viernes, 21 de septiembre de 2012

Cuatro Años



Cuatro años es para algunas cosas mucho tiempo, para otras es demasiado. Políticamente, en la Argentina es el tiempo que dura un período presidencial y por lo tanto puede parecer que a lo largo de esos 48 meses los cambios, las transformaciones que se puedan dar estarán limitadas al apoyo que un gobierno pueda tener o no de parte de los ciudadanos.

¿Qué tanto puede cambiar un país en cuatro años? Eso no depende solamente de los gobiernos, lo que el resto de la sociedad colabore, apoye y presione para impulsar o frenar esos cambios resulta imprescindible.

Veamos: promediando 2008, hace sólo cuatro años, Cristina Kirchner todavía recorría su primer año de mandato, amenazada por el rechazo del sector agroganadero que, unido a monopolios de información, trataban de marcarle la cancha para que fuera haciéndose a la idea de que era tiempo de un recambio político.

Pero hubo acciones y reacciones, apoyos y resistencias. Hubo cambios, hubo movimiento. Hace cuatro años la Argentina era diferente a la de hoy:
  • Aerolíneas Argentinas era una compañía privada. Se renacionalizó en septiembre de 2008.
  • Todavía había AFJPs. No se habían estatizado los fondos de pensión, lo que se hizo por Ley en noviembre de 2008.
  • No existía la Asignación Universal por Hijo, todavía había un porcentaje de la población cercano al 8% que eran indigentes. La Asignación comenzó a otorgarse en octubre de 2009 y la indigencia se redujo al 3% de la población.
  • No se había empezado a discutir en el Congreso la Ley de Servicios Audiovisuales, sancionada en octubre de 2009.
  • No existía el Matrimonio igualitario, sancionado por ley en julio de 2010.
  • El Papel Prensa no estaba considerado por Ley un Servicio Público en el que el Estado tenía potestad de intervenir, como lo está desde diciembre de 2011.
  • Los subsidios a servicios en hogares beneficiaban tanto zonas ricas como pobres; donde no había red de gas, los pobres pagaban 10 veces más por el gas envasado en garrafa que donde sí lo había. A partir de 2012, las zonas más ricas dejaron de estar subsidiadas.
  • El Banco Central tenía autonomía del poder político y era controlado por el mercado. Una ley reformó su carta orgánica en marzo de 2012.
  • YPF pertenecía a Repsol, que no invertía lo que debía para producir más petróleo. Fue expropiado el 51% de la empresa por una Ley en abril de 2012.
  • No se había considerado la necesidad de una ley de identidad de género ni una de muerte digna, derechos reconocidos por leyes sancionadas en mayo de 2012.
  • El desempleo era del 8%. A pesar de las crisis económicas internacionales que desde 2009 sacuden a los países del Primer Mundo, hoy el desempleo en la Argentina es del 7%.
  • Sólo en el distrito de La Matanza, en 2008 había 400 mil vecinos que todavía no tenían red de agua potable. Hoy la tienen.
  • La promoción del retorno al país de científicos argentinos radicados en el exterior aún no era una política de Estado. Desde entonces regresaron casi 800 científicos e investigadores que se habían ido a vivir al extranjero.
  • En 2008 - PBI: U$S 328.100 millones; deuda externa: U$S 135.800 millones (41,38% del PBI). En 2012 - PBI: U$S 472.800 millones; deuda externa: U$S136.800 (28,93% del PBI).
  • Néstor Kirchner todavía vivía y se acusaba a Cristina de tener un “doble comando” y de ser incapaz de gobernar por sí sola.
 ¿Quién habría dicho cuatro años atrás que todo esto iba a pasar? ¿Y tres años atrás, luego de la ajustada derrota electoral del oficialismo en las elecciones legislativas de 2009? Con el liderazgo de Cristina, ya menos cuestionada por incapaz y ahora acusada de soberbia por la oposición, una porción muy mayoritaria de la población celebró estas transformaciones con el 54% de los votos en octubre pasado.

No se puede ocultar: hoy hay muchas personas que valoran estos logros del kirchnerismo, muchos de los cuales fueron ratificados por ley, incluso con el aval de sectores de la oposición.

Aún así, con una gama de matices y opiniones según quién los postule, hay una gran diversidad de temas pendientes, sobre los que hay discusiones en trámite. Algunos de ellos son:
  • La corrupción en ciertos estamentos de estado (nacional, provinciales, municipales), en los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales. Esto a su vez con un correlato inocultable en la misma corrupción pero en estamentos privados y corporativos, empresas, sindicatos, asociaciones, ONGs, etc.
  • La delincuencia, focalizada en particular en algunas áreas: el narcotráfico, el robo de autos y la prostitución, tres aspectos en los que claramente la sociedad en su conjunto es la principal clienta y consumidora de sus productos.
  • El descontrol de las fuerzas policiales, el autogobierno de fuerzas como la bonaerense y muchas otras del interior del país que garantizan la gobernabilidad a cambio de administrar el delito.
  • El avance del monocultivo sojero, con desmonte de bosques nativos y la fumigación con agroquímicos de las poblaciones linderas.
  • El desarrollo de la minería a cielo abierto, con el uso indiscriminado de agua potable y químicos que contaminan las napas.
  • La existencia de monopolios comunicacionales y medios en general que, por ser afines al gobierno, reciben más fondos de la pauta oficial que los opositores.
  • El colapso del sistema de transporte público en general y el de los ferrocarriles en particular.
  • La persistencia de una desigualdad social que hace que haya grandes porciones de la población pobre y una pequeña y privilegiada que gana fortunas.
  • La inflación sostenida desde hace algunos años alrededor de un 25% anual y la insistencia del INDEC en emitir un índice de inflación inferior al real.
  • El estancamiento del mínimo no imponible que, debido al aumento de salarios por paritarias, hace que muchos asalariados paguen impuesto a las ganancias.
  • El problema de la vivienda, en especial en grandes centros urbanos, con amplios sectores precarizados en barrios populares, y grandes sectores de clase media que se ven obligados a alquilar, con insuficiente acceso a créditos hipotecarios con una baja tasa de interés.
  • La concentración de poder y la falta de consolidación de dirigentes de recambio dentro del oficialismo que garanticen una renovación y hagan innecesaria una reforma constitucional para que Cristina sea re-reelecta en 2015.
 Tan pesada como la lista de lo hecho en los últimos cuatro años, la de los temas en discusión tiene, por cierto, un punto de vista ideológico determinado. Otros tal vez anotarían temas como “terminar con esta diktadura”, “aflojar con la confrontación”, “dar más libertad de prensa”, “liberalizar la economía”, “ajustar el gasto público” y otros postulados de sectores que seguramente extrañan las épocas de Menem y se lamentan por cómo cambió el panorama. Pero esta perspectiva me parece minoritaria, trasnochada y sin peso político, más allá de la exposición mediática que a veces le dan los monopolios comunicacionales opositores, que buscan limar de cualquier manera el apoyo que concita el gobierno.

De acuerdo a una mirada más progresista, más allá de si se acuerda o no con todos los puntos anotados en la segunda lista, indudablemente son muchos los frentes, todos con poderosos sectores corporativos involucrados, resistentes a perder privilegios, reducir sus ganancias económicas y su poder de decisión.

Cuatro años fueron suficientes para llenar la primera lista. Y lo que pueda pasar en los próximos años no depende solamente de Cristina: es una tarea de todos los que queremos que la Argentina siga cambiando.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Los que queremos construir


Hace tiempo que la sociedad argentina vive atravesada por sensaciones, que para nada resultan inéditas en nuestra historia, de divisiones que parecen irreconciliables, formas de pensar, de analizar la realidad, de interpretar procesos políticos. Muchos de estos quiebres se dan incluso entre amigos, entre familiares, personas que comparten un universo, un origen, una misma formación, y que sin embargo no parecen poder compartir un análisis del presente y un proyecto de futuro.

Una de las maneras en que se suele encasillar estas discusiones es pretender que unos y otros estamos a favor o en contra del gobierno. Y una serie de presunciones respecto de esta división establece que no hay otra que alinearse cual soldados detrás de visiones supuestamente extremas de la realidad, que no hay crítica posible tanto a una como a otra posición. Y todo esto en medio de una batalla cultural muy fuerte, en el medio de monopolios comunicacionales puestos en jaque por las leyes de la democracia, y un Estado que, por dar la pelea, apela a veces a los mismos vicios que combate en los monopolios que repudia.

Si tomamos la economía como punto de discusión, desde derecha se acusa al gobierno de limitar las libertades públicas y aislar el país; pero desde la izquierda se lo ataca por continuar el proyecto neoliberal y ser su garante. Claramente hay dos visiones que se contradicen entre sí. Y ambas a su vez chocan con un gobierno que afirma luchar en contra de las grandes corporaciones, en defensa de la generación de empleo y de la redistribución del ingreso.

No existe una forma “correcta” de definir esto, no hay manera de hacer una observación política sino es desde un punto de vista determinado. Y en la mayoría de los casos la interpretación que se haga (o la acción de gobierno que se tome) tendrá, como consecuencia, beneficiarios y perjudicados, tendrá felices y enojados. No existe la neutralidad absoluta, el famoso consenso que se le reclama al gobierno desde la oposición es una falsedad inalcanzable, esa idea según la cual existe un país posible en el que todos y todas seamos eternamente felices.

