sábado, 23 de mayo de 2009

Orgullos en contraste

Hace unos días, el periodista y escritor Martín Caparrós publicó una breve nota, en el Diario Crítica de la Argentina, en la que invitaba a los lectores electrónicos a escribir cuáles eran a su juicio los motivos que tenían, como argentinos, para enorgullecerse de su país.

Mi primer impulso fue intentar escribir algo, pero no me salió nada que valiera la pena. Obvio que ésa era una de las intenciones de Caparrós, provocar el razonamiento acerca de nuestra propia mediocridad, de nuestro conformismo, de nuestra identificación con una idea cada vez más flaca y quebradiza como lo es la de ser argentinos.

El tema de los motivos de orgullo quedó en algún rincón de mi cabeza y a la semana empecé a alumbrar una hipótesis sobre el tema. (Esto es algo que no sé si a alguien más le pasa, pero a mí sí: dejo en mi cabeza ideas perdidas, retazos de preguntas sin respuestas y las abandono, me olvido por completo del asunto; a los pocos días las ideas vuelven a aparecer de la nada, pero acompañadas de una nueva propuesta, una posible respuesta, una teoría que ofrezca un camino de salida).

Le di varias vueltas y me decidí a ponerla acá en palabras, para ver si esto sirve para algo y tiene algún sentido o sólo es el desvariar de una cabeza atribulada y confusa. El punto es pensar a los argentinos, o al menos yo como argentino, porque a esta altura es imposible generalizar, mucho más si mezclamos en la misma bolsa a porteños, bonaerenses con gente de todos los rincones del país. Por lo que, de acá en adelante, hablaré por mí.

La Argentina tiene en su geografía, su historia y su cultura muchísimos motivos de orgullo, pero al lado de cada uno de estos motivos, casi como anulándolo o neutralizándolo, hay un motivo de vergüenza. Es como si los argentinos viviéramos tensionados por fuerzas opuestas que luchan más por ver quién gana que por construir un país, un presente, un futuro.
  • Nuestra geografía, nuestros paisajes, la pampa, la cordillera, los lagos, el Norte, el litoral, la estúpida frase "tenemos todos los climas", todo esto es motivo de orgullo y de atracción turística incluso. Pero no hacemos nada por impedir la tala de árboles, el riego permanente de nuestros campos con herbicidas y agroquímicos, la privatización en manos extranjeras de miles de nuestras mejores hectáreas, la contaminación de ríos como el Riachuelo. Tenemos una tierra adorable, pero no la cuidamos.
  • Nuestros recursos naturales, fuente del histórico reconocimiento de nuestro país como "el granero del mundo" son un motivo de orgullo. Tenemos campos fértiles para alimentar a 300 millones de personas, tenemos petróleo, gas, muchísima agua potable y minerales de todo tipo. Lejos de generar consenso, este ítem es claramente uno de los que provoca mayor conflictividad. Nunca en la historia se pudo plasmar una política coherente en la que todos los que participan y deben participar del sector puedan sentarse a debatir. Todo lo relacionado al petróleo y al gas se privatizó y regaló en los '90 y hoy escasea. Encima, tenemos en la Patagonia muchísimo viento, una fuerza limpia y barata para generar energía, que se deja correr para no afectar intereses de estos poderosos sectores. Lo de la minería es un escándalo imperdonable: empresas extranjeras se llevan lo que quieren a precio vil y dejan a cambio unos pocos dólares y muchísima agua contaminada, para peor en lugares en los que el agua escasea.
  • Nuestra riqueza cultural podría ser un motivo de orgullo, el famoso "crisol de razas" en el que nos integramos como país durante el siglo XX fue en un momento una fuerza muy poderosa que nos llevó a convertirnos en un país industrial con un potencial de crecimiento interesante. Lamentablemente la Argentina hace rato que expulsa habitantes mucho más de lo que los atrae; la vastedad del territorio y la amplitud de matices y oportunidades que se podrían estar generando en cada rincón son una fantasía de un país que elige el camino inverso: todo confluye hacia la Capital, sin ferrocarriles, con transportes caros y rutas privatizadas, la economía se calienta a medida que uno se acerca a la Avenida General Paz. El federalismo nunca fue un proyecto político serio y todos los gobiernos eligen concentrar poder antes que repartirlo. Las grandes ciudades se han convertido en anzuelo para los indigentes de todo el país que muchas veces no encuentran en sus pueblos más oportunidades que migrar a un suburbio miserable.
En todos los temas advierto el mismo juego de contrastes, siempre que surge algo que nos beneficia, un tema por el que golpearnos el pecho, un dato por el que incluso podríamos agradecer al destino, en cualquiera de los casos surge inevitablemente una fuerza opuesta que impide, que bloquea, que neutraliza, que anula.

