto de ideas y proyectos; con todos estos condicionamientos, la proyección al futuro de los argentinos se muestra densa y oscura. Es hora de hacer algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario