lunes, 28 de diciembre de 2009

¿Quién se atreve a comprometerse?

Muchos de ustedes sabrán de mi participación política en el Nuevo Encuentro, el espacio que lidera Martín Sabbatella; otros tal vez se estén enterando en este acto. Algunos recordarán que esto es algo relativamente nuevo para mí y que comenzó un buen día hace casi un año en que me cansé de escucharme a mí mismo quejarme de todo.

Me quejaba de los que nos gobernaban y de los que se oponían; me quejaba de la injusticia, de la falta de igualdad de oportunidades; me quejaba de los gobernantes que robaban, de los jueces que no investigaban y de la policía que organizaba el crimen. Me quejaba, opinaba, hablaba, en fin: me expresaba… pero no hacía nada al respecto.

Todo cambió el día que (luego de un análisis pormenorizado de las opciones de que disponía) me afilié al Encuentro por la Democracia y la Equidad y me puse a hacer, además de hablar. O por lo menos a tratar de hacer. El cambio de foco fue fundamental, porque por un lado me alivió esa angustia de la que uno se envuelve cuando tiende a ver todo negativo; y por el otro lado me di cuenta que de afuera es muy fácil criticar y encontrarle el pelo al huevo, pero de adentro uno advierte un montón de grises que hablan de una situación compleja que no se arregla con puro voluntarismo.

Nuestra sociedad hoy está más politizada que hace una década, el efecto 2001 dejó algunas huellas y hoy creo que, respecto de la época menemista, es más la gente que se interesa por nuestros problemas, que se informa, que opina, que se involucra. Pero todavía nos falta comprometernos.

¿Saben cuál es la diferencia entre involucrarse y comprometerse? En un omelette de jamón hay dos animales: la gallina, que se involucró con uno o dos huevos, y el chancho, que se comprometió un poco más y puso una pierna. En algunas cuestiones pienso que, como sociedad, estamos dispuestos, a lo sumo, a involucrarnos, a hacer una catarsis en una charla de café o protestando a los gritos cuando nos atienden mal en una oficina de algún servicio público privatizado de esos que tan mal nos atienden a todos.

Somos parte de una sociedad cobarde, que toca bocina en los peajes de la autopista pero paga al llegar a la cabina. Nos rasgamos las vestiduras si nos roban cien pesos o si matan a un vecino (en especial cuando llega el móvil de TN); pero callamos si a diez cuadras de casa una chica de 13 años tiene dos hijos desnutridos o si el mismo vecino, en vez de morir, mata a un chorro.

Hablemos del compromiso, que es lo que hace falta. Pero ¿quién se atreve a comprometerse? Siempre hay un buen motivo para NO hacer las cosas. Cuando uno quiere encontrar una vía de escape nuestra creatividad arrecia con ejemplos y opciones inmejorables que nos disculpan ante el resto. Pero ¿quién nos disculpa ante nuestra propia conciencia?

Está claro que la vida del siglo XXI tiene un ritmo que hace casi imposible sumar cualquier actividad a nuestro desborde cotidiano y todos tenemos “compromisos” con cuestiones que a veces no deseamos, como por ejemplo trabajar horas extras (incluso de esas que no se pagan doble) sólo porque a un jefe déspota se le ocurre. El tiempo nos falta a todos, como el dinero, es sólo para los privilegiados.

Pero cuidado que la falta de tiempo es la principal trampa que nos pone este sistema del que nos quejamos. ¿Estamos tan atrapados que ya no nos queda más remedio que rendirnos? ¿Qué excusa nos pondremos a nosotros mismos cuando debamos aceptar que no pudimos o no supimos encontrar la forma de hacer algo que de verdad nos importe?

Como este que propongo es un diálogo de cada uno con su propia conciencia, pienso que no hay una sino una multiplicidad de respuestas. Pero de algo estoy seguro: así como tenemos derechos como ciudadanos (como por ejemplo el derecho a trabajar horas extras para un jefe déspota que no nos lo reconoce), pienso que no podemos olvidar nuestras responsabilidades.

Y no hablo de armarse en defensa de la patria, que es un deber constitucional del que yo probablemente saldría rajando. Hablo de tomar partido, hablo de acercarse a nuestros problemas, hablo de mirar a la gente a los ojos, hablo de comprometernos de verdad y HACER algo, más allá de quejarnos.

En lo personal, afiliarme a un partido con el que me sentí identificado, tanto en sus principios como en cuanto a la gente con la que me encontré, me ayudó a encontrar algunas respuestas. Pero por supuesto eso fue sólo el comienzo de mi nuevo camino.

Para este 2010, que es un año, pero también una década y un centenario que se renuevan, les deseo a todos mucho compromiso y mucha acción, que si se dan juntos, no tengan dudas, traerán además mucha felicidad.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Desconfíe del prójimo

Se dice que "la curiosidad mata al gato". Respecto de las personas, a menudo se escucha hablar del poder asesino de la humedad (en especial en Buenos Aires) y hay un dicho que postula que "la confianza mata al hombre", aunque no establece qué sería lo que les pasa a las mujeres que se confían. Pues bien, yo quiero expresar que, para mí, lo que nos está matando es la desconfianza.

Es sabido que una característica de nuestra sociedad argentina, más aún en la de los que vivimos en la metrópolis, nos lleva a creernos los mejores. Nuestra soberbia recorre el planeta y en todos lados se cuentan chistes de argentinos, siempre con este perfil. En cualquier grupo es muy común la crítica fácil y el chusmerío es un juego que nos divierte y que practicamos casi con pasión.

Aprendimos a identificarnos por la negativa, señalando lo que no somos, desmarcándonos de los diferentes, haciendo a un lado a los débiles, cerrando los ojos ante los que padecen, desviando la vista cuando en un semáforo un pibe de 7 años nos pide una moneda. Nos rasgamos las vestiduras si nos roban cien pesos o si matan a un vecino, pero callamos si a diez cuadras una chica de 13 años tiene dos hijos desnutridos o si el mismo vecino, en vez de morir, mata a un chorro.

Este rasgo, mitad soberbia y mitad hipocresía, mitad desprecio y mitad chantada, mitad ignorancia y mitad ineficiencia, mitad ceguera y mitad autodestrucción, nos atraviesa en todas nuestras expresiones y acentúa casi siempre una mirada negativa, pesimista, escéptica y derrotista, una mirada torcida y desconfiada.

Recuerdo una vieja canción de Leo Maslíah, "Cerrajería", originada en el primer oficio de este artista uruguayo. La letra decía algo así como:

Desconfíe del prójimo,
coloque en la puerta de su casa
una buena cerradura de seguridad.
No se pase de bueno, no.
Convénzace de que la gente nunca tiene
tanta honestidad como la tiene usted.
Dése cuenta, qué bárbaro
poder estar en su casa tan tranquilo
con la plena convicción casi religiosa
de que nadie podrá penetrar en su domicilio
sin que usted lo haya invitado.
Desconfíe del prójimo.
Coloque en la puerta de su casa
unas cuantas cerraduras de seguridad.

La canción, escrita a principios de los años 80, presagiaba ácidamente el fenómeno de la "inseguridad" que enloquece a la gente, aunque en la Argentina siga siendo mucho más probable morir de hambre, de enfermedades prevenibles o víctima de una imprudencia vehicular que asesinado por un pibe chorro.

Y así parece que somos, desconfiados. Otro dicho dice que el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Será que estamos quemados, el asunto es que nos la pasamos llorando.

¿Y qué hacemos con la desconfianza, hacemos algo para corregirla, para transformarla? En general no confiamos mucho en que se pueda hacer algo al respecto.

¿Cómo se traslada esta característica a la política? Por empezar, de manera negativa, si pensamos que el hecho de delegar poderes a través del voto es un acto de confianza. Y de ahí seguramente que nuestra economía siempre esté caminando por la cornisa, cuando sin confianza no hay crédito, no hay esperanza, ni futuro.

Hace años que el poder se construye más por la fuerza que por medio de la confianza. Nos hemos acostumbrado a que acá se gobierna más por la acumulación de fuerzas que buscan un refugio (o un arreglo) que por la reunión de actores que ofrecen su aporte y se suman debido a sus propias coincidencias.

La reciente llegada al Congreso de los nuevos legisladores electos el 28 de junio generó varias escenas de desconfianza que terminaron por romper y dividir a distintos sectores de centroizquierda. El saldo aún es prematuro, pero está claro que hay algunas heridas que tardarán en cicatrizar.

Depende de qué partidos y qué legisladores se considere, las cuentas pueden variar, pero hay más de 20 diputados en la Cámara que con gusto se autoincluirían dentro de esta definición. Sin ir más lejos, fueron 25 los diputados cuyos partidos coincidieron hace tres meses en forzar muchas modificaciones en el proyecto de Ley de Medios que hicieron la versión finalmente promulgada tuviera mucha más legitimidad y consenso.

