miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diez Años Después

Diez años atrás caíamos en un precipicio sin fondo. El fin del mundo que los mayas pronosticaron para 2012 parecía haberse adelantado una década. Traicionados por políticos de casi todos los partidos, estafados por banqueros, manipulados por monopolios de información, desempleados, empobrecidos y desprovistos de todo futuro, llegamos al borde del abismo y una mano nos empujó al vacío sin aviso. Pero, como ya aprendimos varias veces los argentinos, la historia no se termina nunca, siempre hay un después. Y después, otro después.

Recuerdo aquellos días de diciembre de 2001, casi desempleado, completamente desmotivado y pesimista, enfrentando todo tipo de crisis personales, sin encontrar respuestas y atrapado por un contexto que percibía injusto y salvaje. En las calles había miles de personas que prendían fuego cada esquina y exigían alimentos para sus familias. Yo apenas podía sacudirme del letargo y el escepticismo que me producían ver los noticieros, las imágenes encadenadas de sufrimiento, desgarro, desesperación, represión, muerte, injusticia, tristeza, engaño, vergüenza, crueldad y tantas otras expresiones negativas que me apabullaban.

Como todo desesperado, uno se acostumbra a estos contextos, Nos adaptamos, aprendimos a sobrevivir, a respirar debajo del agua y nos encontramos unos meses más tarde con la noticia de que aún estábamos vivos. El panorama era apocalíptico, con personas comiendo basura en las calles, empresas y bancos amurallados contra las protestas, y hordas de desempleados que peleaban en las calles por un plan social para subsistir. En ese contexto asesinaron a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda, era algo que indignaba, pero no sorprendía, la represión en las calles era cotidiana. Miles de argentinos emigraban y unos pocos hacían grandes negocios con la pesificación asimétrica de sus deudas, entre ellos el diario Clarín que luego intentó, en una devolución de gentilezas, disimular los crímenes del gobierno de Duhalde. El anuncio de las elecciones adelantadas parecía más una forma de estirar el sufrimiento, para colmo con la posibilidad de que volviera a ser electo nada menos que Menem.

Haber aguantado aquella tempestad es un logro que nadie podrá quitarnos a los argentinos. Es un aprendizaje colectivo del que seguramente todos tenemos conclusiones diferentes pero nadie podrá negar que hoy estamos mejor que entonces. Algo habremos hecho bien. Entre todos. Hay una idea clara de que la política es la única forma de corregir a la política; hay una valorización de nuevas formas de participación y organización colectiva por fuera de los partidos; hay una incipiente influencia de las redes sociales y las nuevas formas de comunicación; hay una conciencia de que la movilización popular puede cambiar algunas cosas.

Diez años después de la hecatombe, hay cuestiones que cambiaron y que difícilmente puedan volver atrás en el corto y mediano plazo. El Estado puede y debe intervenir en la economía y eso no se discute. Los países vecinos de Latinoamérica son nuestros hermanos y nuestros socios. No es posible gobernar la Argentina traicionando a los votantes, prometiendo lo opuesto a lo que se quiere hacer. El gobierno está para gobernar y resolver problemas, no para echar culpas y salir rajando.

Seguramente hay más ítems para esta breve lista de conquistas, son parte de un aprendizaje colectivo por el que esta sociedad puede golpearse el pecho. Una de las críticas que se les hace a los Kirchner, a la viva y al muerto, es que en los 90 eran menemistas. ¿Quién puede decir que es el mismo después del 2001? ¿Quién atravesó esa hoguera sin ninguna mutación evolutiva, sin marcas en la piel? Todos cambiamos, sacamos conclusiones, aprendimos y salimos del otro lado del túnel transformados.

El Kirchner del 2003-2004 supo que lo primero que tenía que hacer era gobernar, acomodar las piezas, atreverse a ir adonde otros no habían podido. La escena de Néstor ordenando que bajaran el cuadro de Videla, o su posterior desafío a Bush cuando se descartó la idea del ALCA, son momentos invalorables, porque mostraron que se podía cuestionar ciertos poderes.

Después vino el intento por imponer las retenciones y el consecuente enfrentamiento con Clarín. Pasando en limpio, en un breve período, desde la política se decidió enfrentar y poner límites nada menos que a los militares, los poderes financieros transnacionales, los terratenientes y los medios concentrados de comunicación. Como cereza del postre, más tarde se accionó en contra de los intereses de la Iglesia Católica, cuando se sancionó la Ley de Matrimonio Igualitario. Nuevo aprendizaje: no hay poder intocable.

Todas estas conquistas son producto del liderazgo político de los Kirchner, pero son también logros colectivos de una sociedad que se transformó después del 2001 y cambió la ecuación de la autodestrucción permanente por una decisión de construir, de sumar. Está claro que los Kirchner nunca planearon este presente, fueron avanzando paso a paso en la medida que las condiciones estratégicas lo permitían; y también en la medida en que el contexto los llevaba a ser tal vez más audaces de lo que ellos mismos se hubiesen atrevido en un principio.

No hay plan perfecto, sino ejecución de una política que se fue acomodando a su contexto. Las retenciones fracasaron en el Congreso y en la clase media. La Ley de Medios tuvo que adaptarse a los requerimientos de los partidos de centroizquierda. La Asignación Universal por Hijo es un viejo proyecto de la CTA. El Matrimonio Igualitario también es un proyecto de la centroizquierda que los Kirchner decidieron hacer propio.

Son todos ejemplos de una construcción colectiva que indudablemente fue recompensada popularmente en las elecciones de octubre de 2011. Y es tal vez el principal déficit de la oposición, el no poder entender cómo este gobierno construye política y poder. La oposición decide quedarse fuera de esa construcción colectiva y no entiende las nuevas reglas de juego. Como no interpreta el momento, se queda sin ideas, sin capacidad de reacción, en un berrinche casi infantil.

Estas conclusiones abren varias preguntas hacia el futuro, respecto de cómo se seguirán moviendo y acomodando las iniciativas políticas a un contexto en el que los alineamientos políticos son cambiantes, con un futuro sin candidatos preestablecidos. La cultura política argentina se basa mucho en nombres, en líderes, y la sucesión a estos 12 años de kirchnerismo es todavía una incógnita que pone a prueba esta capacidad de construir colectivamente respuestas ante las distintas circunstancias.

Abusando un poco de la frase hecha, desde que murió Kirchner no se habla de otra cosa que de “profundizar el rumbo”, dicho esto en boca de dirigentes políticos con antecedentes e ideologías muy diferentes, con lo que resulta una metáfora que a muchos les queda cómoda pero cuyo contenido aún está por verse. El gobierno de Cristina sabe que su rol en la conducción de este proceso sucesorio es fundamental y para eso deberá administrar un sinnúmero de tensiones que buscarán volcar la continuidad de este proyecto nacional en distintas direcciones.

Algo interesante que surge de todo este análisis es que en esta etapa, así como en las anteriores más recientes, ya no podrá desconocerse la importancia de esta construcción colectiva. Pero tampoco puede ignorarse que esa construcción es entre actores sociales y políticos diversos, con intereses a veces contrapuestos, que van a llevar necesariamente a nuevos conflictos y nuevos desafíos. Y que estas diferencias serán exacerbadas por quienes quieren desandar este camino de transformaciones que nos muestran todo lo que hemos cambiado diez años después de aquel final inexorable.