Lo que se vive en estos días es una muestra de este fenómeno, con sectores de la clase media acomodada que se quejan por cuestiones en las que se ven perjudicados, en las que inobjetablemente están en contra del gobierno. Queda para otro análisis el sentido de críticas como la de que “no hay libertad de expresión”, con una manifestación como la del jueves 13 de septiembre (no me atrevo a llamarla “cacerolazo”, no confundamos las cosas, cacerolazo es otra cosa). La demostración de quienes salieron a las calles a batir su vajilla fue transmitida en vivo por varios canales de TV y cubierta por todos los medios de comunicación del país. En la misma semana en la que una revista se atrevió a poner en tapa el ofensivo y repudiable dibujo de la presidenta teniendo un orgasmo, ¿cuál sería la limitación a la libertad de expresión?

Volviendo al comienzo del análisis, muchas veces nos encontramos en la encrucijada de estar a favor o en contra de algo, responder por sí o por no. Muchas personas admiten que están de acuerdo con algunas de las iniciativas de gobierno de los Kirchner, pero señalan su desacuerdo con otras. Esto los dejaría fuera de cualquier análisis, sin bando al que defender o con dos bandos a los que atacar, sin líderes, sin representación política. Un camino sin salida.

Para continuar este análisis, necesariamente debo admitir mi aprobación entusiasta de lo que está haciendo este gobierno, desde 2003 a la fecha. Y por lo tanto me siento parte de un colectivo, que cree en un proyecto y siente que lo que se hace tiene un sentido y un destino. Pero, de verdad, no siento que ese colectivo sea el de “los que están a favor del gobierno”, creo que esa forma de verlo es limitante y confusa para muchos que, como señalaba más arriba, reconocen virtudes de este proceso y mantienen sus críticas.

Hay un momento en el que no cabe otra cosa que demostrar el apoyo o el reproche, y eso es en las urnas. Pero para llegar a ese momento el gobierno, la ciudadanía, las corporaciones, los partidos políticos, las legislaturas, los medios de comunicación, los que militan, los que se movilizan, los que cortan una calle, los que pagan impuestos, los que prefieren evadirlos, los que se quejan, los que proponen, los que miran para otro lado, absolutamente todos hacemos cosas todos los días que construyen un sentido público que es dinámico, que fluye. Y de todo eso algo queda en la cabeza de cada uno los que, llegado el día, van a votar y deciden quién nos gobierna y con qué proyecto. Al fin y al cabo de eso se trata, así funcionan las cosas por acá, ahora que por fin nos pusimos de acuerdo en que funcione el sistema democrático.

Esta suma de acciones, que no pertenecen exclusivamente al gobierno, sino a toda la sociedad, son las que en definitiva construyen una fuerza política que pretenda influir, transformar, cambiar algo de lo que le parece que está mal. Y si no construyen nada, a veces intentan destruirla. Esa suma de acciones llevó, por ejemplo, a que en 1995 se pudiera reelegir a Menem en medio de un país empobrecido, lleno de desocupados, desindustrializado, endeudado, mayoritariamente olvidadizo del pasado. Opinión personal: entre otras cosas esto pasó porque el radicalismo aceptó reformar la Constitución a cambio de algunos senadores para la minoría; y porque muchos de los sectores que hoy se manifiestan en contra de las restricciones para importar o comprar dólares, estaban fascinados con la convertibilidad que permitía viajar barato al exterior, sin importar lo que por debajo se estaba destruyendo. A mi entender, ambas acciones (la de la UCR y la de esa clase media) fueron autodestructivas y clásicas de todo un siglo XX en el que la historia argentina repitió hasta el hartazgo un ciclo de construcciones y autodestrucciones de procesos políticos que terminaron en la crisis de 2001.

Estoy a favor porque estoy construyendo. No soy un soldado mesiánico de una causa: soy parte de una discusión. No me quejo desde afuera: pongo mi granito de arena para algo que, estoy convencido, sólo se construye si es colectivamente.

Las expresiones que surgen de la manifestación del 13 de septiembre evidencian un gran enojo con el gobierno pero también una gigantesca impotencia, que agiganta más su bronca y su resignación. “Devuelvan el país” es una de las consignas que más se oyeron y que más sorprenden, como si el país fuese efectivamente de alguien y este gobierno se lo hubiese usurpado. Peor aún, si estos que reclaman evidencian tener medios económicos, estudios, ingresos y posibilidades superiores a los del promedio de la población, con el detalle de que no se vio un solo pobre en las manifestaciones del jueves a la noche. A muchos les molesta la Asignación Universal por Hijo, a muchos los inquieta que los pobres tengan acceso a fondos para no ser indigentes, el jueves a la noche una mujer se expresaba en contra de “la procreación irresponsable”, si son pobres, que ni hijos tengan. Mucho egoísmo y mucha incomprensión de lo que se sufre cuando uno no tiene nada.

¿Se trata de pobres contra ricos, entonces? De ninguna manera, creo que se trata de quienes queremos construir contra los que quieren destruir. Sería muy bueno que quienes se expresan en contra del gobierno de Cristina pudieran construir una fuerza política que los represente, que tengan líderes, propuestas que expresen lo que piensan, lo que desean. En un marco democrático del que nadie quiere salir, esa tarea de construcción política es la única que efectivamente parece viable para generar cambios, transformar algo de lo que está.