Sin embargo ahora, a la hora ver cómo se repartían los cargos y la integración de las comisiones con la nueva composición de las cámaras, estos mismos legisladores no pudieron sumarse. Se restaron. Para peor en un contexto en el que ningún partido tiene mayoría y en el que la búsqueda de consensos será la clave para llevar adelante cualquier inciativa.

La alineación a favor o en contra del gobierno, concretamente de los Kirchner, fue un catalizador que generó reacciones muy diversas. Por un lado Martín Sabbatella, por el otro Pino Solanas; los socialistas haciendo rancho aparte; los dirigentes de Solidaridad e Igualdad también divididos, por un lado la Solidaridad y por el otro la Igualdad. Las diputadas de Libres del Sur, que hace dos años eran kirchneristas y hace cinco meses estaban con Sabbatella en el Nuevo Encuentro, ahora se apartan para mostrar su independencia opositora.

No hay ni qué agregar, queda poca confianza en este espacio, todos se están mirando de reojo, orejeando los naipes y especulando cuál será el próximo paso de los demás, como si estos fueran los verdaderos adversarios a los que hay que oponerse. Mientras tanto la derecha se reorganiza rápidamente y se frota las manos para recuperar el tiempo y el terreno perdidos.

No es objeto de este escrito juzgar quién a mi juicio actuó bien o mal. Se trata de la confianza, se trata de construir y no destruir, se trata de pensar a largo plazo y no especulando con las próximas elecciones, se trata de trabajar con coherencia y no relojeando qué mide y qué no, o de ver qué artilugio marketinero nos puede levantar, o pergeñar qué acuerdo trasnochado nos puede dejar más cerca del fogoncito del poder.

Si no contenemos nuestra propia compulsión a la desconfianza y al chisme ácido, ya podemos proponer el nombre para rebautizar a este espacio político como el Nuevo Desencuentro. Ya está, no lo contuve, qué lo parió...

viernes, 25 de septiembre de 2009

Otro Nunca Más

En las últimas semanas la sociedad parece dividida por el debate de la ley de Servicios Audiovisuales que se trata en el parlamento. Pero, ¿existe tal el debate o se trata más bien de una lucha entre unas pocas empresas muy poderosas y un Estado que pretende controlarlas y limitarlas?

Voy a que se intenta disfrazar como un intercambio de opiniones y observaciones profundas acerca de cómo debería ser este proyecto de ley, lo que en verdad es la defensa a cualquier costo de un negocio y de un espacio de poder que influyó de manera decisiva en la política argentina del último siglo.

Aclaremos desde ya que es un proyecto de ley que puede ser mejorable, pero no por eso se puede ocultar la importancia, primero, de dejar de lado una ley de la dictadura; y segundo: regular con criterios del siglo XXI una actividad que es vital para la circulación de la información, un capital casi tan importante como la educación o la salud.

En Argentina estamos acostumbrados a tener pocas voces y muchas veces se habla de debate cuando dos no se ponen de acuerdo. A partir de la sanción de esta ley probablemente se inicie un proceso de transformación y democratización de los medios de comunicación argentinos, con la incorporación de voces y emisores diferentes, con la federalización de contenidos, con un estímulo a la producción local en las distintas regiones del país.

Más allá de esto cambios estimulantes, es importante reparar en una novedad que nos deja el tratamiento parlamentario del proyecto: le guste y le disguste a quien sea, esta ley es un producto legítimo y ejemplar de para qué sirve la democracia. Una parte de la oposición habla de "imposición", de "apuro" en la consideración del proyecto; cuestionan que en el pasado este gobierno fue aliado de los multimedios como Clarín y recuerdan que el propio Kirchner prorrogó las licencias de los actuales canales y autorizó la fusión entre Cablevisión y Multicanal.

Esa parte de la oposición, que no casualmente corresponde a la que en otros temas también se muestra más conservadora, sólo habla de tiempos: reclama más meses para debatir, pide aguardar la nueva conformación del parlamento después del 10 de diciembre, se quejan de por qué antes no y ahora sí. En pocos casos hablan del corazón de la ley, y cuando se descubren los proyectos que defienden en algunos casos no son tan diferentes del que se está por aprobar.

Para ir a un ejemplo, la Autoridad de Aplicación que tanto se cuestiona porque dependerá del Poder Ejecutivo podría ser un ente totalmente autónomo controlado por profesionales de carrera elegidos por concurso y pienso que eso sería interesante. Pero no veo como un impedimento esencial el hecho de que el Poder Ejecutivo tenga una mayoría.

Estamos de acuerdo que la idea es opinable y a mi criterio lo que está en el proyecto no es ideal, pero ¿cómo se llega a un ideal? ¿Cómo se define "qué" es ideal? En una democracia no hay otra que las mayorías y los consensos, y acá es donde creo que la sanción de esta ley puede ser un hito fundacional de la democracia.

Hubo otra parte de la oposición, no la que se retiró del recinto en diputados para sobreactuar frente a las cámaras del multimedios al que se estaba regulando, sino la que ya tenía posiciones anteriores respecto de este proyecto, la que no necesitó pedir más meses de análisis porque venía participando de foros y audiencias públicas y porque había suscrito el documento de los 21 puntos que fue la base de este proyecto. Y fue este mismo sector de la oposición, en el que se reúnen distintos partidos de la centroizquierda, el que con su aporte democrático y coherente, contribuyó a mejorar el proyecto original e introducirle nada menos que 160 reformas, entre ellas la exclusión de las empresas telefónicas de este negocio.

Son partidos pequeños pero que mantienen algo vital de lo que pocos espacios políticos pueden vanagloriarse en estos días: coherencia. Al otro día de la media sanción en Diputados, los multimedios empezaron a hacer correr la versión infame de que había habido sobornos para comprar los votos de este espacio y para que los socialistas "se dieran vuelta a último momento", como se intentó relatarlo. Acá nadie se dio vuelta, al contrario, son espacios políticos que pueden mirar de frente a sus militantes y electores porque no tienen cuentas pendientes y porque son los representantes de algo tan simple como el sentido común. Si están a favor de algo, lo apoyan y si están en contra, se oponen, no importa quién lo proponga.

En la Argentina se está a favor o en contra de personas, los liderazgos individuales superan cualquier idea y justifican cualquier acción. Como un ejemplo reciente, valga la delirante idea de las candidaturas testimoniales, poniendo al frente de las listas a los nombres que eran, supuestamente, más votables. Esa Argentina debe quedar en el pasado.

Nadie puede saber qué quedará en la historia de estos días, pero mi sensación es que acá estamos viviendo momentos importantes equiparables, por ejemplo a lo que significó el Juicio a las Juntas militares en los años 85-87. En aquella época quedó definitivamente claro que lo que habían hecho Videla y compañía estaba mal, estaba muy mal. Hubo críticas, hubo puntos finales y hasta retrocesos con los indultos, pero socialmente no quedó ninguna duda de que eso que habíamos vivido, no lo viviríamos Nunca Más.

Hay un tema que nunca se aclaró en la Argentina y que está detrás de estos debates: aquellos militares condenados no actuaban solos, como una banda de mesiánicos sedientos de poder y riquezas: eran la fuerza de choque de una elite que colaboró y aprobó todo lo que sucedió en la dictadura. Hoy los multimedios que dicen que van a "desaparecer" (justo esa palabra) o que se alarman porque se les va a coartar su libertad de expresión, son los mismos que publicaban muchas noticias durante la dictadura y ninguna sobre las violaciones a los derechos humanos. Acá no se está coartando la libertad de expresión, se está permitiendo el surgimiento de más expresiones.

