domingo, 26 de diciembre de 2010

Sueños del Futuro Presente

Cuando todo está mal, cuando el pesimismo tiñe lo que vemos y no hay ventana por la que se cuele un rayo de sol, es natural derivar en la crítica y en el escepticismo. Por más empeño que pongamos en mejorar nuestra situación, si nada nos sale bien solemos encontrar culpas y responsabilidades afuera, en aquellos que regulan nuestras vidas, aquellos que nos dirigen, aquellos que nos mandan. En ese contexto, el estado de las cosas, el desastre, no es nuestra responsabilidad.


El post 2001 de la Argentina es el mejor reflejo de esta idea: al vaciamiento de las arcas del Estado y la fuga de capitales privados, la respuesta social fue unánime: “Que se vayan todos, no sirven para nada, nosotros los votamos, les delegamos la responsabilidad y ustedes nos traicionaron”.


Cómo cambia el punto de vista cuando las oportunidades se multiplican, cuando una rueda virtuosa se pone en marcha y empieza – lentamente, sin duda – a dar respuestas a algunos problemas. ¿Qué hacemos, celebramos lo hecho o nos quejamos por lo que resta? Nos descolocamos, perdemos la referencia, acostumbrados a señalar por décadas los mismos errores, nos corrieron el blanco de lugar y ahora no sabemos a quién tirarle la piedra que tenemos en la mano. ¿Y si apoyamos la piedra y pensamos un poco?


Vayamos a un ejemplo concreto: más allá de todos los enfoques posibles, es incuestionable que la economía crece sólidamente desde hace 8 años, lo que le permitió al Estado reducir su endeudamiento y afianzar sus políticas de alianzas territoriales autónomas de los centros económicos que rigieron nuestras finanzas desde siempre. Quedan otras deudas, por supuesto. Tenemos una economía todavía inmensamente inequitativa, con un sector capitalista que gana mucho a costa del bolsillo de los trabajadores y también de los recursos naturales. He aquí una de las paradojas: ¿valoramos que hay poco desempleo o criticamos que hay muchos pobres y poco cuidado de la ecología?


Muchos argentinos, expertos en levantar el dedo y señalar lo que le falta al otro, enseguida se preguntarían: “¿Cómo no ponerse del lado de los pobres y de la ecología?”. Y a partir de esta premisa – a mi modo de ver falsa – construyen un discurso que invalida todo lo que se hace.


El secreto pasa por no ver fotografías estáticas que recortan un instante a manera de diagnóstico, sino poder analizar todos los fotogramas que componen una película. El laburante que hoy es pobre hace una década era un desempleado. Tenemos que lograr que en 10 años esa persona siga trabajando y tenga además su casa; y que en 20 sus hijos estén entrando en la vida adulta con absoluta igualdad de oportunidades con sus congéneres. De la misma manera pasa con los recursos naturales: el productor agropecuario que hoy cambia la 4 x 4 todos los años, hace una década sólo tenía deudas; pero es necesario intervenir en la matriz del modelo sojero, que genera ganancias en efectivo y pérdidas en la riqueza del suelo. En 10 años tenemos que estar produciendo una gran diversidad de productos alimenticios, primarios y secundarios, con una mirada estratégica que vea más allá de la próxima cosecha; y en 20 años no debe quedar actividad en la Argentina que ponga en jaque la sustentabilidad de cualquier ecosistema, por lejano que esté de los centros de poder. Y todos debemos ser custodios de ello.


Estos ejemplos sirven para que todos nos podamos hacer preguntas sobre una infinidad de temas que derivan del presente que vivimos al país que soñamos, al lugar que deseamos para nuestro futuro. Hoy podemos decir que es posible proyectar y convertir algún que otro sueño en realidad. Hace 10 años no podíamos dormir.


Yo sueño con un país en el que nadie se muera de hambre ni de enfermedades prevenibles.


Sueño con un país en el que la salud y la educación pública vuelvan a ser una alternativa real, gratuita e igualitaria para todos los ciudadanos, no una condena para los pobres que no tienen otra alternativa.


Sueño con un país de puertas abiertas, con menos paranoias y más confianza. Sueño con una fuerza policial de la que algún día se pueda no sospechar.


Sueño con un país más federal, con múltiples oportunidades reales para que muchas familias deseen migrar internamente. Sueño con un país más comunicado, en el que haya mejores rutas, más ferrocarriles y no todo pase a través de Buenos Aires.


Sueño con un país en el que la igualdad de género sea una realidad, en el que cada quien pueda unirse con quien lo desee, en el que la mujer tenga igualdad de oportunidades en el seno de las familias, en los lugares de trabajo, en los puestos de poder.


Sueño con un país en el que no haya trata de personas y en el que vaya preso el que contrate a una prostituta. Sueño con que cada día haya menos violencia de género y menos mujeres sean golpeadas y asesinadas por sus parejas.


Sueño con un país en el que cualquier mujer, si lo desea, pueda interrumpir libremente su embarazo en un hospital público, aunque esto siga siendo un pecado para algunas religiones.


Sueño con un país más laico, en el que la Iglesia Católica reciba menos subsidios del Estado, intervenga menos en la educación y en la política. Sueño con que los sacerdotes puedan tener libremente pareja y que un día ya no haya más noticias acerca de curas pedófilos.