Si entramos a hacer nombres propios enseguida comprobaremos que hay muchos motivos de orgullo en nuestra historia pero al lado de cada uno habrá una sombra.
  • Diego Maradona es seguramente el argentino más famoso y es un ejemplo claro de toda esta idea, en sí mismo encierra todo lo bueno y lo malo, la genialidad y la rebeldía pero también la estupidez y la autodestrucción.
  • Evita y el Che son mitos que crecieron mucho tal vez porque murieron muy jóvenes. Sus ideas quedaron pero sus intérpretes son tantos y tan diferentes que cuesta sacar algo en limpio que nos enorgullezca de forma incuestionable.
  • Las Madres de Plaza de Mayo son un motivo de orgullo, aunque tal vez son tristes las divisiones que las separaron y su innecesario apoyo incondicional al gobierno de los Kirchner.
  • El cacerolazo y el levantamiento de diciembre pudo haber sido un motivo de orgullo en su momento. De hecho, en más de una oportunidad recibí comentarios de admiración de brasileños, chilenos, colombianos, diciendo que en sus países jamás se podría haber generado un movimiento así. Lamentablemente la fuerza con que se generó todo aquéllo se diluyó rápidamente en cuanto nos acomodaron las cuentas y nos devolvieron parte de lo que nos habían robado. Los motivos que sacaron a todos de sus casas se dejaron de lado, se postergaron, se olvidaron...
  • Adolfo Pérez Esquivel sí es un motivo de orgullo, su coraje y su coherencia son un ejemplo para todos. Tal vez, la excepción que confirma la regla.
Muchos artistas, escritores, deportistas y muchas personas desconocidas son motivo de orgullo, todos tenemos nuestros preferidos, pero esto no es algo que alcance para distinguirnos, para que podamos sentirnos orgullosos, me parece. En todos lados hay gente talentosa, en todos los países hay buenos escritores, cineastas, músicos, futbolistas o jugadores de tenis. Sin duda nos gusta saber que son argentinos, en especial aquéllos que ganan, porque somos triunfalistas irremediables. Y al primer tropiezo empezamos con la crítica y volvemos al ciclo de la autodestrucción.

¿Qué nos impide unirnos? ¿Qué nos convierte en fuerzas autodestructivas que se rechazan? Somos como esos imanes que, puestos de determinada manera, se repelen y no hay manera de unirlos, por más que los hagamos tocarse. El secreto, se sabe, es cambiar la posición de los imanes y permitir que sus fuerzas se complementen y se atraigan.

Evidentemente hay que cambiar de posición para poder unirnos y salir adelante. Si lo logramos, tal vez tengamos algún motivo, aunque sea pequeño, de orgullo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Hay un plan

Una de las miradas más generalizadas sobre la política argentina, sobre los dirigentes que nos gobiernan, sobre aquéllos que se oponen y en general sobre todos los que legislan es que no proponen ideas, no debaten. Todos acusan a sus adversarios de lo mismo y se elevan como los únicos que proponen alguna alternativa para salir de esta vida tan dura que debemos sobrellevar en la Argentina en las últimas décadas.

Una primera mirada, un poco superficial, podría comprobar la escacez de ideas nuevas y la falta total de voluntad por debatir, por construir, por unir las propuestas mejores. La prioridad para la mayoría de los dirigentes es reforzar el espacio propio de poder e influencia y reciclarse permanentemente como "lo nuevo". Todo lo que venga de otro lado en principio es rechazado. Y gracias a esta metodología de la improvisación y la acumulación de poder, en la Argentina la vida sigue siendo tan dura de sobrellevar en las últimas décadas. Ni unos ni otros, ni los que gobernaban antes, ni los que siguieron, ni los que están, ninguno ha podido mejorar verdaderamente la vida de la mayoría de los argentinos.