Ahora el debate recrudece y se mezcla todo como si la sequía del campo, la cantidad de pobres e indigentes, los números del INDEC, el aumento del patrimonio de los Kirchner y el tratamiento de la ley de medios fuera todo lo mismo. No es lo mismo. Y acá, como en los 80 con los juicios, también es hora de que a ciertos multimedios dictadores de los que tenemos que decir o hacer se les diga también Nunca Más.

jueves, 16 de julio de 2009

Un futuro igual al pasado


Hay imágenes que valen más que mil palabras. Hay imágenes que nos ahorran tener que escribir y leer pero que no nos pueden hacer dejar de pensar. Observemos con detenimiento a los personajes de la foto: el senador justicialista Carlos Alberto Reutemann, el presidente de la Sociedad Rural Hugo Biolcatti y el diputado electo por Unión-Pro Francisco De Narváez. Los dos políticos se dan la mano sonrientes, como ansiosos por mostrarse junto al otro; Biolcatti en cambio actúa como presentador, como garante de que todo esté en orden.
Desde mi punto de vista los tres representan gran parte de los aspectos más desagradables de nuestra dirigencia:
  • Reutemann es un dirigente clásico peronista, fue gobernador y hace rato que es senador, gana votos con la pinta y con su fama de corredor de Fórmula 1 pero también lo hace con las habituales prácticas clientelistas: en las últimas elecciones, en Santa Fe, cambió votos por garrafas.
  • De Narváez es un advenedizo dirigente, difícil de encasillar en una organización que vaya más allá de su persona: empezó como menemista, luego duhaldista, luego se fue con Mauricio Macri, se unió a Felipe Solá para enseguida mantenerlo oculto. Millonario más por herencia que por mérito propio, hace gala de su fortuna para comprar todo lo que haya en la góndola (tipo Casa Tía) de la política.
  • Por último Biolcatti es el presidente de una Sociedad Rural que apoyó todos los golpes de Estado del siglo XX y acaba de recordarnos durante la campaña -charlando por TV junto a su compinche de correrías Mariano Grondona- que las prácticas democrática no están entre sus preferidas.
De Narváez, se sabe, es un empresario próspero y cada vez que tiene que explicar cómo está compuesta su fortuna se enrieda más. Reutemann y Biolcatti además tienen campos y tienen mucha soja. Ambos se unieron en el reclamo del sector agrario contra el gobierno y hasta se pusieron al frente de la protesta. Lejos de importarles las formas del gobierno o la contabilidad de los pequeños chacareros que cortaban en 2008 las rutas del país, Biolcatti y Reutemann quieren seguir haciendo negocios. ¿Es malo hacer negocios? No, pero habría que velar también porque no se afecten los recursos naturales que no son sólo patrimonio de los dueños de la tierra: la soja que siembran Reutemann y Biolcatti es la que genera retenciones e ingresos para el Estado pero también es la que arrasa la fertilidad de la pampa a fuerza de glifosato.
De Narváez, al igual que Biolcatti, también desconfía de la democracia, esta semana declaró sobre el golpe de Estado en Honduras que "es una advertencia para todos los gobiernos de latinoamérica". Traduciendo al criollo, De Narváez cree que los golpistas hondureños, en el fondo, tienen razón.
Los tres son millonarios. Los tres son poderosos. Los tres son muy ambiciosos y quieren gobernar, quieren mandar y que las cosas se hagan como a ellos y a sus socios les gusta. Los tres sueñan con ponerse de acuerdo y gobernar el país.
En la foto hay un personaje que no está pero que no podemos dejar de ver: el fotógrafo. Y a través de él, el medio que la difunde. Desde Clarín y su gigantesco poder de generar noticias, ya está instalada desde antes de las pasadas elecciones la idea de estos personajes como los nuevos líderes de la Argentina.
Sinceramente, ¿alguien puede confiar en que ellos van a cambiar la Argentina? ¿Alguien piensa que ésta es la nueva política, la que hará que haya menos pobres, la que hará que menos gente muera por causas prevenibles, la que hará que más gente acceda a una educación, la que hará que más argentinos y argentinas recuperen sus esperanzas y sueñen con un futuro mejor?
Reutemann, De Narváez, la Sociedad Rural y Clarín, ¿qué puede unir a estas cuatro patas bajo una misma mesa si no es la conveniencia? ¿Y cómo podemos traducir "conveniencia" si no es hablando de ganancias mayores, negocios mejores, e impunidad para armar y desarmar a su antojo?
¿Cuándo llegará el día en que volvamos a tener gobernantes que no lleguen al poder con intenciones de enriquecerse? Supongo que el último fue Arturo Illia, aunque eso no basta para decir que fue un buen presidente. Esta semana acaba de difundirse la noticia del repentino aumento patrimonial del matrimonio presidencial en pleno ejercicio de sus cargos. Es un escándalo tan grande que excede mayores comentarios. Sólo es un triste ejemplo más del verdadero motivo que impulsa a estos dirigentes hacia la cima del poder.
La derecha está agazapada esperando su oportunidad para recaudar con su estilo salvaje. Luego de la fiesta menemista de los 90, luego del festival de fuga de capitales y pesificación de las deudas a comienzos del siglo, tuvieron que sentarse a esperar que se apagara el incendio que ellos mismos habían encendido. Y ahora opinan que les toca de nuevo a ellos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Elecciones

En primer lugar es importante destacar la limpieza y la transparencia de las elecciones. Luego de una de las votaciones más irregulares desde que se recuperó la democracia –aquélla en la que se eligió a CFK como Presidenta– los reclamos y las advertencias de la oposición hicieron que esta vez las trampas fueran más complicadas de implementar. Mucha gente llevó boletas, algunos pícaros intentaron cambiar o destruir las que había en los cuartos oscuros, pero el permanente control de los fiscales de los distintos partidos hizo que se solucionara rápidamente cualquier situación.

En general en las escuelas hubo orden, se terminó a horario sin demasiadas quejas. Queda sí lamentar el desinterés de la gente por ir a sufragar, con el porcentaje de votantes más bajo desde que volvió la democracia, porcentaje seguramente agravado por la epidemia de gripe que hizo que muchos prefirieran quedarse en sus casas.
La gripe, por cierto, fue una de las protagonistas de la jornada, con rostros tapados con barbijos, manos con guantes de látex y alcohol en gel a disposición en cada mesa. Los que tuvimos que fiscalizar en Buenos Aires – en mi caso San Isidro– pasamos una larga y fría jornada, que empezó antes del amanecer y terminó también de noche, para colmo con lluvia. La decisión de adelantar las elecciones chocó también en este punto con el sentido común que indica que no se puede movilizar a todo un país el día del año que más frío hace. Pero el sentido común es un sentido muy poco común, últimamente.

Hemos elegido, nos hemos expresado como sociedad y en este punto también cada uno saca sus conclusiones. ¿Cómo leer una urna llena de sobres? Al día siguiente de la derrota –y horas después de que su marido renunciara a la Presidencia del PJ– Cristina Kirchner encontró la manera aparentemente científica y estadística de demostrar que el gobierno había ganado las elecciones.

Desde mi punto de vista la sociedad se expresó contra una manera de hacer política basada en el uso de la fuerza, la amenaza y la imposición de hechos consumados. Desde lo que yo pude interpretar, los votos piden debate y no órdenes, reclaman intercambio de ideas y consenso, exigen que los políticos gobernantes y opositores se sienten a trabajar en pos de un país más justo, más solidario, más previsible y más normal.

Pero se sabe que a estos políticos no les interesa mucho dialogar con la sociedad, mucho menos oír lo que la sociedad tiene que decirles a ellos. Y al día siguiente del comicio, algunos de los que ganaron empezaron a candidatearse para la Presidencia 2011; y los que perdieron se preocuparon más por no desaparecer del mapa político y aferrarse a sus privilegios que por entender un mensaje y ver qué pueden cambiar.

Da la sensación de que la mayoría de los políticos está más preocupado por mandar que por ver con quién se juntan para hacerlo; parece que están más interesados en gobernar que en resolver los problemas; y que están más decididos a dar rienda suelta a sus ambiciones que a ofrecerse generosamente a construir un proyecto.

La experiencia de la que formo parte –el partido Nuevo Encuentro– sigue siendo una alternativa, por suerte no la única a la vista. Además de la elección como diputados de Martín Sabbatella y Graciela Iturraspe, fue una gran noticia la elección de Pino Solanas en la Capital Federal. Un dato: entre Proyecto Sur y Nuevo Encuentro se juntó casi un millón de votos sólo en la ciudad y la provincia de Buenos Aires.

En ambas fuerzas y en otros partidos también hay gente muy valiosa, políticos que trabajan seriamente y no ponen delante de cualquier debate sus ambiciones personales ni su voluntad de llegar al poder. Martín Sabbatella, Pino Solanas, los dirigentes de la CTA, Hermes Binner y otros socialistas, Luis Juez, economistas como Claudio Lozano y José Sbattella, educadores como Alicia Argumedo, defensores de los derechos humanos como Adolfo Pérez Esquivel, luchadores sociales como Jorge Ceballos. Seguramente la lista puede duplicarse sin temor a disminuir la calidad ni el prestigio de la misma. Gente seria, gente coherente que no anda cambiando de discurso según le convenga, gente que se puede poner de acuerdo en un montón de temas. Claramente, a mi juicio, es toda gente que debería estar más junta, que separada.

No sé si esto es posible, muchos de ellos ya trabajan juntos o lo han hecho en el pasado, aunque la lista grande de dirigentes progresistas que hoy podrían constituir un partido fuerte y transformarse en una verdadera alternativa es una incógnita. Estamos hablando de transformar la realidad y para eso no alcanza con declaraciones altisonantes ni con ambigüedades.