Sueño con un país que aproveche al máximo la diversidad de recursos naturales que el destino nos dio y lo haga de manera sustentable, sin avaricia y con inteligencia. Sueño con un país con menos minas a cielo abierto y más energía eólica.


Sueño con un país en el que los gobiernos nacionales, provinciales y municipales sean transparentes por definición y en los que robar sea una tarea tan complicada que no valga la pena intentarlo.


Sueño con un país que revalorice su historia, redescubra próceres como Rodolfo Walsh o Agustín Tosco y deje de lado a genocidas como Julio Roca y Pedro Aramburu hoy presentes en billetes, plazas, monumentos, calles y todo tipo de homenajes oficiales.

Sueño con un país que recupere tradiciones de nuestros pueblos originarios, les entregue las tierras que reclaman, los estimule a participar más activamente en la política. Sueño con una provincia indígena, por ejemplo, gobernada por comuneros, con representantes en el parlamento nacional.


Sueño con un país en el que el respeto por los derechos humanos sea una bandera del pasado, por todas y todos los que murieron en esa lucha; y también una bandera del presente, en el que haya respeto absoluto por todos los derechos de los habitantes del país.


Sueño con un país constructivo y no autodestructivo. Nuestra historia es la de permanentes autodestrucciones y aún hoy es una conducta que permanece y debemos aprender a domar.


Son todos sueños de un futuro que está presente, no son delirios alejados de la realidad, imaginados con ayuda de unas copas demás.


Hacer que un sueño sea realidad no tiene por qué depender de otro, de alguien alejado a quien sólo podemos reprochar o felicitar a la distancia.


La realidad es otra cosa, es cada día de nuestras vidas, cada persona que pasa a nuestro lado y nosotros estamos ahí para poder modificarla. Es cada chico que se muere de hambre, cada toba reprimido por reclamar que no lo echen de su tierra, cada mujer que muere en la paliza que le da su marido, cada adolescente que no puede rechazar la invitación de un policía a que robe para él, cada familia que deambula con sus pertenencias sin tener dónde dormir, cada barrio lleno de chicos enfermos porque no tienen agua ni cloacas, cada localidad vecina al campo en la que aumentan los casos de cáncer porque son rociadas con glifosato, cada persona que entrega retornos a un sindicalista para prestar un servicio en su obra social, cada automovilista que coimea a un policía para que no lo multe, cada legislador o cada funcionario que pone sus decisiones en venta al mejor postor.


¿Qué somos capaces de hacer cuando la realidad llama a nuestra puerta? ¿Qué sueños somos capaces de compartir?


El futuro está ahí para que lo hagamos presente. No olvidemos el pasado que también está y se resiste a quedar atrás.


Por un 2011 lleno de sueños que se hagan realidad.


lunes, 20 de diciembre de 2010

El Espacio Público

No es casual que casual que nuestro partido lleve por nombre el Encuentro, en un país que pasó por tantos desencuentros, tantas fragmentaciones, tantas experiencias que nos llevaron a la desconfianza, al desaliento y a la falta de esperanza en que vale la pena vivir acá, que tiene sentido trabajar, proyectar un futuro.

¿Y dónde ir al Encuentro de otras personas, dónde ir al Encuentro de otras ideas sino es en un espacio público, abierto, igualitario y democrático? En los 90 nos llenamos de espacios privados y San Isidro es fiel reflejo de una cultura que modificó por completo nuestra forma de vida. En pocos años vimos cómo la salud, la educación, los servicios públicos, los medios de transporte, todo pasaba a ser manejado como empresas privadas, sin tener en cuenta la función social que se cumplía, sin mirar si algunos pocos, o tal vez varios millones, quedaban afuera del círculo de privilegiados que podían pagar por mantener su calidad de vida.


Pero los servicios públicos no fueron lo único que se privatizó en los 90. El espacio público también se restringió y en vez de “barrios” empezó a haber “barrios privados”, con barreras y custodios; las plazas y los parques fueron descuidadas, o peor aún, fueron cercadas; muchos clubes cerraron, se demolieron, se convirtieron en proyectos inmobiliarios sólo aptos para pudientes; los centros comerciales de algunas localidades cayeron en desgracia frente a los shopping centres, con sus cines, patios de comidas y todo lo que supuestamente necesitábamos para ser felices y gastar los billetes convertibles a dólares que Cavallo nos imprimía.


Además, en el interior de nuestras casas, descubrimos a un compañero entrañable que se integró a todas las familias: el televisor, que a partir de la difusión del cable se esforzaba por ofrecernos cada día más opciones de entretenimiento. ¿Para qué hablar con el vecino si en la tele había 70 canales para ver? Fue el tiempo en el que todo el mundo salió a instalar rejas, cerraduras, puertas blindadas y garitas con vigilantes privados en las esquinas de muchos barrios.


Y con la privatización de los espacios públicos llegó, no casualmente en forma simultánea y también a través de la TV, un tema que se instaló de a poco y que nos empujó a meternos en nuestras casas: la llamada “inseguridad”, ¿les suena? Yendo un poco a la prehistoria de la inseguridad, tal vez una de las primeras inseguridades callejeras que se vivió en la Argentina fue durante la dictadura, cuando en operativos a cargo de paramilitares armados se llevaban gente, se robaban chicos y todo lo que se podían llegar a robar impunemente, a la vista de los vecinos. En todos los barrios hubo operativos y por miedo, de a poco, empezamos a meternos en casa, a desconfiar del vecino y a quedarnos en un lugar supuestamente seguro.