Los Kirchner tuvieron su etapa de bonanza, cuando la economía global reactivó la local, cuando la pesificación convirtió al país en una multitud de pobres que podía trabajar barato para una pequeña cantidad de empresarios que se enriquecían. Hoy que cambió el viento de la economía global, las ideas de los Kirchner navegan a la deriva y el país queda una vez más sin un rumbo claro.

Una segunda mirada, un poco más profunda, podría tal vez especular que todo esto no es producto de la ausencia de ideas y propuestas sino la consecuencia de la puesta en marcha de una idea muy simple y clara: mantener las cosas como están, no redistribuir los ingresos, no estimular la participación de la gente, desmovilizar, no aceitar los mecanismos democráticos y ampararse en los grupos poderosos que todavía se benefician, como los gordos de la CGT, como los intendentes del conurbano, como los empresarios amigos. Piénsenlo por un minuto, tiene sentido.

(Espacio para pensar durante 1 minuto en por qué los políticos asumen siempre prometiendo cambios que en definitiva nunca logran concretar)

Volviendo a mi propia historia, las noticias que llegaban desde Morón hablaban de que aparentemente había una excepción a la regla y éste fue el punto de partida a mi acercamiento al partido Encuentro por la Democracia y la Equidad de Martín Sabbatella: los ejes de sus 10 años de gobierno en el Municipio de Morón (que quede claro, 10 años de gobierno, no de campaña) entre otros, fueron:
  • la transparencia de todos los actos públicos
  • la participación de los vecinos en las decisiones
Estos dos puntos pueden estar en los discursos de muchos que se candidatean, de muchos que quieren acceder y hasta de muchos que ya están en algún puesto de poder. Pero casi ninguno lo puede sostener con la coherencia de Sabbatella y su equipo de moronenses.

Hace algunas semanas concurrí a Vicente López, donde dos funcionarios de Morón venían a dar una charla abierta para quienes quisieran conocer su experiencia en el "lejano Oeste". Daniel Larrache y Pablo Itzcovich, Secretario y Director de Planificación Estratégica, contaron durante dos horas qué es un "Plan Estratégico Urbano" y cómo lo vienen implementando en Morón.

El tema es largo de desarrollar en estas líneas pero me reveló la existencia clara y palpable de algunas ideas:
  • primero que nada: hay un plan.
  • no hay lugar para los negocios privados
  • los funcionarios están regidos por el concepto de "discrecionalidad cero". En Morón la ley prohíbe que se hagan excepciones de cualquier tipo, la ley es igual para todos.
  • el municipio está dividido en 7 barrios, cada uno de los cuales tiene un Centro de Participación, un edificio al que los vecinos pueden ir para plantear problemas, buscar soluciones, pero también para proponer ideas y proyectos.
  • una porción del presupuesto se delega a cada una de estas sedes y son los propios vecinos los que proponen en qué gastarla y los lo que aprueban con su voto.
Todas estas herramientas, además de fomentar la transparencia y la participación, tienen una visión coherente por detrás que es la de procurar una vida más justa y más equitativa para todos.

(Espacio para pensar 1 minuto qué idea nos gustaría proponer en nuestro barrio, ¿qué haríamos si tuviéramos la posibilidad de discutir colectivamente en qué queremos gastar 10 millones de pesos en un año?)

La vida de muchos de los que viven en Morón ha cambiado un poco en estos últimos 10 años. Muchos siguen siendo muy pobres, Morón al fin y al cabo queda en la Argentina. Pero la calidad de la democracia en esa zona del Oeste es muy superior a la del resto del conurbano. Los moronenses elevaron el estándar de sus instituciones, las ordenanzas que rigen a este gobierno de Sabbatella, obligarán a los puedan sucederlo a mantener la transparencia y la participación como herramientas que no pueden volver atrás. Y eso sí que es una gran idea.

jueves, 14 de mayo de 2009

¡Candidato!