Es hora de que muchos y muchas empecemos a elegir desde hoy –no esperar al 2011, por favor, cuando sea demasiado tarde– qué país queremos y qué dirigentes queremos que nos representen. Y es hora también de que nuestros dirigentes elijan qué proyecto van a construir, si el de una fuerza progresista y verdaderamente democrática que renueve la política y ofrezca esa nueva alternativa o el de conformarse con la denuncia y la oposición a lo que seguramente seguirán haciendo los que todavía nos gobiernan.

La derecha ya está agazapada frotándose las manos, con nostalgia de la fiesta que vivió en los años ’90. ¿Qué vamos a hacer nosotros?

miércoles, 17 de junio de 2009

El conflicto

Antes de convertirme en un político nuevo, y durante esta experiencia también, porque de algo hay que vivir, fui y soy guionista, uno de los tantos oficios que intentan nutrir de contenido a nuestra TV. Por imposible que resulte mi misión (la de darle contenido a la tele) de vez en cuando me las arreglo para quedar conforme con algunos de los productos que salen de las teclas de esta computadora.

Una de las primeras cosas que se aprende cuando se es guionista es a usar el conflicto como motor del relato. Ya sea una ficción o un documental, pero también se lo puede detectar en cualquier reality show, programas de juegos, noticieros y hasta en los programas de chimentos, el conflicto busca atrapar al espectador y revelarle lo más tarde posible cómo se desata ese nudo.

¿Qué tiene el conflicto que no tenga la felicidad? ¿Qué lo hace tan interesante? Que es en esa condición en la que se ve la verdad más incuestionable. Que es en conflicto cuando menos mentimos, porque es en conflicto cuando nuestras acciones se vuelven elocuentes; y por más que digamos que amamos a la protagonista del film, si no estamos dispuestos a dar la vida por ella, en verdad mostraremos indiferencia.

En el conflicto las acciones tienen mucho más peso que las palabras. Y cuando un gobernante dice que ayuda a los pobres pero en las acciones beneficia mucho más a los ricos que aumentan sus fortunas mientras aquéllos incrementan sus miserias, ese gobernante tiene un conflicto claro: no puede ayudar por igual a pobres y ricos, y tiene que elegir. Lamentablemente ya sabemos cómo eligieron todos los que han tenido la oportunidad de hacerlo.

Al igual que en la ficción del cine y al igual que en las ficciones que se construyen en los noticieros y reality shows, en la vida real el conflicto es el motor principal de nuestras acciones, al menos de las más relevantes. Si nos sobra dinero, elegir un regalo en una vidriera o decidir hacerlo más tarde después de almorzar, es una decisión totalmente intrascendente, que seguramente no estaría en ningún relato serio. Pero si sólo nos quedan $20 y de verdad son nuestros últimos $20, resolver qué haremos con ellos es una decisión complicada y a la vez interesante de conocer.

En los asados y cumpleaños todos podemos ser buenas personas, contar chistes y participar alegremente de la vida de un grupo de amigos o conocidos. Ahora, si resulta que el anfitrión nos debe un dinero que nos pidió prestado y que se excusa en no poder pagarlo, y contradictoriamente comprobamos la gran vida que se da y cómo despilfarra lo que tiene, nuestra incomodidad en esa reunión será manifiesta. ¿Qué haremos, lo enfrentaremos, lo haremos ahí mismo frente a todos, lo dejaremos pasar? El conflicto nos envuelve y nos define, no deja lugar a dudas, más allá de lo que podamos decir, las que quedan son nuestras acciones.

Toda esta gran parábola alrededor del conflicto viene a cuento en un país que vive políticamente en conflicto. Y los personajes de esta historia, cada uno de los habitantes de la Argentina, tienen en pocos días una vez más la oportunidad de hacer algo y revelar su verdadera personalidad.

Con un antecedente cercano en la votación de 1995 en la que nadie reconocía haber votado a Menem y éste había ganado con el 50% de los votos, los porotos que se cuenten el 28 de junio a la noche hablarán de lo que somos y de lo que hacemos.

Ni ésta ni ninguna elección son en definitiva intrascendentes, ya que la construcción que se hace con la suma de ellas determinan quiénes nos gobiernan. Si permanentemente renegamos de los políticos de turno, si estamos de acuerdo en que son necesarios muchos cambios, tengamos claro que lo que hagamos en el cuarto oscuro tendrá una incidencia directa, tal vez no en el corto plazo, pero sí a la larga.

Estamos en conflicto, veamos qué hacemos como sociedad y después la seguimos.

lunes, 8 de junio de 2009

El voto pobre

No hace falta estar muy informado para saber que la actividad política está llena de pequeños buitres que viven de la carroña que pueden extraer de la miseria de la gente. El llamado "clientelismo político", es una forma muy instalada de relación entre los políticos y los problemas de la gente a la que representan.

Vale subrayar esto: se habla de clientelismo, porque hay clientes, los pobres dejan de ser representados para ser considerados clientes de una maquinaria política y económica. Para algún desprevenido que pueda haber oído hablar de esto y no tiene una idea clara de qué se trata exactamente, paso en limpio algunas de sus características:
  • los involucrados son siempre muy pobres y necesitados, muchos tienen poco o nada de trabajo, escasa educación, vivienda precaria, familia numerosa, lo que puedan recibir es su principal estrategia de supervivencia.
  • están a merced de lo que el Estado pueda hacer por ellos pero, a partir de los años '90, con las privatizaciones y el permanente retroceso del Estado, la cobertura en salud, educación, transportes y servicios en general cayó en picada y sólo obtienen muestras gratis de todo aquello que necesitan.
  • para mejorar sus complicadas realidades siempre surge la figura del "puntero", una persona que hace de puente entre los pobres a los que representa y los ricos que gobiernan y ven cómo reparten sus dádivas.
  • el puntero distribuye bienes y servicios tales como: a) subsidios de desempleo; b) alimentos; c) acceso a planes de vivienda; d) ropa; e) electrodomésticos; f) materiales de construcción; g) dinero en efectivo, etc.
  • el puntero a su vez garantiza a los gobernantes con los que hace de intermediario básicamente tres cosas: a) paz, control social; b) presencia en actos con bombos y banderitas; y c) votos.
  • por su valiosa tarea, por supuesto que el puntero se lleva siempre una buena tajada de aquello que ayuda a distribuir.
Una condición fundamental para la subsistencia del sistema clientelista es que la asistencia que los pobres reciben nunca es suficiente para resolver sus problemas, apenas para paliarlos o postergar un poco los sufrimientos que estos les provocan. Si lo que se entrega es un subsidio por desempleo, no se pide a cambio un trabajo, se fomenta la inacción y la comodidad. En lugar de desarrollar la cultura del trabajo y el esfuerzo, se estimula la vagancia.

Si lo que se entrega es una casa para salir de la villa, es muy probable que el espacio sea tan reducido que los supuestos beneficiados muchas veces prefieran seguir viviendo en la villa. En lugar de resolver un problema de vivienda, se piensa más en la foto con las casitas pintadas el día que venga la presidenta para inaugurarlas. Una vez que el helicóptero se lleva a los gobernantes y las cámaras de TV se alejan, los problemas de vivienda continúan como antes.

Hace algunas semanas estuvimos en la villa La Cava a raíz de una protesta por una represión policial que se había originado precisamente en el dilema que acabo de describir: una señora embarazada, que había recibido una casa del Plan Federal de Viviendas, había construido una pieza más ahora que la familia se agrandaba. Un Juez de Faltas de San Isidro ordenó la demolición de la pieza y ahí la Justicia sí que fue rápida y eficiente: en cuestión de horas organizaron un operativo y al amanecer entraron con las topadoras. La resistencia de los vecinos, que no pudo impedir la demolición, generó además que se ordenara la represión y en pocos minutos centenares de integrantes del cuerpo de infantería de la policía bonaerense invadieron la villa a balazos de goma.

Unas horas más tarde, con los ánimos más calmados y analizando en el lugar las posibles soluciones, se nos acercó un autodenominado "líder del barrio". Afirmó vivir ahí desde hacía 50 años y ahí nomás nos ofreció: "Si ustedes están de acuerdo, tienen el apoyo mío y de mi gente para lo que necesiten". El hombre ofrecía lo único que podía: votos, presencia en actos, gente; y obviamente quería saber qué teníamos nosotros para darle a cambio.

Las prácticas clientelistas están demasiado enraizadas a esta altura y cambiar esto es necesario, urgente y a la vez muy complicado. Repartiendo volantes puerta por puerta en el Partido de San Isidro, en más de una oportunidad nos salió al paso preguntando directamente: "¿Cuánto hay por votar?". Esto para muchos puede sonar escandaloso y absurdo, pero para otros es una realidad cotidiana y en muchos barrios del conurbano bonaerense se han acostumbrado a conseguir las cosas de esa manera.