Claro que esa inseguridad que se vivía en las calles no se informaba en los medios de comunicación, oficialmente no vivíamos en peligro. El barrio anterior a la dictadura, el barrio de la infancia de quienes hoy tenemos más de 40 era precisamente ése en el que irrumpieron los operativos paramilitares. La calle todavía era nuestra. Los chicos andábamos con total libertad, se caminaba, se andaba en bicicleta, nuestros padres compraban en los negocios del barrio, no había hipermercados, había ferias ambulantes y negocios de todo tipo, conocíamos a cada vecino y a cada comerciante. Por la tarde los vecinos sacaban sus sillas a la vereda a tomar fresco y simplemente conversaban. No había qué temer, las madres sabían que si sus chicos estaban en la calle, aunque ellas no los vieran, siempre habría alguien mirando. Todos en general éramos los garantes de aquella seguridad y esa idea de comunidad que había fue uno de los primeros blancos que los militares salieron a destruir con el terrorismo de Estado.


Regresar el mundo hoy a ese momento previo a la dictadura es tan imposible como detener el tiempo. El miedo a estar en la calle quedó instalado como un fantasma, y para peor hoy no sólo hay 70 canales de TV, hoy tenemos a la computadora como una extraordinaria herramienta que nos abre una enorme ventana virtual, pero nos sigue dejando del lado de adentro de nuestras casas. Cambiar esto es complicado. Pero sí es interesante descubrir que, así como en otras cuestiones políticas hemos sabido desandar pasos equivocados y hoy el Estado, por ejemplo ha vuelto a ocupar un papel determinante en el manejo de políticas sociales, o en el control de la economía, de la misma manera como sociedad podemos revalorizar el espacio público, re-ocuparlo, y asumir que ahí está una de las claves de lo que se llama inseguridad.


Por supuesto que bajar los índices de criminalidad es más complejo que simplemente estar en la calle y mirar; además hay que trabajar para impedir el accionar de bandas de delincuentes y mejorar el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la policía, los jueces que muchas veces resultan ineficaces y otras terminan siendo cómplices de delitos. Pero ocupar el espacio público es fundamental para no dejarles la “zona liberada” a quienes aprovechan que estamos mirando la tele para hacer sus negocios.


Hoy el espacio público vuelve de a poco a estar en las prácticas de muchas argentinas y muchos argentinos que empiezan a tener la calle como un escenario más, a veces de mucho conflicto, como son las protestas que cortan el tránsito y nos ponen de mal humor, pero que están expresando reclamos sociales que, salvo excepciones, son genuinos y tienen que ser atendidos; la calle también es un espacio para la celebración, como lo fue en mayo pasado con el Bicentenario y millones de argentinos en las plazas de todo el país; y otras de congoja y demostración política, como lo fue en los funerales de Néstor Kirchner. Qué sorpresas, qué alegrías se generaron en estos meses al encontrarnos todos en las calles y reconocernos como parte de algo, como parte de un mismo espacio público que nos hermanaba y nos daba una identidad.


En todos los casos el espacio público es un escenario de valor político, en el que todas nuestras voces tienen que hacerse oír, en el que tenemos que estar presentes. Es un escenario que hay que defender, como por ejemplo el de la educación pública, en el que también tenemos que estar desde adentro para mejorarla, para cuidarla, para promoverla.


En estos años, de los 90 para acá, muchas veces nos hemos acostumbrado a comprar privilegios, como cuando se paga una cuota cara de un colegio privado, simplemente porque se puede. Pero hay valores que no tienen precio, como la igualdad de oportunidades para todos, tengan el poder adquisitivo que tengan. La igualdad de oportunidades no es algo por lo que tengan que pelear aquéllos que no la tienen: es una condición por la que tenemos que luchar todos, para entender de qué hablamos cuando decimos que queremos vivir en una sociedad más justa y más equitativa.


Recuperemos el espacio en el que podamos ir al Encuentro del otro y al Encuentro de la igualdad de oportunidades; vivamos plenamente el barrio, la esquina, la plaza, el club, la escuela, los espacios en los que nuestros hijos puedan jugar, crecer y educarse, en los que se genere todo tipo de expresiones, donde podamos hablar de política y podamos recuperar el protagonismo para elegir libremente cómo queremos vivir y no resignarnos simplemente a obedecer.

martes, 10 de agosto de 2010

¿Qué debe hacer un militante?

Somos parte de un partido que se propone como una alternativa a las construcciones políticas tradicionales de la Argentina y que hace de la coherencia entre las ideas y las acciones uno de sus principales ejes. Desde este punto de partida, y a diferencia de lo que pasa en otros partidos, la militancia del Encuentro está integrada casi en su totalidad por personas que no están rentadas, que no viven de la política y que emplean parte de su tiempo libre para dedicarlo a la política.


Esto genera que nuestras acciones tengan a veces una dificultad concreta a la hora de llevarlas a cabo, dada la falta de tiempo, de energía o de recursos, complicaciones todas provenientes de las condiciones de las que partimos como constitutivas de nuestra identidad, como definición colectiva respecto de cómo ejercer la política.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo romper esa lógica según la cual queremos cambiar las viejas formas de militar en la Argentina pero quedamos atrapados de la imposibilidad de concretar las nuevas? ¿Cuáles son los límites de esta disyuntiva?