Muchos de quienes se expresan en contra del gobierno lo hacen precisamente por lo que, para mí, son sus virtudes: la revalorización de la política y del rol del Estado en la economía, el rescate social de millones de indigentes, la perspectiva regional del bloque sudamericano, el estímulo de una economía nacional, la recuperación de los valores memoria-verdad-justicia, la defensa de los derechos humanos, la lucha por una pluralidad de voces, la integración de minorías, la apuesta a planes de largo plazo con un estímulo inédito a la educación y la investigación científica. Quienes estén en contra de estas medidas, a mí personalmente no me importan, creo que cada día tienen menos lugar en una sociedad que luego de tantas tragedias da algunas muestras de madurez.

Otras críticas señalan temas como la corrupción, la delincuencia, la desprotección de los recursos naturales, la falta de limitación a los negocios financieros, la unión estratégica con dirigentes territoriales y sindicales de dudosa reputación, la falta de regulación a grandes laboratorios, la ausencia de apoyo a comunidades aborígenes, la necesidad de redistribuir la tierra… en fin, las críticas que se hagan pueden ser variadas y cada una implicará una mirada política e ideológica. Nadie podrá desmentir que en todos y cada uno de los puntos hay grandes negocios y grandes poderes reales implicados; y que por lo tanto, si se avanza habrá nuevamente beneficiados y perjudicados, ganadores y perdedores.

La gran pregunta que pocos se atreven a responder es: ¿cómo, cuándo y con qué fuerzas políticas piensan que podrían atenderse estas cuestiones y atacar a los intereses involucrados? ¿Con qué proyectos, con qué dirigentes? Porque al cabo es a ellos a quienes hay que votar el día de las elecciones.

No tengo dudas que el lugar de apoyo a este gobierno es el de la construcción de un futuro mejor. O al revés: si quiero luchar por un país mejor no hay otro lugar más indicado que el de apoyar a este gobierno, es por este camino que se puede seguir construyendo la fuerza necesaria para afrontar esos y otros cambios. Entiendo a quienes no comparten esta mirada, pero los invito amablemente a construir seriamente una alternativa. Porque, de lo contrario seguirán gritando su descontento al viento, mientras la vida y la política pasan por otro lado.

Últimas imágenes de otro país


La tapa de Clarín con la versión oficial de la policía.

Hoy hace diez años de aquel día en que oficiales de la policía bonaerense asesinaron a dos pibes de 21 años, llamados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, que se manifestaban en las inmediaciones del Puente Pueyrredón en Avellaneda, en defensa de millones de desocupados que no tenían de qué vivir.

Tapa de Página 12, Carlos Ruckauf pronosticaba días difíciles y apoyaba la idea de reprimir las protestas sociales.

El presidente Duhalde se hamacaba en el vendaval post convertibilidad, el dólar había casi cuadruplicado su valor pero gracias a la acción rápida de su gobierno las grandes corporaciones habían podido pesificar sus deudas (o sea reducirlas a una cuarta parte de su valor). El FMI mandaba algunos guiños, con postergaciones en los cobros de la deuda: si el ajuste continuaba y se ordenaba la situación social, la Argentina podría retomar la senda de la ayuda internacional.

Diez años pasaron, parece mentira. Era otro país, era otro paisaje, eran otras sensaciones. La primera era la incertidumbre permanente, la ausencia de una idea de futuro más allá de las próximas horas, la convicción de que cada uno de los habitantes de la Argentina estaba por las suyas, sin más apoyo que el de su familia o su entorno. No había más Estado. No había moneda. No había ley.

Las fotos de Pepe Mateos que descubrieron la masacre.

La escandalosa verdad que revelaron las fotos de Pepe Mateos en Clarín y Sergio Kowalewski en Página 12 hizo que la situación política se volviera insostenible: era el propio Estado el que, además de endeudarnos y empobrecernos, organizaba una "atroz cacería" (sic de Duhalde, días después, cuando ya todo estaba descubierto) para generar la idea de que los manifestantes eran violentos.

Hoy hay muchos argentinos y argentinas que valoran las transformaciones inocultables (como aquellas fotos de 2002) que nos devolvieron la confianza y la certidumbre. Más allá de las dificultades que en todas partes todavía se atraviesan, el escenario es tan distinto que parece que se tratara de países distintos, lugares distintos, personas distintas.