¿Alguien oyó hablar alguna vez del "voto en cadena"? Consiste en una práctica muy habitual que se establece para comprar el voto. El puntero lleva a votar a "su gente", muchas veces van todos en un micro. Para votar, se sabe, debe hacérselo en un sobre que tenga las firmas del presidente de mesa y los fiscales de cada partido. El puntero necesita un sólo sobre de estos para iniciar su cadena; a veces se lo roba, otras veces alguien vota con un sobre trucho y se guarda el bueno. Una vez que el puntero tiene un sobre "bueno", con las firmas adecuadas, mete la boleta que él quiere (la dobla de una forma especial para reconocerla también en el escrutinio) y le da el sobre cerrado a su primer votante pago. La instrucción es simple: "Andá, meté este sobre en la urna; cuando vuelvas con el que te den a vos, te pago lo que arreglamos". El sistema funciona muy bien y es bastante complicado de desactivar, aún queriendo fiscalizar y aplicar las leyes electorales.

Luego de la reforma constitucional de 1994, en la que se eliminó la existencia del Colegio Electoral que repartía más federalmente el peso eleccionario, todos los comicios nacionales se definen en el conurbano bonaerense, donde votan más de 6 millones de personas. No resulta extraño que las últimas elecciones se hayan definido a favor del kirchnerismo fundamentalmente por la diferencia obtenida en los barrios más pobres del país. ¿Será porque son los más beneficiados por su gobierno o porque se trata de aquellos que están más atrapados por el sistema?

En casi todas las grandes ciudades (Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc.) los resultados electorales fueron bastante más esquivos y en muchas de estas ciudades el oficialismo directamente fue derrotado. Una posible conclusión sería que, en la medida que la gente avanza en la escala social, se educa, trabaja y necesita menos de la asistencia social, esa gente deja de votar al aparato peronista y busca opciones que le ofrezcan otras garantías institucionales.

Otra posible conclusión sería la siguiente: en la medida que en la Argentina (y en particular en el conurbano bonaerense) siga habiendo muchos pobres y necesitados el aparato peronista y el clientelismo político seguirán teniendo mucho trabajo. Si se observa que, muy a pesar de los pobres intentos del INDEC por negarlo, el número de pobres sigue estable desde que Kirchner asumió en 2003, reciclar la pobreza parece ser una de las misiones más exitosas de su gobierno.

sábado, 23 de mayo de 2009

Orgullos en contraste

Hace unos días, el periodista y escritor Martín Caparrós publicó una breve nota, en el Diario Crítica de la Argentina, en la que invitaba a los lectores electrónicos a escribir cuáles eran a su juicio los motivos que tenían, como argentinos, para enorgullecerse de su país.

Mi primer impulso fue intentar escribir algo, pero no me salió nada que valiera la pena. Obvio que ésa era una de las intenciones de Caparrós, provocar el razonamiento acerca de nuestra propia mediocridad, de nuestro conformismo, de nuestra identificación con una idea cada vez más flaca y quebradiza como lo es la de ser argentinos.

El tema de los motivos de orgullo quedó en algún rincón de mi cabeza y a la semana empecé a alumbrar una hipótesis sobre el tema. (Esto es algo que no sé si a alguien más le pasa, pero a mí sí: dejo en mi cabeza ideas perdidas, retazos de preguntas sin respuestas y las abandono, me olvido por completo del asunto; a los pocos días las ideas vuelven a aparecer de la nada, pero acompañadas de una nueva propuesta, una posible respuesta, una teoría que ofrezca un camino de salida).

Le di varias vueltas y me decidí a ponerla acá en palabras, para ver si esto sirve para algo y tiene algún sentido o sólo es el desvariar de una cabeza atribulada y confusa. El punto es pensar a los argentinos, o al menos yo como argentino, porque a esta altura es imposible generalizar, mucho más si mezclamos en la misma bolsa a porteños, bonaerenses con gente de todos los rincones del país. Por lo que, de acá en adelante, hablaré por mí.

La Argentina tiene en su geografía, su historia y su cultura muchísimos motivos de orgullo, pero al lado de cada uno de estos motivos, casi como anulándolo o neutralizándolo, hay un motivo de vergüenza. Es como si los argentinos viviéramos tensionados por fuerzas opuestas que luchan más por ver quién gana que por construir un país, un presente, un futuro.
  • Nuestra geografía, nuestros paisajes, la pampa, la cordillera, los lagos, el Norte, el litoral, la estúpida frase "tenemos todos los climas", todo esto es motivo de orgullo y de atracción turística incluso. Pero no hacemos nada por impedir la tala de árboles, el riego permanente de nuestros campos con herbicidas y agroquímicos, la privatización en manos extranjeras de miles de nuestras mejores hectáreas, la contaminación de ríos como el Riachuelo. Tenemos una tierra adorable, pero no la cuidamos.
  • Nuestros recursos naturales, fuente del histórico reconocimiento de nuestro país como "el granero del mundo" son un motivo de orgullo. Tenemos campos fértiles para alimentar a 300 millones de personas, tenemos petróleo, gas, muchísima agua potable y minerales de todo tipo. Lejos de generar consenso, este ítem es claramente uno de los que provoca mayor conflictividad. Nunca en la historia se pudo plasmar una política coherente en la que todos los que participan y deben participar del sector puedan sentarse a debatir. Todo lo relacionado al petróleo y al gas se privatizó y regaló en los '90 y hoy escasea. Encima, tenemos en la Patagonia muchísimo viento, una fuerza limpia y barata para generar energía, que se deja correr para no afectar intereses de estos poderosos sectores. Lo de la minería es un escándalo imperdonable: empresas extranjeras se llevan lo que quieren a precio vil y dejan a cambio unos pocos dólares y muchísima agua contaminada, para peor en lugares en los que el agua escasea.
  • Nuestra riqueza cultural podría ser un motivo de orgullo, el famoso "crisol de razas" en el que nos integramos como país durante el siglo XX fue en un momento una fuerza muy poderosa que nos llevó a convertirnos en un país industrial con un potencial de crecimiento interesante. Lamentablemente la Argentina hace rato que expulsa habitantes mucho más de lo que los atrae; la vastedad del territorio y la amplitud de matices y oportunidades que se podrían estar generando en cada rincón son una fantasía de un país que elige el camino inverso: todo confluye hacia la Capital, sin ferrocarriles, con transportes caros y rutas privatizadas, la economía se calienta a medida que uno se acerca a la Avenida General Paz. El federalismo nunca fue un proyecto político serio y todos los gobiernos eligen concentrar poder antes que repartirlo. Las grandes ciudades se han convertido en anzuelo para los indigentes de todo el país que muchas veces no encuentran en sus pueblos más oportunidades que migrar a un suburbio miserable.
En todos los temas advierto el mismo juego de contrastes, siempre que surge algo que nos beneficia, un tema por el que golpearnos el pecho, un dato por el que incluso podríamos agradecer al destino, en cualquiera de los casos surge inevitablemente una fuerza opuesta que impide, que bloquea, que neutraliza, que anula.

Si entramos a hacer nombres propios enseguida comprobaremos que hay muchos motivos de orgullo en nuestra historia pero al lado de cada uno habrá una sombra.
  • Diego Maradona es seguramente el argentino más famoso y es un ejemplo claro de toda esta idea, en sí mismo encierra todo lo bueno y lo malo, la genialidad y la rebeldía pero también la estupidez y la autodestrucción.
  • Evita y el Che son mitos que crecieron mucho tal vez porque murieron muy jóvenes. Sus ideas quedaron pero sus intérpretes son tantos y tan diferentes que cuesta sacar algo en limpio que nos enorgullezca de forma incuestionable.
  • Las Madres de Plaza de Mayo son un motivo de orgullo, aunque tal vez son tristes las divisiones que las separaron y su innecesario apoyo incondicional al gobierno de los Kirchner.
  • El cacerolazo y el levantamiento de diciembre pudo haber sido un motivo de orgullo en su momento. De hecho, en más de una oportunidad recibí comentarios de admiración de brasileños, chilenos, colombianos, diciendo que en sus países jamás se podría haber generado un movimiento así. Lamentablemente la fuerza con que se generó todo aquéllo se diluyó rápidamente en cuanto nos acomodaron las cuentas y nos devolvieron parte de lo que nos habían robado. Los motivos que sacaron a todos de sus casas se dejaron de lado, se postergaron, se olvidaron...
  • Adolfo Pérez Esquivel sí es un motivo de orgullo, su coraje y su coherencia son un ejemplo para todos. Tal vez, la excepción que confirma la regla.
Muchos artistas, escritores, deportistas y muchas personas desconocidas son motivo de orgullo, todos tenemos nuestros preferidos, pero esto no es algo que alcance para distinguirnos, para que podamos sentirnos orgullosos, me parece. En todos lados hay gente talentosa, en todos los países hay buenos escritores, cineastas, músicos, futbolistas o jugadores de tenis. Sin duda nos gusta saber que son argentinos, en especial aquéllos que ganan, porque somos triunfalistas irremediables. Y al primer tropiezo empezamos con la crítica y volvemos al ciclo de la autodestrucción.