Parte de las respuestas que se buscan tal vez empiecen a aparecer si se admite que la militancia, como toda actividad en la que uno pueda involucrarse, genera derechos y obligaciones para con el resto del grupo en el que uno se inserta.


Resulta obvio, pero fundamental, aceptar como punto de partida que la militancia es una actividad plenamente voluntaria y libre, en la que nadie debe sentirse obligado a hacer algo con lo que no esté de acuerdo o que vaya contra sus intereses o convicciones. Pero también debería estar igualmente claro que, como actividad colectiva que es, las responsabilidades deberían estar asumidas de forma solidaria por el conjunto de quienes las deciden, las discuten y las aceptan.


En nuestro grupo da la sensación de que el debate ideológico es muy rico y son muchas las voces que se oyen al respecto en las diferentes reuniones en que se plantea; sin embargo no pasa lo mismo cuando se trata de debatir cuestiones estratégicas, iniciativas concretas o actividades que se proponen para organizar. La falta de debate al respecto podría interpretarse como un acuerdo tácito y elocuente o también como una dificultad a la hora de disentir con lo que se está proponiendo.


Si vamos a un ejemplo concreto, se plantea la idea de una actividad como abrir una mesa y es habitual que una pequeña minoría de nuestros militantes se ofrezca. Si entre todos estamos de acuerdo en que la difusión de nuestras ideas es importante y que nuestra presencia permanente en la calle, de cara a los vecinos, es fundamental, entonces también todos deberíamos asumir esta responsabilidad. La tarea consiste en estar cada tanto (pongamos al menos una vez por mes) dos o tres horas en la calle, conversando con la gente, repartiendo volantes, vendiendo periódicos, difundiendo nuestras actividades; si este esfuerzo se divide entre todos, su dimensión se achica y se comparte, lo que lo hace más llevadero. Sin embargo esta lógica se aplica sólo parcialmente en la realidad.


El mismo razonamiento puede aplicarse al tema fundamental de nuestro financiamiento. Nuestro partido no se financia a través de cargos en el Estado ni por medio de fondos en negro aportados por empresas. Por el contrario, son los propios militantes los que, por medio de bonos y de forma absolutamente transparente, a portan para cubrir los gastos que se generan.


En lo particular, está claro que hay responsabilidades asumidas, como alquilar el local para nuestra sede o imprimir material para difundir nuestras actividades, y que éstas no son compartidas de forma equitativa por todo el grupo, algunos ponen más que otros, y varios no ponen nada. Tal vez muchos no estén en condiciones de aportar de sus propios bolsillos, pero nadie está exento de buscar alternativas y hacer un esfuerzo por conseguir los recursos o producirlos de alguna otra manera para repartir entre todos el esfuerzo económico.


Esta idea simple de repartir entre todos el esfuerzo militante se complica a la hora de ponerse en acción, aún habiéndose producido un claro aumento del número de militantes en los últimos meses. Más allá de explicaciones concretas que puedan explicar algún que otro caso, tal parece que lo que falta es más debate sobre cómo manejarnos, qué iniciativas tomar y cuáles no, para no generarnos expectativas ilusorias, que después no podremos cumplir y que por consiguiente nos generarán frustración.


A continuación se destacan algunas de las acciones concretas que como militantes solemos encarar, la lista de las responsabilidades que entre todos deberíamos asumir.


Financiamiento

  • alquiler de nuestra sede.
  • materiales necesarios para el desarrollo de actividades.


Difusión

  • promoción y venta del periódico partidario.
  • apertura de mesas, volanteo, charla con vecinos.


Capacitación

  • organización de charlas, cine-debate.
  • participación en seminarios, charlas, cursos, etc.


Vinculación con otros militantes y dirigentes

  • organizaciones sociales.
  • representantes de otros partidos del Nuevo Encuentro.
  • representantes de organizaciones sindicales.


Desarrollo de áreas de interés:

  • juventud.
  • género.
  • sindical.


Participación en:

  • actos.
  • marchas, demostraciones de protesta.
  • plenarios o asambleas partidarias.


Interpelación en temas territoriales

  • Concejo Deliberante.
  • diagnóstico de conflictos locales.
  • difusión local, desarrollo y redacción de un medio de difusión local.

Atención a requerimientos legales

  • afiliaciones.
  • adhesiones.


Como se advierte, la cantidad y variedad de actividades y responsabilidades a cubrir es inmensa. En esta instancia en la que todavía estamos formándonos como grupo de trabajo tal vez sería contraproducente pretender cumplir a rajatabla con todos estos objetivos, se sabe que el que mucho abarca, poco aprieta. Pero bueno es tener presente a qué se le apunta para que poco a poco vayamos encontrando las formas en que todo esto vaya siendo posible y de forma que nadie resulte sobrecargado o perjudicado.

lunes, 5 de julio de 2010

Vamos al Encuentro

Algunas semanas después de los festejos populares por el Bicentenario, es un momento interesante para analizar algunos cambios que inocultablemente la sociedad argentina comienza a exhibir y plantear también nuevos desafíos.

¿Qué significa el hecho de que millones de personas salgan a la calle por algo más que el fútbol, único motivo histórico de jolgorio popular?

En principio podemos afirmar que, si compartimos una visión crítica no sólo acerca de los golpes de Estado y la violación de los derechos humanos sino también de hechos más remotos como el avasallamiento de los pueblos originarios, esta nueva lectura colectiva de la historia necesariamente cambiará también la interpretación de nuestro presente y de nuestro futuro.