Apenas me estaba empezando a acostumbrar a la idea de ser un "militante" cuando oí que teníamos que armar la lista de candidatos a concejales: "Somos muy pocos, tenemos que estar todos", sentenció Pablo Charras. Yo quería hablar de política, pensar, debatir... y me encontraba llenando planillas con domicilio y número de DNI; y además teniendo que discutir quién iba en qué lugar de la lista.

Por suerte no hubo mucho lugar para el desencuentro, todos llegamos hasta ahí con ganas de hacer pero sin afán de figuraciones y protagonismos. Así que en cuestión de minutos pasamos en limpio algo que a muchos partidos les lleva semanas o meses de negociaciones, amenazas, tiras y aflojes, piruetas y traiciones.

Como ejemplo de lo que habitualmente pasa (y no pasó en Nuevo Encuentro), les aporto algunos datos anecdóticos de acá de San Isidro:
  1. El oficialismo que sigue al intendente Gustavo Posse tiene un pasado de origen radical; luego supo ser kirchnerista; y ahora recuperó la memoria y va en la misma boleta detrás de la candidatura de Margarita Stolbizer, del Acuerdo Cívico y Social (radicales + Coalición Cívica, para los desinformados). Qué casualidad que siempre está con los que ganan.
  2. Para sumar confusión, habrá otra boleta en San Isidro encabezada por Margarita Stolbizer, del Acuerdo Cívico y Social, pero con otros candidatos a concejales, QUE SE DECLARAN OPOSITORES. O sea, el Acuerdo Cívico y Social en San Isidro presenta dos listas: una oficialista y otra opositora. Que alguien lo explique, si puede.
  3. Otra lista opositora es encabezada por el dirigente sanisidrense Pablo Chamatrópulos; en la boleta va detrás de la candidatura para diputado de Francisco De Narváez, de Unión-Pro. Ajá... Es el mismo Chamatrópulos (no creo que haya dos candidatos con semejantes nombre y apellido) que en la anterior elección era el referente... de la Coalición Cívica. Pero como estos abrocharon el acuerdo con el intendente Posse, cruzó de vereda como quien camina por las líneas blancas en una esquina.
El EDE (Encuentro por la Democracia y la Equidad) es un partido que en los hechos -no en las declaraciones- se construye no a partir de este tipo de piruetas ideológicas sino desde una coherencia. En estas elecciones se alió a otras cuatro agrupaciones con las que integra la fuerza Nuevo Encuentro: Libres del Sur (partido que surge de la organización social Barrios de Pie); Solidaridad e Igualdad; Instrumento para la Unidad Popular (partido integrado por dirigentes gremiales de la CTA); y el Partido Comunista.

Para la conformación de las listas se marcó un criterio que, sin demasiadas dificultades, nos ayudó a ordenarnos. Así fue que quedé como candidato a concejal, tercer suplente de la lista. Demás está decir que, si bien no es una candidatura testimonial y falsa como la de muchos funcionarios kirchneristas, la mía es más bien simbólica e implica el compromiso con la causa en la que me estoy embarcando. Acabo de llegar, siento que tengo mucho para decir, pero dificilmente pueda adjudicarme la capacidad de representar a alguien, al menos por ahora.

martes, 12 de mayo de 2009

En campaña

Si empezar a meterse en política es algo complicado para alguien como yo, ajeno a estos tejes y manejes en lo que va de mi vida adulta, mucho más lo es si el momento elegido -o el que tocó- es en plena campaña electoral, para peor precipitada por el adelantamiento de la fecha.

Yo quería ponerme a discutir de política, a ver qué pensaban mis "compañeros", a descubrir si me estaba metiendo en alguna trampa -imposible no desconfiar-. Y cuando me quise dar cuenta, estaba un sábado a la mañana repartiendo volantes en una esquina de San Isidro. La gente que se detenía, esperaba que le hablara de algo de lo que yo todavía no estaba convencido. Y el observar a 8 personas de diversos orígenes y edades con sus manos cargadas de... volantes... me hacía pensar: "¿Cómo carajo haremos para cambiar algo?"