¿Qué nos impide unirnos? ¿Qué nos convierte en fuerzas autodestructivas que se rechazan? Somos como esos imanes que, puestos de determinada manera, se repelen y no hay manera de unirlos, por más que los hagamos tocarse. El secreto, se sabe, es cambiar la posición de los imanes y permitir que sus fuerzas se complementen y se atraigan.

Evidentemente hay que cambiar de posición para poder unirnos y salir adelante. Si lo logramos, tal vez tengamos algún motivo, aunque sea pequeño, de orgullo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Hay un plan

Una de las miradas más generalizadas sobre la política argentina, sobre los dirigentes que nos gobiernan, sobre aquéllos que se oponen y en general sobre todos los que legislan es que no proponen ideas, no debaten. Todos acusan a sus adversarios de lo mismo y se elevan como los únicos que proponen alguna alternativa para salir de esta vida tan dura que debemos sobrellevar en la Argentina en las últimas décadas.

Una primera mirada, un poco superficial, podría comprobar la escacez de ideas nuevas y la falta total de voluntad por debatir, por construir, por unir las propuestas mejores. La prioridad para la mayoría de los dirigentes es reforzar el espacio propio de poder e influencia y reciclarse permanentemente como "lo nuevo". Todo lo que venga de otro lado en principio es rechazado. Y gracias a esta metodología de la improvisación y la acumulación de poder, en la Argentina la vida sigue siendo tan dura de sobrellevar en las últimas décadas. Ni unos ni otros, ni los que gobernaban antes, ni los que siguieron, ni los que están, ninguno ha podido mejorar verdaderamente la vida de la mayoría de los argentinos.

Los Kirchner tuvieron su etapa de bonanza, cuando la economía global reactivó la local, cuando la pesificación convirtió al país en una multitud de pobres que podía trabajar barato para una pequeña cantidad de empresarios que se enriquecían. Hoy que cambió el viento de la economía global, las ideas de los Kirchner navegan a la deriva y el país queda una vez más sin un rumbo claro.

Una segunda mirada, un poco más profunda, podría tal vez especular que todo esto no es producto de la ausencia de ideas y propuestas sino la consecuencia de la puesta en marcha de una idea muy simple y clara: mantener las cosas como están, no redistribuir los ingresos, no estimular la participación de la gente, desmovilizar, no aceitar los mecanismos democráticos y ampararse en los grupos poderosos que todavía se benefician, como los gordos de la CGT, como los intendentes del conurbano, como los empresarios amigos. Piénsenlo por un minuto, tiene sentido.

(Espacio para pensar durante 1 minuto en por qué los políticos asumen siempre prometiendo cambios que en definitiva nunca logran concretar)

Volviendo a mi propia historia, las noticias que llegaban desde Morón hablaban de que aparentemente había una excepción a la regla y éste fue el punto de partida a mi acercamiento al partido Encuentro por la Democracia y la Equidad de Martín Sabbatella: los ejes de sus 10 años de gobierno en el Municipio de Morón (que quede claro, 10 años de gobierno, no de campaña) entre otros, fueron:
  • la transparencia de todos los actos públicos
  • la participación de los vecinos en las decisiones
Estos dos puntos pueden estar en los discursos de muchos que se candidatean, de muchos que quieren acceder y hasta de muchos que ya están en algún puesto de poder. Pero casi ninguno lo puede sostener con la coherencia de Sabbatella y su equipo de moronenses.

Hace algunas semanas concurrí a Vicente López, donde dos funcionarios de Morón venían a dar una charla abierta para quienes quisieran conocer su experiencia en el "lejano Oeste". Daniel Larrache y Pablo Itzcovich, Secretario y Director de Planificación Estratégica, contaron durante dos horas qué es un "Plan Estratégico Urbano" y cómo lo vienen implementando en Morón.

El tema es largo de desarrollar en estas líneas pero me reveló la existencia clara y palpable de algunas ideas:
  • primero que nada: hay un plan.
  • no hay lugar para los negocios privados
  • los funcionarios están regidos por el concepto de "discrecionalidad cero". En Morón la ley prohíbe que se hagan excepciones de cualquier tipo, la ley es igual para todos.
  • el municipio está dividido en 7 barrios, cada uno de los cuales tiene un Centro de Participación, un edificio al que los vecinos pueden ir para plantear problemas, buscar soluciones, pero también para proponer ideas y proyectos.
  • una porción del presupuesto se delega a cada una de estas sedes y son los propios vecinos los que proponen en qué gastarla y los lo que aprueban con su voto.
Todas estas herramientas, además de fomentar la transparencia y la participación, tienen una visión coherente por detrás que es la de procurar una vida más justa y más equitativa para todos.

(Espacio para pensar 1 minuto qué idea nos gustaría proponer en nuestro barrio, ¿qué haríamos si tuviéramos la posibilidad de discutir colectivamente en qué queremos gastar 10 millones de pesos en un año?)

La vida de muchos de los que viven en Morón ha cambiado un poco en estos últimos 10 años. Muchos siguen siendo muy pobres, Morón al fin y al cabo queda en la Argentina. Pero la calidad de la democracia en esa zona del Oeste es muy superior a la del resto del conurbano. Los moronenses elevaron el estándar de sus instituciones, las ordenanzas que rigen a este gobierno de Sabbatella, obligarán a los puedan sucederlo a mantener la transparencia y la participación como herramientas que no pueden volver atrás. Y eso sí que es una gran idea.

jueves, 14 de mayo de 2009

¡Candidato!

Apenas me estaba empezando a acostumbrar a la idea de ser un "militante" cuando oí que teníamos que armar la lista de candidatos a concejales: "Somos muy pocos, tenemos que estar todos", sentenció Pablo Charras. Yo quería hablar de política, pensar, debatir... y me encontraba llenando planillas con domicilio y número de DNI; y además teniendo que discutir quién iba en qué lugar de la lista.

Por suerte no hubo mucho lugar para el desencuentro, todos llegamos hasta ahí con ganas de hacer pero sin afán de figuraciones y protagonismos. Así que en cuestión de minutos pasamos en limpio algo que a muchos partidos les lleva semanas o meses de negociaciones, amenazas, tiras y aflojes, piruetas y traiciones.

Como ejemplo de lo que habitualmente pasa (y no pasó en Nuevo Encuentro), les aporto algunos datos anecdóticos de acá de San Isidro:
  1. El oficialismo que sigue al intendente Gustavo Posse tiene un pasado de origen radical; luego supo ser kirchnerista; y ahora recuperó la memoria y va en la misma boleta detrás de la candidatura de Margarita Stolbizer, del Acuerdo Cívico y Social (radicales + Coalición Cívica, para los desinformados). Qué casualidad que siempre está con los que ganan.
  2. Para sumar confusión, habrá otra boleta en San Isidro encabezada por Margarita Stolbizer, del Acuerdo Cívico y Social, pero con otros candidatos a concejales, QUE SE DECLARAN OPOSITORES. O sea, el Acuerdo Cívico y Social en San Isidro presenta dos listas: una oficialista y otra opositora. Que alguien lo explique, si puede.
  3. Otra lista opositora es encabezada por el dirigente sanisidrense Pablo Chamatrópulos; en la boleta va detrás de la candidatura para diputado de Francisco De Narváez, de Unión-Pro. Ajá... Es el mismo Chamatrópulos (no creo que haya dos candidatos con semejantes nombre y apellido) que en la anterior elección era el referente... de la Coalición Cívica. Pero como estos abrocharon el acuerdo con el intendente Posse, cruzó de vereda como quien camina por las líneas blancas en una esquina.
El EDE (Encuentro por la Democracia y la Equidad) es un partido que en los hechos -no en las declaraciones- se construye no a partir de este tipo de piruetas ideológicas sino desde una coherencia. En estas elecciones se alió a otras cuatro agrupaciones con las que integra la fuerza Nuevo Encuentro: Libres del Sur (partido que surge de la organización social Barrios de Pie); Solidaridad e Igualdad; Instrumento para la Unidad Popular (partido integrado por dirigentes gremiales de la CTA); y el Partido Comunista.