A pesar del mal humor que intenta fogonearse desde los multimedios interesados en conservar sus privilegios políticos y económicos, hay una sociedad que poco a poco cambia su imagen llorona, criticona y melancólica, para acercarse a una actitud más adulta y autocrítica, más constructiva y positiva, más consciente de nuestros defectos y de nuestras virtudes.

Hay diversos hechos que pueden parecer aislados o minúsculos, pero a mi entender son parte de este mismo fenómeno:
• El afectuoso recibimiento de la Marcha de los Pueblos Originarios a lo largo de todo el país. Miles de indígenas marcharon en paz por nuestro territorio, reclamando el reconocimiento de derechos como la propiedad de las tierras y la libertad de culto.
• La reapertura del puente que une Gualeguaychú con Fray Bentos: luego de 3 años los ambientalistas accedieron a ceder en su protesta pero en virtud de un escenario en el que la principal beneficiada es la ecología del río Uruguay, que ahora será enteramente monitoreada por un ente binacional.
• La constante lucha a lo largo del país de grupos de vecinos que denuncian emprendimientos mineros, turísticos o inmobiliarios que buscan sólo el rédito económico para un minúsculo grupo inversor.
• La discusión pública de temas como la libertad de expresión o de género; el debate de proyectos como el matrimonio entre personas del mismo sexo o la libre interrupción del embarazo; el intercambio sobre qué significa realmente redistribuir los ingresos. Son todos temas que se conversan y que necesariamente darán a luz nuevos consensos y nuevas formas de relacionarnos.

Poco a poco queda claro que ante un conflicto determinado la culpa no es siempre de otro. Los argentinos hemos cometido ya muchos errores colectivamente como para seguir arrogándonos la soberbia de otros tiempos. Hemos aprendido a los golpes y seguramente nos queda todavía mucho por aprender. Pero resulta innegable un crecimiento, una madurez en ciertas conductas que hablan de cambios que algunos todavía se niegan a ver o a aceptar.

La sensación es que poco a poco cada habitante de la Argentina comienza a sentirse ciudadano, ya no sólo somos parte de la hinchada de los mundiales, sino que también podemos juntarnos con otros fines y con otros motivos. ¿No resulta curioso que el himno antes de los partidos internacionales se cante con más fervor ahora que se usa la introducción coreada en lugar de la versión clásica? Con menos palabras logramos decir más cosas.

Durante los años 90, una gigantesca desmovilización política e ideológica, nos llevó a mirar para otro lado mientras se robaban hasta los cubiertos de nuestra casa, y así llegamos a fin de 2001 y nos dimos cuenta que ni casa nos quedaba. Desnudos en todo sentido, tuvimos que empezar de cero.

Casi una década más tarde hay partes de nuestras nuevas casas que empiezan a estar sólidas, y eso resulta más claro cuando las construcciones del resto del planeta se sacuden con el temblor de los mismos mercados internacionales que nos habían condenado a nosotros.

En otros épocas la respuesta más normal a una crisis como la que afecta a gran parte del planeta hubiese sido una corrida cambiaria, una movida especulativa, el recambio de un par de ministros, rumores de renuncia presidencial. Sin querer analizar aquí la conducta de nuestra presidenta, lo que se destaca es que no hay espacio social para el abismo, costó mucho trabajo recomponernos de nuestras heridas como para querer saltar de nuevo al vacío.

En este sentido, el compromiso de muchos con diferentes posturas políticas de a poco también se hace notar y permite observar un rebote, un acercamiento al debate, pero también una aceptación de la necesidad de participar activamente en espacios políticos, en asambleas, en sindicatos, en espacios comunitarios o de acción social. Hay muchos que ya comparten la idea de que la acción del Estado es importante pero insuficiente, no todo puede ni debe quedar relegado a ese Estado, sino que cada uno de nosotros puede y debe comprometerse también para intervenir en las problemáticas y en definitiva también incidir en las políticas de tal Estado.

Esta coyuntura histórica que nos toca vivir resulta contradictoria y llena de grietas. En medio de tantas novedades para destacar es innegable que hay muchos problemas que aún están en el debe y que resulta imprescindible intentar solucionar. Como en tantas otras cuestiones tenemos un vaso que estaba vacío y ha empezado a llenarse: ¿cómo debemos analizarlo?

La buena noticia acerca de un mayor acercamiento de la sociedad a la participación en actividades políticas trae también una mala noticia: todavía es insuficiente el número de personas comprometidas en acciones concretas; aún hay muchos que participan a la distancia, que se informan, que opinan, que tal vez desarrollan algún punto de vista novedoso, pero todavía lo hacen desde la seguridad de sus casas, desde la gran libertad de acceso a la información que resulta Internet.

Todavía son muchos más los que oyen que los que hablan; todavía son muchos más los que miran que los que muestran; todavía son muchos más los que obedecen que los que proponen.

Como parte de esa coyuntura contradictoria en que vivimos, la reforma política recientemente reglamentada por el Poder Ejecutivo nos pone en el camino nuevos desafíos a aquellos que creemos que es necesario construir nuevas formas de acción política, por fuera de los partidos tradicionales. Más allá de aspectos interesantes que se incorporan como la eliminación de listas espejo y colectoras, o la regulación más transparente del financiamiento de las campañas electorales, lo que esta reforma política viene a hacer es a elevar mucho los requisitos que una fuerza debe reunir para presentarse en elecciones, lo que necesariamente provocará que sea muy difícil generar nuevas propuestas.
Uno de estos nuevos requisitos tiene que ver con la cantidad de afiliados, que se eleva al 0,4% de los empadronados. En un distrito como San Isidro, con 240.000 habitantes empadronados en condiciones de votar son necesarios casi mil afiliados para tener una personería.