Y en parte es así. Muchos cambiamos luego de aquellos años. Y con una enorme cantidad de acciones e iniciativas, Néstor Kirchner y Cristina Fernández demostraron que se podía gobernar en contra de las formas que el neoliberalismo y los "mercados" habían impuesto a partir de 1976.
  • Instaurando el rol del Estado como regulador necesario de toda actividad.
  • Estimulando el crecimiento del mercado interno para generar empleo.
  • Rescatando a millones de indigentes con jubilaciones masivas y la Asignación Universal por Hijo.
  • Recuperando el valor de la Memoria, la Verdad y la Justicia, con los juicios a represores.
  • Promoviendo una integración regional inédita con el resto de Latinoamérica y abriendo canales políticos y comerciales con otros países ajenos a la hegemonía del Primer Mundo.
  • Apoyando la educación, la investigación científica y la innovación como condición imprescindible para el crecimiento.
  • Consagrando derechos, integrando.
  • Impidiendo la represión de las protestas sociales y permitiendo siempre todo tipo de expresión.
  • Poniendo límites a grandes corporaciones mediáticas, abriendo nuevos canales de comunicación.
  • Revalorizando la política como instrumento de participación y cambio.
Necesariamente hay sectores afectados por estas políticas, personas y grandes corporaciones que no se sienten identificados con estas ideas, o recuerdan con nostalgia los privilegios de que disponían hasta hace unos años. Pero luego de cuatro elecciones nacionales, las mayorías siguen sosteniendo el rumbo encabezado por los Kirchner.

En 2002 eran muy pocos los jóvenes como Santillán y Kosteki. Ambos de 21 años, Darío militaba desde los 14, Maximiliano sólo llevaba 2 meses haciéndolo y la del 26 de junio de 2002 era su primera manifestación. Una década más tarde esta también es una señal de las transformaciones: miles de jóvenes se vuelcan a la política, debaten, participan, se movilizan, se expresan y ponen el cuerpo por defender aquello en lo que creen.

Hoy los crujidos que genera el reagrupamiento de la oposición al kirchnerismo en torno a Hugo Moyano y la indefinición sobre cómo y con qué candidato podrá renovarse este gobierno más allá de 2015 abren un signo de pregunta. En el contexto de la destitución de Lugo en Paraguay y las denuncias de Evo Morales de intentos similares en Bolivia, es inocultable la iniciativa neoliberal por retomar el terreno perdido. En medio del repudio de todos los presidentes de Sudamérica los primeros Estados en reconocer a Federico Franco como Presidente de Paraguay fueron el Vaticano y Alemania.

Mañana habrá una manifestación en Plaza de Mayo, convocada por el Sindicato de Camioneros, que concita el apoyo de políticos como Mauricio Macri, dirigentes como los de la Mesa de Enlace o Cecilia Pando, y corporaciones mediáticas como las de Clarín y La Nación. La posición ambigua y expectante del gobernador de la provincia de Buenos Aires Daniel Scioli más parece una estrategia que una indefinición: es indudablemente el principal referente y candidato político de este nuevo grupo A (como aquél que se armó en el Congreso en 2009).

Habiendo producido un golpe de timón fenomenal de 2003 a la fecha, está claro que resta mucho por hacerse y avanzar. Pero estas asignaturas pendientes no son el motor de esta demostración de Moyano y los suyos. Más allá de que el camionero haya apoyado a este gobierno hasta hace unos meses, el grupo que encabeza está enojado precisamente por todo lo que se ha hecho, no por lo que falta.
  • Les molestó la 125 y el intento de revalúo de la tierra en la provincia de Buenos Aires.
  • Los incomoda el enjuiciamiento de represores y torturadores.
  • Los amenaza la posibilidad de que los juicios alcancen a civiles cómplices de aquellos crímenes de lesa humanidad.
  • Los urge la necesidad de impedir vender los activos de los multimedios que poseen, de acuerdo a la Ley de Servicios Audiovisuales que entra en plena vigencia el próximo 7 de diciembre.
  • Los enoja advertir que ya no manejan los hilos de la economía.
  • Les hace perder privilegios.
  • Los perturba la impotencia de tener que someterse a la voluntad de grandes mayorías.
A no confundirse, Moyano y el gobierno no están discutiendo sobre impuestos a las ganancias, acá está en juego qué modelo de país queremos para los próximos años y con qué dirigentes al frente.

Hoy, un día antes de esa movilización a Plaza de Mayo, el conglomerado de agrupaciones kirchneristas que se reunió en abril en el estadio de Vélez, conmemora en un acto los diez años de aquella masacre de Avellaneda. Unidos y Organizados, vamos por un camino en el que tenemos plena convicción, dejando atrás un país del que todavía podemos ver aquellas, sus últimas imágenes. Un país que la gran mayoría ya no quiere.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diez Años Después

Diez años atrás caíamos en un precipicio sin fondo. El fin del mundo que los mayas pronosticaron para 2012 parecía haberse adelantado una década. Traicionados por políticos de casi todos los partidos, estafados por banqueros, manipulados por monopolios de información, desempleados, empobrecidos y desprovistos de todo futuro, llegamos al borde del abismo y una mano nos empujó al vacío sin aviso. Pero, como ya aprendimos varias veces los argentinos, la historia no se termina nunca, siempre hay un después. Y después, otro después.