Sin perder la convicción me encaminé dos días más tarde a Vicente López. Esa mañana, "mi candidato", "mi líder", en fin, Martín Sabbatella, haría una caminata de esas en las que los políticos se hacen ver, le dan la mano al que se acerca, sonríen, algunos si pueden alzan un chico y lo besan. Afortunadamente hay algunos registros gráficos que me ayudarán a contar esta jornada histórica.

El grupo de apoyo al candidato era más bien pintoresco: muchos jóvenes (al menos para mí, gente de entre 30 y 50), casi todos vestidos con jeans y ropa casual. Para los que no me conocen yo soy el de camisa verde que reparte videos, al que Sabbatella le palmea el hombro.

Cuando por fin estreché la mano de Sabbatella comprobé algo que me interesó: es casi tan petiso como yo.

Nótese mi cara, el esfuerzo que me implicaba ponerme a hablar con un político.

El candidato Sabbatella recorrió un ratito la zona, más poblada de jubiladas que de votantes (recuérdese que los jubilados votan optativamente), por lo que me pareció un acto más dirigido a los propios militantes que lo rodeaban que al electorado en sí.

Más allá de mi análisis de principiante, observé un detalle que me interesó y muchas veces es más fácil conocer a las personas por estos detalles que por definiciones ideológicas más pretenciosas.

Resulta que en medio de este grupo variado de militantes de pronto apareció un hombre trajeado que claramente se distinguía del resto, pinta de abogado, canoso, muy elegante. ¿Quién era? Un hombre que decía liderar un grupo importante de vecinos de San Isidro, movilizados por el tema "Inseguridad". ¿Qué se proponía el hombre del traje? Concretamente ser candidato. Lo había planteado sin tapujos en una reunión previa y volvía a la carga para decírselo en la cara a Sabbatella. No importaba tanto qué pensaba acerca de distintas temáticas, lo que él quería era ser candidato a concejal.

Su propuesta no fue tenida en cuenta y el hombre del traje elegante se escabulló rápidamente por las pobladas calles de Vicente López. Pero a mí me quedaba la idea de que en este partido político la gente no se rejuntaba por conveniencias, sino por una voluntad de construir una propuesta coherente.

Mi primer encuentro con Sabbatella terminaba con alguna frialdad. Como esas parejas que empiezan a salir y dicen "Nos estamos conociendo", aún no podía afirmar que había descubierto lo que buscaba; pero hasta este punto, no había chocado con un sólo aspecto en el que estuviera en desacuerdo. Para empezar no estaba mal.


Orientarse en la penumbra

Para alguien, como yo, y como la mayoría de los argentinos, que se acostumbró a observar la política desde lejos, a criticarla, a considerarla ajena e incompatible con mis intereses; para alguien como yo, y como la mayoría de los argentinos, que viví durante años quejándome de todos los gobiernos y de casi todas las oposiciones, que busqué una esperanza en cada rincón y que casi nunca encontré nada, que llegué al borde de la resignación y el desentendimiento más absoluto de todo lo que tenga que ver con la política; para alguien como yo, y como cualquier otro, digo: es muy complicado empezar a trabajar en política luego de aborrecer y condenar a la política.

Demás está decir que "la política" es una abstracción, el problema no es "la política", sino los políticos. Ya hablé de los políticos que conozco. Decidido a tomar alguna iniciativa empecé a buscar. En verdad, cabe aclarar, si bien es claro el desencanto y el rechazo que me produjeron los políticos argentinos durante las últimas décadas, nunca dejé de leer, de informarme, de buscar distintas fuentes, de analizar críticamente lo que leía. De ese cúmulo de información procesada y acumulada, emergía como una rareza a desentrañar la figura de Martín Sabbatella, intendente de Morón.