Seguramente hay mucho más que mil personas dispuestas a votar al Encuentro en elecciones, de hecho en las de 2009 la lista de diputados nacionales encabezada por Martín Sabbatella alcanzó el 5,05% con 8925 votos. Pero ¿hay mil personas en San Isidro dispuestas a afiliarse? ¿Hay mil personas dispuestas a dar su granito de arena, a ser algo más que un voto cada dos años y ayudar al crecimiento de una fuerza que sin duda representa los ideales, las críticas y las ilusiones de muchos?

El Encuentro es un espacio en crecimiento, en formación, muchos y muchas valoran el aporte de apoyos y críticas en medio de un proceso de transformaciones muy amplias. En mi opinión, acompañar un proyecto implica salir a poner el cuerpo si éste está en peligro. Y hoy el Encuentro necesita abrazarse con todos aquellos que acompañan su trayectoria y concretarlo en afiliaciones, en documentos que el Estado nos exige para ser verdaderamente una opción en futuras elecciones. Somos muchos, pero tenemos que ser muchos más.

Una vez más, la sociedad tiene la palabra. Como siempre, eso ya lo sabemos, ya no permitiremos que nos la vuelvan a quitar. Nunca Más.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Dar la cara

Ayer hice algo inédito: fui a presenciar una sesión del Concejo Deliberante de San Isidro. Esto es algo que cualquier hijo de vecino puede hacer, ir a ver en la cara cómo trabajan, cómo opinan o cómo se callan la boca aquellos a los que uno vota para que después lo representen. Pero claro que casi ningún hijo de vecino hace esto.

Y no digo que porque yo me haya atrevido a trasponer esa franja que nos separa a los representados de los representantes, yo sea mejor o peor que el resto. Hablo del hecho de que votantes y votados estamos claramente separados, estamos en espacios diferentes, hablamos idiomas distintos, tenemos intereses diversos y muchas veces también opuestos.

Foto de la sesión del 5 de mayo de 2010 publicada en medio zonal. Al fondo a la derecha estoy yo.

En mi opinión la democracia representativa, la delegación de poder en otro a través del voto, nace de la idea tácita de la confianza que implica tal gesto. Y esa confianza no puede menos que nacer del conocimiento, de la cercanía, de la certeza de que esta persona en quien yo delego está capacitada para hacerse cargo de esta responsabilidad.

Nadie, por ejemplo, le encargaría que cuide a sus hijos a un desconocido; seguramente va a querer entrevistarlo previamente, disponer de otras referencias, palpar cómo es esa persona. En cambio con el voto a veces nos conformamos con una campaña ganchera, con un buen eslogan y una iluminación cuidada en los spots publicitarios. Y otras veces ni eso: votamos directamente a desconocidos, en particular cuando elegimos concejales.

Así fue que, por ser parte de la práctica política habitual de esta sociedad, me encontré con una serie de ilustres desconocidos, muchos de los cuales no tienen ninguna intención de que se sepa quiénes son y a qué se dedican. Y no estoy hablando de "ser famoso", que eso hoy en día queda más para los rincones del escándalo o la proeza, únicas condiciones requeridas para acceder al salón de la fama. Hablo simplemente de que alguien conozca la cara, el nombre y si es posible alguna idea de al menos un concejal.

Lo que pude ver ayer fue más de lo mismo: un sistema político vaciado de contenido, con dirigentes (en este caso legisladores) más preocupados por la puesta en escena que por el fondo de las cuestiones, más atentos a la chicana y la provocación que al debate real y el intercambio de ideas.

Por empezar comprobé algo que me habían advertido: en el Concejo Deliberante de San Isidro, tan Honorable como tantos otros, no se ponen a consideración proyectos incómodos para el oficialismo, no se debaten temas sobre los que no se va a aprobar una ordenanza o algún tipo de pronunciamiento.

En San Isidro, el Poder Legislativo, que debería controlar y complementar al Ejecutivo, no discute nada, es apenas una pieza más de un engranaje aceitado que empieza en la cabeza del intendente Gustavo Posse, pasa por el bloque de concejales oficialistas más algunos bloques “no opositores” (a lo Cobos, ¿no?) y termina en una multitud de empleados municipales que son parte del aparato político que gobierna San Isidro desde que volvió la democracia en el 83. Primero desde el radicalismo, después como movimiento vecinalista (cuando ser de la UCR era mala palabra), luego como kirchneristas (cuando Gustavo Posse soñaba con ser el vice de Cristina) y ahora de nuevo radicales (cuando los K no les dieron el protagonismo que esperaban y cuando Cobos se volvió popular en una trasnoche no positiva).

Entonces una sesión ordinaria del Concejo Deliberante se vuelve un mero trámite burocrático en el que la presidenta del cuerpo pone a consideración una variedad de proyectos previamente acordados y que los legisladores apenas se molestan en votar a mano alzada. Se entiende que el cuerpo deba aprobar a veces cuestiones menores, de índole administrativa o protocolar, al estilo “Se felicita a la escuela número 78 por sus 25 años de vida”. Pero sorprende que tales expresiones no se complementen con otras más de fondo.