Para la conformación de las listas se marcó un criterio que, sin demasiadas dificultades, nos ayudó a ordenarnos. Así fue que quedé como candidato a concejal, tercer suplente de la lista. Demás está decir que, si bien no es una candidatura testimonial y falsa como la de muchos funcionarios kirchneristas, la mía es más bien simbólica e implica el compromiso con la causa en la que me estoy embarcando. Acabo de llegar, siento que tengo mucho para decir, pero dificilmente pueda adjudicarme la capacidad de representar a alguien, al menos por ahora.

martes, 12 de mayo de 2009

En campaña

Si empezar a meterse en política es algo complicado para alguien como yo, ajeno a estos tejes y manejes en lo que va de mi vida adulta, mucho más lo es si el momento elegido -o el que tocó- es en plena campaña electoral, para peor precipitada por el adelantamiento de la fecha.

Yo quería ponerme a discutir de política, a ver qué pensaban mis "compañeros", a descubrir si me estaba metiendo en alguna trampa -imposible no desconfiar-. Y cuando me quise dar cuenta, estaba un sábado a la mañana repartiendo volantes en una esquina de San Isidro. La gente que se detenía, esperaba que le hablara de algo de lo que yo todavía no estaba convencido. Y el observar a 8 personas de diversos orígenes y edades con sus manos cargadas de... volantes... me hacía pensar: "¿Cómo carajo haremos para cambiar algo?"

Sin perder la convicción me encaminé dos días más tarde a Vicente López. Esa mañana, "mi candidato", "mi líder", en fin, Martín Sabbatella, haría una caminata de esas en las que los políticos se hacen ver, le dan la mano al que se acerca, sonríen, algunos si pueden alzan un chico y lo besan. Afortunadamente hay algunos registros gráficos que me ayudarán a contar esta jornada histórica.

El grupo de apoyo al candidato era más bien pintoresco: muchos jóvenes (al menos para mí, gente de entre 30 y 50), casi todos vestidos con jeans y ropa casual. Para los que no me conocen yo soy el de camisa verde que reparte videos, al que Sabbatella le palmea el hombro.

Cuando por fin estreché la mano de Sabbatella comprobé algo que me interesó: es casi tan petiso como yo.

Nótese mi cara, el esfuerzo que me implicaba ponerme a hablar con un político.

El candidato Sabbatella recorrió un ratito la zona, más poblada de jubiladas que de votantes (recuérdese que los jubilados votan optativamente), por lo que me pareció un acto más dirigido a los propios militantes que lo rodeaban que al electorado en sí.

Más allá de mi análisis de principiante, observé un detalle que me interesó y muchas veces es más fácil conocer a las personas por estos detalles que por definiciones ideológicas más pretenciosas.

Resulta que en medio de este grupo variado de militantes de pronto apareció un hombre trajeado que claramente se distinguía del resto, pinta de abogado, canoso, muy elegante. ¿Quién era? Un hombre que decía liderar un grupo importante de vecinos de San Isidro, movilizados por el tema "Inseguridad". ¿Qué se proponía el hombre del traje? Concretamente ser candidato. Lo había planteado sin tapujos en una reunión previa y volvía a la carga para decírselo en la cara a Sabbatella. No importaba tanto qué pensaba acerca de distintas temáticas, lo que él quería era ser candidato a concejal.

Su propuesta no fue tenida en cuenta y el hombre del traje elegante se escabulló rápidamente por las pobladas calles de Vicente López. Pero a mí me quedaba la idea de que en este partido político la gente no se rejuntaba por conveniencias, sino por una voluntad de construir una propuesta coherente.

Mi primer encuentro con Sabbatella terminaba con alguna frialdad. Como esas parejas que empiezan a salir y dicen "Nos estamos conociendo", aún no podía afirmar que había descubierto lo que buscaba; pero hasta este punto, no había chocado con un sólo aspecto en el que estuviera en desacuerdo. Para empezar no estaba mal.


Orientarse en la penumbra

Para alguien, como yo, y como la mayoría de los argentinos, que se acostumbró a observar la política desde lejos, a criticarla, a considerarla ajena e incompatible con mis intereses; para alguien como yo, y como la mayoría de los argentinos, que viví durante años quejándome de todos los gobiernos y de casi todas las oposiciones, que busqué una esperanza en cada rincón y que casi nunca encontré nada, que llegué al borde de la resignación y el desentendimiento más absoluto de todo lo que tenga que ver con la política; para alguien como yo, y como cualquier otro, digo: es muy complicado empezar a trabajar en política luego de aborrecer y condenar a la política.

Demás está decir que "la política" es una abstracción, el problema no es "la política", sino los políticos. Ya hablé de los políticos que conozco. Decidido a tomar alguna iniciativa empecé a buscar. En verdad, cabe aclarar, si bien es claro el desencanto y el rechazo que me produjeron los políticos argentinos durante las últimas décadas, nunca dejé de leer, de informarme, de buscar distintas fuentes, de analizar críticamente lo que leía. De ese cúmulo de información procesada y acumulada, emergía como una rareza a desentrañar la figura de Martín Sabbatella, intendente de Morón.

De él había leído y oído diversos comentarios, ninguno de ellos negativos, a los que podemos considerar como mis preconceptos sobre él y el partido con el que gobierna el Municipio de Morón desde 1999:
  • "es un hombre joven (39 años) con buenas intenciones"
  • "se convirtió en intendente de Morón como consecuencia de la destitución de Rousselot"
  • "desde que asumió como intendente fue reelecto en dos oportunidades"
  • "basa su popularidad en la transparencia de sus actos y en la participación de los vecinos en la decisiones"
Coincidiendo con mi intención de tomar alguna iniciativa política, supe en esos días que Sabbatella dejaba la intendencia, se postulaba a diputado nacional y estaba llevando la estructura de su pequeño partido político, "Encuentro por la Democracia y la Equidad" (EDE), a todos los distritos de la provincia de Buenos Aires.

Así descubrí que había algo o alguien que impulsaba las ideas de Sabbatella en la zona donde vivo, el Partido de San Isidro en la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Me puse en contacto vía Facebook. Con todos los reparos que tales contactos pueden deparar al pasar de la vida virtual a la real, fui al encuentro de un vecino, a una cuadra de casa, que decía ser una de las personas que estaba organizando el tema.

El vecino resultó ser Pablo Charras, un ex militante radical que, harto de tragar sapos y de las eternas internas, abandonó su carrera política en 2001. ¿Se acuerdan de 2001? ¿Quién no tiraba la toalla en esa época?

En la charla con Pablo descubrí que él no tenía muchísima información más que yo y que estaba todo por hacer, que en verdad el espacio estaba vacío y en construcción, que los dirigentes del EDE en San Isidro eran cinco o seis y que ninguno tenía en su haber una trayectoria política muy extensa. ¡Perfecto! No me interesaba descubrir un espacio lleno de los políticos que conozco, buscaba uno con tipos con ideas distintas a las que se ponen en práctica permanentemente, ideas que hoy casi parecen revolucionarias:
  • Ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace, no incurrir en falsas promesas electorales, por ejemplo.
  • Ser transparentes, no tener nada que ocultar, no quedarse con ningún vuelto y no considerar la política como un negocio.
  • Debatir ideas en busca de consensos, buscar la mejor solución a un problema y no la que a uno más le convenga.
  • Construir pensando en el mediano y largo plazo, buscar la estabilidad, la confiabilidad, evitar los golpes de timón ideológicos o estratégicos.
  • Y fundamentalmente trabajar por un país de verdad más justo, más equitativo.
Muchos de los políticos que conozco comparten y hasta promueven en sus discursos varios de estos puntos. Pero casi ninguno los ejerce en la realidad, empezando por el primero, el de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
  • Muchos políticos hablan de transparencia, pero muy pocos resisten un análisis serio de sus contabilidades personales.
  • Muchos políticos dicen que quieren debatir, cuando en verdad quieren imponer su idea por la fuerza.
  • Muchos dirigentes anuncian obras fastuosas, nos hablan del bicentenario, de proyectos a largo plazo; pero cambian permanentemente de carril, un día son privatistas, al otro son estatistas, un día corren por izquierda y al otro aparecen por derecha.
  • Muchos dirigentes, cuando están en el poder, cada vez que se les presenta la ocasión, hacen excepciones a las reglas, cambian los códigos de urbanización en votaciones por la madrugada, encargan negocios multimillonarios por adjudicación directa.
  • Y todos los políticos, o casi todos, dicen que trabajan por un país más justo y equitativo; pero el país sigue cayéndose a pedazos y nada cambia.
Volviendo a aquellas primeras reuniones en las que conocí a la gente que estaba organizando el EDE en San Isidro, sentí que teníamos mucho en común. Ganas de trabajar, de hacer las cosas bien, de cambiar, de aportar ideas. De a poco sentí que salía de la penumbra. El país seguía siendo un desastre, pero al menos sentía que ya no estaba solo y había un lugar desde donde empezar a trabajar. Manos a la obra.

lunes, 11 de mayo de 2009

Salir de la comodidad

La imagen se me aparece como una pesadilla recurrente: un país expectante, millones de personas esperando un cambio. Los ricos se quejan de que el Estado se mete en sus negocios, los pobres reclaman por tener una vida digna, la clase media (cada vez menos numerosa) se atemoriza de que le saquen lo poco que le queda y se preocupa por su inseguridad. Enojados, con hambre, con miedo, todos parecen resignados y se unen masivamente sólo para ver a Tinelli o a la selección.