De él había leído y oído diversos comentarios, ninguno de ellos negativos, a los que podemos considerar como mis preconceptos sobre él y el partido con el que gobierna el Municipio de Morón desde 1999:
  • "es un hombre joven (39 años) con buenas intenciones"
  • "se convirtió en intendente de Morón como consecuencia de la destitución de Rousselot"
  • "desde que asumió como intendente fue reelecto en dos oportunidades"
  • "basa su popularidad en la transparencia de sus actos y en la participación de los vecinos en la decisiones"
Coincidiendo con mi intención de tomar alguna iniciativa política, supe en esos días que Sabbatella dejaba la intendencia, se postulaba a diputado nacional y estaba llevando la estructura de su pequeño partido político, "Encuentro por la Democracia y la Equidad" (EDE), a todos los distritos de la provincia de Buenos Aires.

Así descubrí que había algo o alguien que impulsaba las ideas de Sabbatella en la zona donde vivo, el Partido de San Isidro en la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Me puse en contacto vía Facebook. Con todos los reparos que tales contactos pueden deparar al pasar de la vida virtual a la real, fui al encuentro de un vecino, a una cuadra de casa, que decía ser una de las personas que estaba organizando el tema.

El vecino resultó ser Pablo Charras, un ex militante radical que, harto de tragar sapos y de las eternas internas, abandonó su carrera política en 2001. ¿Se acuerdan de 2001? ¿Quién no tiraba la toalla en esa época?

En la charla con Pablo descubrí que él no tenía muchísima información más que yo y que estaba todo por hacer, que en verdad el espacio estaba vacío y en construcción, que los dirigentes del EDE en San Isidro eran cinco o seis y que ninguno tenía en su haber una trayectoria política muy extensa. ¡Perfecto! No me interesaba descubrir un espacio lleno de los políticos que conozco, buscaba uno con tipos con ideas distintas a las que se ponen en práctica permanentemente, ideas que hoy casi parecen revolucionarias:
  • Ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace, no incurrir en falsas promesas electorales, por ejemplo.
  • Ser transparentes, no tener nada que ocultar, no quedarse con ningún vuelto y no considerar la política como un negocio.
  • Debatir ideas en busca de consensos, buscar la mejor solución a un problema y no la que a uno más le convenga.
  • Construir pensando en el mediano y largo plazo, buscar la estabilidad, la confiabilidad, evitar los golpes de timón ideológicos o estratégicos.
  • Y fundamentalmente trabajar por un país de verdad más justo, más equitativo.
Muchos de los políticos que conozco comparten y hasta promueven en sus discursos varios de estos puntos. Pero casi ninguno los ejerce en la realidad, empezando por el primero, el de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
  • Muchos políticos hablan de transparencia, pero muy pocos resisten un análisis serio de sus contabilidades personales.
  • Muchos políticos dicen que quieren debatir, cuando en verdad quieren imponer su idea por la fuerza.
  • Muchos dirigentes anuncian obras fastuosas, nos hablan del bicentenario, de proyectos a largo plazo; pero cambian permanentemente de carril, un día son privatistas, al otro son estatistas, un día corren por izquierda y al otro aparecen por derecha.
  • Muchos dirigentes, cuando están en el poder, cada vez que se les presenta la ocasión, hacen excepciones a las reglas, cambian los códigos de urbanización en votaciones por la madrugada, encargan negocios multimillonarios por adjudicación directa.
  • Y todos los políticos, o casi todos, dicen que trabajan por un país más justo y equitativo; pero el país sigue cayéndose a pedazos y nada cambia.
Volviendo a aquellas primeras reuniones en las que conocí a la gente que estaba organizando el EDE en San Isidro, sentí que teníamos mucho en común. Ganas de trabajar, de hacer las cosas bien, de cambiar, de aportar ideas. De a poco sentí que salía de la penumbra. El país seguía siendo un desastre, pero al menos sentía que ya no estaba solo y había un lugar desde donde empezar a trabajar. Manos a la obra.

lunes, 11 de mayo de 2009

Salir de la comodidad

La imagen se me aparece como una pesadilla recurrente: un país expectante, millones de personas esperando un cambio. Los ricos se quejan de que el Estado se mete en sus negocios, los pobres reclaman por tener una vida digna, la clase media (cada vez menos numerosa) se atemoriza de que le saquen lo poco que le queda y se preocupa por su inseguridad. Enojados, con hambre, con miedo, todos parecen resignados y se unen masivamente sólo para ver a Tinelli o a la selección.