Y en los escasos puntos en los que asoma alguna falta de consenso, lo que aparecen son floridos discursos en los que la picardía y la chicana se destacan por sobre la argumentación de fondo y lo que queda es un gran esfuerzo por cumplir con las formas, con la apariencia de la política, pero también con un gran vacío de contenido.

Veamos algunos temas sobre los que se pidió la palabra en la sesión de ayer:
  • Se rescató la honorabilidad y el buen nombre del Vicepresidente Primero del Concejo, Alfredo Laguzzi, quien había sido señalado por distintos medios de comunicación zonales como relacionado con un potencial negociado inmobiliario en el incendiado Teatro Bristol, de Martínez. Las notas que se habían publicado carecían de información y abundaban en imprecisiones, lo cual ayudó a simplificar la tarea del desagravio a Laguzzi y a no tener que abundar en temas incómodos como que Laguzzi es copropietario de una empresa constructora que ha hecho varias torres en San Isidro, como las que tal vez algún día se edifiquen en el terreno del Teatro Bristol.
  • Se discutió acerca de una carta de protesta del dueño de un bar porque se había hecho una reunión política en las instalaciones de su comercio sin su permiso. En este caso, en lugar de debatir abiertamente que en San Isidro no hay lugares donde organizar reuniones políticas y que los clubes y organizaciones intermedias son presionados por el oficialismo para impedir que se concrete cualquier reunión de algún grupo opositor, se terminó discutiendo sobre lo formal: si está bien o mal reunirse en la vereda, si hay que ofrecerle explicaciones al dueño del bar o si es mejor no hacer nada. Ante la poca consistencia del planteo opositor y el nulo interés del oficialismo por debatir este tema, la carta pasó rápidamente a comisión, donde posiblemente dormirá eternamente.
  • Casualmente, sin que se lo relacione desde ningún bloque con el tema anterior, el HCD de San Isidro emitió una declaración en contra de la censura y a favor de la libertad de expresión. Esto se hizo en el contexto de la guerra mediática que sostienen el gobierno con los grupos monopólicos encabezados por Clarín acerca de la Ley de Medios Audiovisuales sancionada en 2009 y aún no puesta en vigencia. La declaración no acusa a nadie de estar censurando, es absolutamente formal y no tiene ningún efecto político más que el de alinearse con los grupos monopólicos que acusan al gobierno de querer controlar los medios.
El mismo día de la sesión recibí un comunicado de CICOP - Asociación Sindical de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires, en el que se denuncia (y no es la primera vez que lo hacen) que en San Isidro “las autoridades de Salud Pública y del Hospital son las responsables del deterioro institucional”. A pesar de contar con una gran cantidad de información y fundamentos preocupantes acerca del estado de los hospitales y de cómo se trata a profesionales y pacientes, tal denuncia no tiene eco en el Honorable Concejo Deliberante de San Isidro en el que dos veces al mes y durante un par de horas, nuestros legisladores se reúnen a levantar la mano y debatir los temas que son de verdadera importancia para la comunidad.

lunes, 22 de febrero de 2010

Guerra de verdades

En toda guerra se sabe que la primera víctima es la verdad, si es que ésta alguna vez tuvo vida. Hablando en términos de sociedades y medios de comunicación, tengamos en cuenta que la complejidad y diversidad de sus habitantes de por sí ya es un gran obstáculo para alcanzar el objetivo común de acordar qué es verdad y qué es mentira.

Pero, ¿qué es la verdad sino una construcción parcial, un recorte, una interpretación de quien la emite, una recepción entrecortada de quién la recibe, un malentendido de quien trata de interpretarla? Todo esto que se afirma en esta nota, de hecho, podrá ser verdad para muchos y para otros sin duda será mentira o en el mejor de los casos, una verdad a medias.

La sanción de la Ley de Servicios Audiovisuales en 2009 puso de relieve como nunca esta imposibilidad de acordar colectivamente ciertos consensos en la Argentina y llevó a cavar dos trincheras desde las que se ataca permanentemente al bando enemigo: de un lado está el gobierno, los medios estatales y algunos comunicadores que ven con buen ojo la apertura de nuevos espacios; en el otro está la corporación mediática, encabezada por Clarín y su grupo multimediático, con el seguimiento a coro de lo que llaman “la oposición” y es en verdad sólo una parte de ella. En el medio muchos no logran identificarse con ninguna de las dos trincheras y a veces quedan expuestos al intercambio de proyectiles, sin saber dónde encontrar refugio.

Esta guerra de los medios, retratada por ejemplo esta semana por el periodista Luis Bruschtein en Página 12, nos pone a todos ante situaciones que desconocíamos en las que empiezan a caerse las caretas de los grandes medios, que antes disimulaban sus intereses políticos y económicos detrás de cierta prolijidad, una fachada más o menos bien cuidada que le daba credibilidad al paquete completo. Hoy esto cambió, y más que nunca está claro que la corporación mediática tiene primero que nada intereses económicos que no son otros que los de aquellos que se beneficiaron con las políticas económicas que se vienen ejecutando en la Argentina desde la dictadura militar.