La TV no es ajena al descrédito de los políticos y la política como instrumento de cambio. En manos de 3 o 4 grupos muy poderosos, en televisión se difunde sólo lo que les conviene a ellos y a sus negocios; y resulta que estos últimos (los negocios) les han dejado unas ganancias espectaculares en las últimas dos décadas. ¿Por qué cambiar?

La comodidad del sillón, frente a la pantalla es una trampa que te envuelve y te confunde. El sistema nos considera consumidores mucho más que ciudadanos, servimos en tanto tengamos alguna intención de gastar dinero; y el resto no le importa a nadie.

Mirar la tele y criticar parece un deporte nacional. Se trate de fútbol, farándula o política, todos tenemos opiniones divergentes y altisonantes, nos encanta adueñarnos de la verdad, creer que si estuviéramos dentro de esa pantalla haciendo eso que estamos viendo, lo haríamos mucho mejor. Y seguimos ahí sentados, cómodos, estáticos, criticando.

La contradicción que nosotros mismos construímos es tan grande que nos cuesta reconocerla. Si hasta se escucha una típica crítica que es más o menos así: "No, lo que pasa es que acá no hay compromiso, no hay participación, ¿qué querés? Después de la dictadura, nadie quiere meterse en política". Y lo decimos y lo oímos ahí mismo, sentados en el sillón frente a la TV, siempre encendida. "Pero ahora hagamos silencio, que empieza el segundo tiempo".

Hay un momento en que, al menos en mí, semejante contradicción me hizo despertar del profundo sueño y salir a ver qué podía hacer. Hay mucho por hacer, hay mucho por conocer, hay mucho por aprender. Nuestras vidas están regidas por gente a la que no le importamos, por gente a la que no le interesa nuestro futuro. A nadie puede importarle más que a nosotros mismos, por eso, si queremos un futuro, si queremos ser parte de las decisiones que lo cambien en una u otra dirección, debemos levantarnos del sillón y salir a la calle.

Yo lo hice y acá estoy, viendo de qué se trata, mirando a mi alrededor y tratando de orientarme en un mundo desconocido. Lo primero que descubrí es que no estoy solo, hay otros como yo, dando vueltas. Ojalá que pronto seamos muchos más.

Los políticos que conozco

Crecí durante la dictadura y me hice adulto cuando volvió la democracia. Compartí aquel entusiasmo generalizado que se transmitió por todo el país, las libertades que viviríamos y las soluciones que traería la actividad política eran más que una promesa, casi una certeza.

Recuerdo perfectamente aquel primer verano democrático de 1984, el anuncio del juicio a las juntas, cambios en educación, el comienzo del funcionamiento del parlamento. Para mí era todo nuevo y todo bueno, tenía 16 años y el futuro sólo podía ser mejor, ahora que estaba claro quiénes eran los malos (los militares) y quiénes los buenos (los civiles).

A medida que pasaban los meses empecé a advertir que mi mirada era un poco ingenua y que las cosas no serían tan sencillas. En 1985 voté por primera vez, recuerdo que lo hice por el Partido Intransigente; en 1987 impugné mi voto y metí un cuadrito de "Los Alfonsín", la historieta de Rep en la que uno de los sobrinitos del mandatario decía: "Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi perro".

¿Qué había pasado en el medio? Lo recuerdo bien, fue la célebre Semana Santa, en la que miles de personas salimos a las calles a defender la democracia, un Presidente con cara de bueno nos dijo "Felices Pascuas", casi como un cura que nos bendecía, como un padre que nos mandaba a dormir. Y aunque nos decía con esa cara de héroe que la casa estaba en orden, en el fondo de la casa había un despelote fenomenal. Los militares agitaban la idea del golpe y el peronismo se frotaba las manos y se preparaba para gobernar.

A partir de entonces, las noticias que nos llegaron a los argentinos sobre lo que hacían los políticos fueron casi todas malas. Menem nos hizo saber que podía traicionar a sus votantes mirándolos a los ojos, prometiéndoles mentiras; luego nos enseñó que la corrupción era moneda corriente y que era la única manera de lograr que se concretaran obras, hechos, iniciativas.

Luego Alfonsín cerró el Pacto de Olivos, garantizó la posibilidad de reelección para Menem, se puso en salvador del sistema democrático, gestionó un tercer senador para la minoría y dio paso a una reforma constitucional en la que se cambiaron muchas cosas en lo formal. Pero en el mundo real, en las casas de los argentinos cada vez había menos trabajo, mientras otros argentinos disfrutaban del dólar barato y viajaban por el mundo.

En esa época yo votaba a los socialistas, Alfredo Bravo, Héctor Polino y Norberto La Porta, eran diputados por la ciudad; pero a pesar de la reforma constitucional y otras elecciones, la democracia no daba respuestas a los problemas de la gente. Menem era reelecto con el voto de muchos argentinos endeudados que temían que hubiese un cambio. ¿Tan bien estábamos, no había nada que cambiar?

En esos años surgió el Frente Grande que después dio paso al Frepaso. Chacho Álvarez, Aníbal Ibarra, Graciela Fernández Meijide, entre otros, encarnaban políticos honestos y valientes que se animaban a enfrentar al sistema político gobernante. Unidos a los radicales gestaron uno de los fiascos más grandes de la historia política argentina: la Alianza duró dos años en el poder y pasó de enfrentar al modelo neoliberal a llamar a Domingo Cavallo como bombero. Quisieron apagar el incendio con nafta y el país se prendió fuego.

Recuerdo que ese 20 de diciembre de 2001, cuando el helicóptero se llevó la pesadilla de Fernando De la Rúa a algún lugar incierto, la TV ponchó a los gobernadores peronistas que estaban circunstancialmente reunidos en Merlo, San Luis. Inocultablemente se abrazaban, no podían ocultar su felicidad por la renuncia y el inevitable regreso al gobierno. Entre paréntesis, valga decorar la anécdota: los gobernadores peronistas estaban en San Luis inaugurando el Aeropuerto Internacional de Merlo, aeropuerto del que nunca hasta el día de hoy despegó ni aterrizó un sólo vuelo internacional.

"Que se vayan todos", fue la respuesta de todos los que durante casi dos décadas los habíamos votado. El problema es que nadie dijo "Que se vengan otros", o mejor aún: "Que se vayan ellos, vamos todos".

No se fue nadie. El peronismo se hizo cargo del incendio y enfrió las brasas, mientras muchas empresas aprovechaban para acomodar al mismo tiempo sus deudas, pesificarlas y aumentar sus ganancias. Mientras unos pocos seguían enriqueciéndose gracias a las medidas del Estado, la Argentina se llenó de pobres, la Argentina se llenó de gente que necesitaba una ayuda de ese mismo Estado. En esos meses, muchos recibieron subsidios de desempleo pero a nadie se le pidió que trabajara.

Con el dólar triplicado muchos empresarios y terratenientes pudieron triplicar también sus ingresos, lo que de paso hacía descender un poco la desocupación escandalosa. Para los que todavía podíamos trabajar y nos la rebuscábamos para no caer al vacío de la exclusión social, mantener nuestro estilo de vida también pasó a costarnos el triple.

Comprar una casa se convirtió en una quimera imposible; si queríamos educar a nuestros hijos o si queríamos tener una cobertura médica, había que tener una billetera bien cargada. Como lógica consecuencia, los millones que no tenían más recursos que la asistencia del Estado y el clientelismo electoral se resignaban a la nada: indigencia, abandono escolar, aumento de la población en villas miserias y el surgimiento del paco nos hablaban de un país colapsado y trastornado por las decisiones de los políticos.

Ocho años pasaron ya desde aquel 2001 y, más allá de algunos cambios formales, la Argentina es más o menos la misma o peor: los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más. Gobernados por dirigentes a los que sólo les importa la cantidad de poder que son capaces de acumular; con una oposición que denuncia pero no propone y que no puede mostrarse capaz de gobernar; con una incapacidad absoluta de todos por construir consensos; con una ausencia escandalosa del debate abierto de ideas y proyectos; con todos estos condicionamientos, la proyección al futuro de los argentinos se muestra densa y oscura. Es hora de hacer algo.