La TV no es ajena al descrédito de los políticos y la política como instrumento de cambio. En manos de 3 o 4 grupos muy poderosos, en televisión se difunde sólo lo que les conviene a ellos y a sus negocios; y resulta que estos últimos (los negocios) les han dejado unas ganancias espectaculares en las últimas dos décadas. ¿Por qué cambiar?

La comodidad del sillón, frente a la pantalla es una trampa que te envuelve y te confunde. El sistema nos considera consumidores mucho más que ciudadanos, servimos en tanto tengamos alguna intención de gastar dinero; y el resto no le importa a nadie.

Mirar la tele y criticar parece un deporte nacional. Se trate de fútbol, farándula o política, todos tenemos opiniones divergentes y altisonantes, nos encanta adueñarnos de la verdad, creer que si estuviéramos dentro de esa pantalla haciendo eso que estamos viendo, lo haríamos mucho mejor. Y seguimos ahí sentados, cómodos, estáticos, criticando.

La contradicción que nosotros mismos construímos es tan grande que nos cuesta reconocerla. Si hasta se escucha una típica crítica que es más o menos así: "No, lo que pasa es que acá no hay compromiso, no hay participación, ¿qué querés? Después de la dictadura, nadie quiere meterse en política". Y lo decimos y lo oímos ahí mismo, sentados en el sillón frente a la TV, siempre encendida. "Pero ahora hagamos silencio, que empieza el segundo tiempo".

Hay un momento en que, al menos en mí, semejante contradicción me hizo despertar del profundo sueño y salir a ver qué podía hacer. Hay mucho por hacer, hay mucho por conocer, hay mucho por aprender. Nuestras vidas están regidas por gente a la que no le importamos, por gente a la que no le interesa nuestro futuro. A nadie puede importarle más que a nosotros mismos, por eso, si queremos un futuro, si queremos ser parte de las decisiones que lo cambien en una u otra dirección, debemos levantarnos del sillón y salir a la calle.

Yo lo hice y acá estoy, viendo de qué se trata, mirando a mi alrededor y tratando de orientarme en un mundo desconocido. Lo primero que descubrí es que no estoy solo, hay otros como yo, dando vueltas. Ojalá que pronto seamos muchos más.

Los políticos que conozco

Crecí durante la dictadura y me hice adulto cuando volvió la democracia. Compartí aquel entusiasmo generalizado que se transmitió por todo el país, las libertades que viviríamos y las soluciones que traería la actividad política eran más que una promesa, casi una certeza.

Recuerdo perfectamente aquel primer verano democrático de 1984, el anuncio del juicio a las juntas, cambios en educación, el comienzo del funcionamiento del parlamento. Para mí era todo nuevo y todo bueno, tenía 16 años y el futuro sólo podía ser mejor, ahora que estaba claro quiénes eran los malos (los militares) y quiénes los buenos (los civiles).

A medida que pasaban los meses empecé a advertir que mi mirada era un poco ingenua y que las cosas no serían tan sencillas. En 1985 voté por primera vez, recuerdo que lo hice por el Partido Intransigente; en 1987 impugné mi voto y metí un cuadrito de "Los Alfonsín", la historieta de Rep en la que uno de los sobrinitos del mandatario decía: "Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi perro".

¿Qué había pasado en el medio? Lo recuerdo bien, fue la célebre Semana Santa, en la que miles de personas salimos a las calles a defender la democracia, un Presidente con cara de bueno nos dijo "Felices Pascuas", casi como un cura que nos bendecía, como un padre que nos mandaba a dormir. Y aunque nos decía con esa cara de héroe que la casa estaba en orden, en el fondo de la casa había un despelote fenomenal. Los militares agitaban la idea del golpe y el peronismo se frotaba las manos y se preparaba para gobernar.

A partir de entonces, las noticias que nos llegaron a los argentinos sobre lo que hacían los políticos fueron casi todas malas. Menem nos hizo saber que podía traicionar a sus votantes mirándolos a los ojos, prometiéndoles mentiras; luego nos enseñó que la corrupción era moneda corriente y que era la única manera de lograr que se concretaran obras, hechos, iniciativas.