Recuerdo aquellos días de diciembre de 2001, casi desempleado, completamente desmotivado y pesimista, enfrentando todo tipo de crisis personales, sin encontrar respuestas y atrapado por un contexto que percibía injusto y salvaje. En las calles había miles de personas que prendían fuego cada esquina y exigían alimentos para sus familias. Yo apenas podía sacudirme del letargo y el escepticismo que me producían ver los noticieros, las imágenes encadenadas de sufrimiento, desgarro, desesperación, represión, muerte, injusticia, tristeza, engaño, vergüenza, crueldad y tantas otras expresiones negativas que me apabullaban.

Como todo desesperado, uno se acostumbra a estos contextos, Nos adaptamos, aprendimos a sobrevivir, a respirar debajo del agua y nos encontramos unos meses más tarde con la noticia de que aún estábamos vivos. El panorama era apocalíptico, con personas comiendo basura en las calles, empresas y bancos amurallados contra las protestas, y hordas de desempleados que peleaban en las calles por un plan social para subsistir. En ese contexto asesinaron a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda, era algo que indignaba, pero no sorprendía, la represión en las calles era cotidiana. Miles de argentinos emigraban y unos pocos hacían grandes negocios con la pesificación asimétrica de sus deudas, entre ellos el diario Clarín que luego intentó, en una devolución de gentilezas, disimular los crímenes del gobierno de Duhalde. El anuncio de las elecciones adelantadas parecía más una forma de estirar el sufrimiento, para colmo con la posibilidad de que volviera a ser electo nada menos que Menem.

Haber aguantado aquella tempestad es un logro que nadie podrá quitarnos a los argentinos. Es un aprendizaje colectivo del que seguramente todos tenemos conclusiones diferentes pero nadie podrá negar que hoy estamos mejor que entonces. Algo habremos hecho bien. Entre todos. Hay una idea clara de que la política es la única forma de corregir a la política; hay una valorización de nuevas formas de participación y organización colectiva por fuera de los partidos; hay una incipiente influencia de las redes sociales y las nuevas formas de comunicación; hay una conciencia de que la movilización popular puede cambiar algunas cosas.

Diez años después de la hecatombe, hay cuestiones que cambiaron y que difícilmente puedan volver atrás en el corto y mediano plazo. El Estado puede y debe intervenir en la economía y eso no se discute. Los países vecinos de Latinoamérica son nuestros hermanos y nuestros socios. No es posible gobernar la Argentina traicionando a los votantes, prometiendo lo opuesto a lo que se quiere hacer. El gobierno está para gobernar y resolver problemas, no para echar culpas y salir rajando.

Seguramente hay más ítems para esta breve lista de conquistas, son parte de un aprendizaje colectivo por el que esta sociedad puede golpearse el pecho. Una de las críticas que se les hace a los Kirchner, a la viva y al muerto, es que en los 90 eran menemistas. ¿Quién puede decir que es el mismo después del 2001? ¿Quién atravesó esa hoguera sin ninguna mutación evolutiva, sin marcas en la piel? Todos cambiamos, sacamos conclusiones, aprendimos y salimos del otro lado del túnel transformados.

El Kirchner del 2003-2004 supo que lo primero que tenía que hacer era gobernar, acomodar las piezas, atreverse a ir adonde otros no habían podido. La escena de Néstor ordenando que bajaran el cuadro de Videla, o su posterior desafío a Bush cuando se descartó la idea del ALCA, son momentos invalorables, porque mostraron que se podía cuestionar ciertos poderes.

Después vino el intento por imponer las retenciones y el consecuente enfrentamiento con Clarín. Pasando en limpio, en un breve período, desde la política se decidió enfrentar y poner límites nada menos que a los militares, los poderes financieros transnacionales, los terratenientes y los medios concentrados de comunicación. Como cereza del postre, más tarde se accionó en contra de los intereses de la Iglesia Católica, cuando se sancionó la Ley de Matrimonio Igualitario. Nuevo aprendizaje: no hay poder intocable.

Todas estas conquistas son producto del liderazgo político de los Kirchner, pero son también logros colectivos de una sociedad que se transformó después del 2001 y cambió la ecuación de la autodestrucción permanente por una decisión de construir, de sumar. Está claro que los Kirchner nunca planearon este presente, fueron avanzando paso a paso en la medida que las condiciones estratégicas lo permitían; y también en la medida en que el contexto los llevaba a ser tal vez más audaces de lo que ellos mismos se hubiesen atrevido en un principio.

No hay plan perfecto, sino ejecución de una política que se fue acomodando a su contexto. Las retenciones fracasaron en el Congreso y en la clase media. La Ley de Medios tuvo que adaptarse a los requerimientos de los partidos de centroizquierda. La Asignación Universal por Hijo es un viejo proyecto de la CTA. El Matrimonio Igualitario también es un proyecto de la centroizquierda que los Kirchner decidieron hacer propio.