Luego Alfonsín cerró el Pacto de Olivos, garantizó la posibilidad de reelección para Menem, se puso en salvador del sistema democrático, gestionó un tercer senador para la minoría y dio paso a una reforma constitucional en la que se cambiaron muchas cosas en lo formal. Pero en el mundo real, en las casas de los argentinos cada vez había menos trabajo, mientras otros argentinos disfrutaban del dólar barato y viajaban por el mundo.

En esa época yo votaba a los socialistas, Alfredo Bravo, Héctor Polino y Norberto La Porta, eran diputados por la ciudad; pero a pesar de la reforma constitucional y otras elecciones, la democracia no daba respuestas a los problemas de la gente. Menem era reelecto con el voto de muchos argentinos endeudados que temían que hubiese un cambio. ¿Tan bien estábamos, no había nada que cambiar?

En esos años surgió el Frente Grande que después dio paso al Frepaso. Chacho Álvarez, Aníbal Ibarra, Graciela Fernández Meijide, entre otros, encarnaban políticos honestos y valientes que se animaban a enfrentar al sistema político gobernante. Unidos a los radicales gestaron uno de los fiascos más grandes de la historia política argentina: la Alianza duró dos años en el poder y pasó de enfrentar al modelo neoliberal a llamar a Domingo Cavallo como bombero. Quisieron apagar el incendio con nafta y el país se prendió fuego.

Recuerdo que ese 20 de diciembre de 2001, cuando el helicóptero se llevó la pesadilla de Fernando De la Rúa a algún lugar incierto, la TV ponchó a los gobernadores peronistas que estaban circunstancialmente reunidos en Merlo, San Luis. Inocultablemente se abrazaban, no podían ocultar su felicidad por la renuncia y el inevitable regreso al gobierno. Entre paréntesis, valga decorar la anécdota: los gobernadores peronistas estaban en San Luis inaugurando el Aeropuerto Internacional de Merlo, aeropuerto del que nunca hasta el día de hoy despegó ni aterrizó un sólo vuelo internacional.

"Que se vayan todos", fue la respuesta de todos los que durante casi dos décadas los habíamos votado. El problema es que nadie dijo "Que se vengan otros", o mejor aún: "Que se vayan ellos, vamos todos".

No se fue nadie. El peronismo se hizo cargo del incendio y enfrió las brasas, mientras muchas empresas aprovechaban para acomodar al mismo tiempo sus deudas, pesificarlas y aumentar sus ganancias. Mientras unos pocos seguían enriqueciéndose gracias a las medidas del Estado, la Argentina se llenó de pobres, la Argentina se llenó de gente que necesitaba una ayuda de ese mismo Estado. En esos meses, muchos recibieron subsidios de desempleo pero a nadie se le pidió que trabajara.

Con el dólar triplicado muchos empresarios y terratenientes pudieron triplicar también sus ingresos, lo que de paso hacía descender un poco la desocupación escandalosa. Para los que todavía podíamos trabajar y nos la rebuscábamos para no caer al vacío de la exclusión social, mantener nuestro estilo de vida también pasó a costarnos el triple.

Comprar una casa se convirtió en una quimera imposible; si queríamos educar a nuestros hijos o si queríamos tener una cobertura médica, había que tener una billetera bien cargada. Como lógica consecuencia, los millones que no tenían más recursos que la asistencia del Estado y el clientelismo electoral se resignaban a la nada: indigencia, abandono escolar, aumento de la población en villas miserias y el surgimiento del paco nos hablaban de un país colapsado y trastornado por las decisiones de los políticos.

Ocho años pasaron ya desde aquel 2001 y, más allá de algunos cambios formales, la Argentina es más o menos la misma o peor: los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más. Gobernados por dirigentes a los que sólo les importa la cantidad de poder que son capaces de acumular; con una oposición que denuncia pero no propone y que no puede mostrarse capaz de gobernar; con una incapacidad absoluta de todos por construir consensos; con una ausencia escandalosa del debate abierto de ideas y proyectos; con todos estos condicionamientos, la proyección al futuro de los argentinos se muestra densa y oscura. Es hora de hacer algo.