Son todos ejemplos de una construcción colectiva que indudablemente fue recompensada popularmente en las elecciones de octubre de 2011. Y es tal vez el principal déficit de la oposición, el no poder entender cómo este gobierno construye política y poder. La oposición decide quedarse fuera de esa construcción colectiva y no entiende las nuevas reglas de juego. Como no interpreta el momento, se queda sin ideas, sin capacidad de reacción, en un berrinche casi infantil.

Estas conclusiones abren varias preguntas hacia el futuro, respecto de cómo se seguirán moviendo y acomodando las iniciativas políticas a un contexto en el que los alineamientos políticos son cambiantes, con un futuro sin candidatos preestablecidos. La cultura política argentina se basa mucho en nombres, en líderes, y la sucesión a estos 12 años de kirchnerismo es todavía una incógnita que pone a prueba esta capacidad de construir colectivamente respuestas ante las distintas circunstancias.

Abusando un poco de la frase hecha, desde que murió Kirchner no se habla de otra cosa que de “profundizar el rumbo”, dicho esto en boca de dirigentes políticos con antecedentes e ideologías muy diferentes, con lo que resulta una metáfora que a muchos les queda cómoda pero cuyo contenido aún está por verse. El gobierno de Cristina sabe que su rol en la conducción de este proceso sucesorio es fundamental y para eso deberá administrar un sinnúmero de tensiones que buscarán volcar la continuidad de este proyecto nacional en distintas direcciones.

Algo interesante que surge de todo este análisis es que en esta etapa, así como en las anteriores más recientes, ya no podrá desconocerse la importancia de esta construcción colectiva. Pero tampoco puede ignorarse que esa construcción es entre actores sociales y políticos diversos, con intereses a veces contrapuestos, que van a llevar necesariamente a nuevos conflictos y nuevos desafíos. Y que estas diferencias serán exacerbadas por quienes quieren desandar este camino de transformaciones que nos muestran todo lo que hemos cambiado diez años después de aquel final inexorable.


domingo, 26 de diciembre de 2010

Sueños del Futuro Presente

Cuando todo está mal, cuando el pesimismo tiñe lo que vemos y no hay ventana por la que se cuele un rayo de sol, es natural derivar en la crítica y en el escepticismo. Por más empeño que pongamos en mejorar nuestra situación, si nada nos sale bien solemos encontrar culpas y responsabilidades afuera, en aquellos que regulan nuestras vidas, aquellos que nos dirigen, aquellos que nos mandan. En ese contexto, el estado de las cosas, el desastre, no es nuestra responsabilidad.


El post 2001 de la Argentina es el mejor reflejo de esta idea: al vaciamiento de las arcas del Estado y la fuga de capitales privados, la respuesta social fue unánime: “Que se vayan todos, no sirven para nada, nosotros los votamos, les delegamos la responsabilidad y ustedes nos traicionaron”.


Cómo cambia el punto de vista cuando las oportunidades se multiplican, cuando una rueda virtuosa se pone en marcha y empieza – lentamente, sin duda – a dar respuestas a algunos problemas. ¿Qué hacemos, celebramos lo hecho o nos quejamos por lo que resta? Nos descolocamos, perdemos la referencia, acostumbrados a señalar por décadas los mismos errores, nos corrieron el blanco de lugar y ahora no sabemos a quién tirarle la piedra que tenemos en la mano. ¿Y si apoyamos la piedra y pensamos un poco?


Vayamos a un ejemplo concreto: más allá de todos los enfoques posibles, es incuestionable que la economía crece sólidamente desde hace 8 años, lo que le permitió al Estado reducir su endeudamiento y afianzar sus políticas de alianzas territoriales autónomas de los centros económicos que rigieron nuestras finanzas desde siempre. Quedan otras deudas, por supuesto. Tenemos una economía todavía inmensamente inequitativa, con un sector capitalista que gana mucho a costa del bolsillo de los trabajadores y también de los recursos naturales. He aquí una de las paradojas: ¿valoramos que hay poco desempleo o criticamos que hay muchos pobres y poco cuidado de la ecología?


Muchos argentinos, expertos en levantar el dedo y señalar lo que le falta al otro, enseguida se preguntarían: “¿Cómo no ponerse del lado de los pobres y de la ecología?”. Y a partir de esta premisa – a mi modo de ver falsa – construyen un discurso que invalida todo lo que se hace.


El secreto pasa por no ver fotografías estáticas que recortan un instante a manera de diagnóstico, sino poder analizar todos los fotogramas que componen una película. El laburante que hoy es pobre hace una década era un desempleado. Tenemos que lograr que en 10 años esa persona siga trabajando y tenga además su casa; y que en 20 sus hijos estén entrando en la vida adulta con absoluta igualdad de oportunidades con sus congéneres. De la misma manera pasa con los recursos naturales: el productor agropecuario que hoy cambia la 4 x 4 todos los años, hace una década sólo tenía deudas; pero es necesario intervenir en la matriz del modelo sojero, que genera ganancias en efectivo y pérdidas en la riqueza del suelo. En 10 años tenemos que estar produciendo una gran diversidad de productos alimenticios, primarios y secundarios, con una mirada estratégica que vea más allá de la próxima cosecha; y en 20 años no debe quedar actividad en la Argentina que ponga en jaque la sustentabilidad de cualquier ecosistema, por lejano que esté de los centros de poder. Y todos debemos ser custodios de ello.


Estos ejemplos sirven para que todos nos podamos hacer preguntas sobre una infinidad de temas que derivan del presente que vivimos al país que soñamos, al lugar que deseamos para nuestro futuro. Hoy podemos decir que es posible proyectar y convertir algún que otro sueño en realidad. Hace 10 años no podíamos dormir.


Yo sueño con un país en el que nadie se muera de hambre ni de enfermedades prevenibles.


Sueño con un país en el que la salud y la educación pública vuelvan a ser una alternativa real, gratuita e igualitaria para todos los ciudadanos, no una condena para los pobres que no tienen otra alternativa.


Sueño con un país de puertas abiertas, con menos paranoias y más confianza. Sueño con una fuerza policial de la que algún día se pueda no sospechar.


Sueño con un país más federal, con múltiples oportunidades reales para que muchas familias deseen migrar internamente. Sueño con un país más comunicado, en el que haya mejores rutas, más ferrocarriles y no todo pase a través de Buenos Aires.


Sueño con un país en el que la igualdad de género sea una realidad, en el que cada quien pueda unirse con quien lo desee, en el que la mujer tenga igualdad de oportunidades en el seno de las familias, en los lugares de trabajo, en los puestos de poder.


Sueño con un país en el que no haya trata de personas y en el que vaya preso el que contrate a una prostituta. Sueño con que cada día haya menos violencia de género y menos mujeres sean golpeadas y asesinadas por sus parejas.


Sueño con un país en el que cualquier mujer, si lo desea, pueda interrumpir libremente su embarazo en un hospital público, aunque esto siga siendo un pecado para algunas religiones.


Sueño con un país más laico, en el que la Iglesia Católica reciba menos subsidios del Estado, intervenga menos en la educación y en la política. Sueño con que los sacerdotes puedan tener libremente pareja y que un día ya no haya más noticias acerca de curas pedófilos.


Sueño con un país que aproveche al máximo la diversidad de recursos naturales que el destino nos dio y lo haga de manera sustentable, sin avaricia y con inteligencia. Sueño con un país con menos minas a cielo abierto y más energía eólica.


Sueño con un país en el que los gobiernos nacionales, provinciales y municipales sean transparentes por definición y en los que robar sea una tarea tan complicada que no valga la pena intentarlo.


Sueño con un país que revalorice su historia, redescubra próceres como Rodolfo Walsh o Agustín Tosco y deje de lado a genocidas como Julio Roca y Pedro Aramburu hoy presentes en billetes, plazas, monumentos, calles y todo tipo de homenajes oficiales.

Sueño con un país que recupere tradiciones de nuestros pueblos originarios, les entregue las tierras que reclaman, los estimule a participar más activamente en la política. Sueño con una provincia indígena, por ejemplo, gobernada por comuneros, con representantes en el parlamento nacional.


Sueño con un país en el que el respeto por los derechos humanos sea una bandera del pasado, por todas y todos los que murieron en esa lucha; y también una bandera del presente, en el que haya respeto absoluto por todos los derechos de los habitantes del país.


Sueño con un país constructivo y no autodestructivo. Nuestra historia es la de permanentes autodestrucciones y aún hoy es una conducta que permanece y debemos aprender a domar.


Son todos sueños de un futuro que está presente, no son delirios alejados de la realidad, imaginados con ayuda de unas copas demás.


Hacer que un sueño sea realidad no tiene por qué depender de otro, de alguien alejado a quien sólo podemos reprochar o felicitar a la distancia.


La realidad es otra cosa, es cada día de nuestras vidas, cada persona que pasa a nuestro lado y nosotros estamos ahí para poder modificarla. Es cada chico que se muere de hambre, cada toba reprimido por reclamar que no lo echen de su tierra, cada mujer que muere en la paliza que le da su marido, cada adolescente que no puede rechazar la invitación de un policía a que robe para él, cada familia que deambula con sus pertenencias sin tener dónde dormir, cada barrio lleno de chicos enfermos porque no tienen agua ni cloacas, cada localidad vecina al campo en la que aumentan los casos de cáncer porque son rociadas con glifosato, cada persona que entrega retornos a un sindicalista para prestar un servicio en su obra social, cada automovilista que coimea a un policía para que no lo multe, cada legislador o cada funcionario que pone sus decisiones en venta al mejor postor.


¿Qué somos capaces de hacer cuando la realidad llama a nuestra puerta? ¿Qué sueños somos capaces de compartir?


El futuro está ahí para que lo hagamos presente. No olvidemos el pasado que también está y se resiste a quedar atrás.


Por un 2011 lleno de sueños que se hagan realidad.