Clarín ya era “el gran diario argentino” en 1976, pero fue a partir de ese año, con su apoyo a la dictadura y el acuerdo con el Estado para comprar Papel Prensa, que empezó a ser grande en serio. Para el desprevenido que no lo tenga claro, David Graiver, que era dueño de la parte que luego compran Clarín, La Nación y La Razón había sido asesinado. Sus familiares fueron detenidos por agentes de seguridad y en esas circunstancias firmaron los papeles de venta. Pueden conocer más al respecto en el relato de uno de los familiares.
Dos años más tarde el dictador Jorge Rafael Videla inauguró la planta de Papel Prensa junto a la dueña de Clarín Ernestina Herrera de Noble, en una velada que quedó retratada para la posteridad.

27 de septiembre de 1978. No hay verdad más elocuente que una foto (aunque también existe el retoque digital). En los tiempos de este retrato en la Argentina ya había miles de desaparecidos y en Clarín y La Nación no se había podido leer nada al respecto.

Hace pocas semanas, en ese habitual cruce de disparos entre trincheras, la presidente CFK habló sobre aquella transacción fraudulenta y el directorio de Papel Prensa salió a contestarle. Pueden saber más al respecto en esta crónica. Pero resulta curiosa la siguiente afirmación en el comunicado de Papel Prensa: “Se ha hablado de un supuesto 'precio vil'. Sería importante destacar en este punto que jamás esta empresa ha tenido conocimiento de reclamo alguno de los vendedores”. ¿Cuál es la verdad en este caso? Probablemente sea cierto que nunca haya habido reclamos, pero, dadas las circunstancias, ¿alcanza eso para ser “la verdad”? ¿Era "la verdad" lo que se publicaba en aquellos años en las páginas de Clarín y el resto de los diarios o sólo una parte de ella? Por supuesto no hay explicaciones al respecto de parte de los responsables de estos medios, debe ser complicado justificar cuando la omisión se parece tanto a la mentira.

Clarín se ha especializado en las últimas décadas en hablar en nombre de “la gente”, su supuesto talento es ser el vocero de los ciudadanos cuando en verdad no es un medio que esté escuchando a sus consumidores sino que es una empresa muy poderosa que nos está sugiriendo permanentemente qué tenemos que hacer, decir y pensar. Detrás de un fabuloso circo montado a base de fútbol, telenovelas, shows con escándalos y mujeres semidesnudas, se ofrece una batería informativa siempre alarmante; y más atrás aún, lejos del registro de "la gente" se esconde un pequeño grupo de personas que no piensan en hacer “periodismo independiente”, sino en hacer grandes negocios.
Al respecto, es bueno el razonamiento que hacía Jorge Lanata en este fragmento de su programa del año pasado cuando hablaba de esta manera sobre TN y su campaña contra la Ley de Medios.


En la otra trinchera hay un gobierno que ha hecho algunas cosas bien, como sancionar precisamente la Ley de Medios, pero que lo hace todo desde la perspectiva de su propia conveniencia y en función de sobrevivir aferrados a sus puestos de poder. ¿Está bien que Clarín pierda los derechos que inescrupulosamente acaparó durante más de dos décadas para transmitir el fútbol en exclusividad? Claro que está bien, pero la imagen se borronea cuando el Gobierno se otorga a sí mismo esa misma exclusividad y paga por los servicios de producción el triple de su valor. ¿Esta bien que el gobierno use los medios estatales para defenderse en esta guerra mediática y planee multiplicarlos y crear nuevos canales y radios? Por supuesto que sí, pero la idea pierde nitidez cuando se advierte que en los medios estatales sólo hay oficialismo y autobombo y queda poco espacio para el disenso.

Al respecto encontré una polémica entre el programa “6, 7, 8” de Canal 7 y el periodista Pablo Sirvén, del diario La Nación. “6, 7, 8” es el programa insignia de la defensa oficialista y lo hace con un panel de periodistas e invitados que inevitablemente están de acuerdo en algo: no tanto en defender al gobierno como en denunciar a sus enemigos.


Por informes como éste han demostrado que es un programa en el que, desde una óptica inocultablemente oficialista, buscan aportar reflexión y argumentos a este momento histórico y político que vivimos. Es interesante lo que señala Luciano Galende en el video posteado, cuando habla de la “pérdida del pudor”, cuando desde las grandes corporaciones mediáticas se miente inescrupulosamente con tal de debilitar al gobierno al que ahora se oponen. Porque hay que recordar que este divorcio entre el establishment mediático y los Kirchner es posterior a la presidencia de Néstor, que gobernó cuatro años con el coro de aplausos y tapas favorables en la mayoría de los diarios. Chequeen por ejemplo estas dos tapas de Clarín, la primera el domingo (día de mayor circulación) 7 de octubre de 2007, dos semanas antes de las elecciones nacionales. La otra de este verano 2010.
7 de octubre de 2007

7 de febrero de 2010

En las dos el gobierno quiere hacer algo con fondos del Estado. Según Clarín en la primera el Gobierno “libera” los fondos; en la segunda quiere “usar” las reservas y hasta en el copete sugiere entrelíneas que hace “ofrecimientos” aparentemente non sanctos. Y no se pierdan arriba a la derecha el recuadro para la hotelería en el sur como una pasión K. ¿Quién sino Clarín impuso la K como un adjetivo calificativo y negativo?

Hablaba de una polémica entre “6, 7, 8” y Pablo Sirvén, periodista de espectáculos que publicó en el diario La Nación la siguiente crítica al programa, como si sólo estuvieran hablando de eso, de espectáculos.

“6, 7, 8” podrá ser o no del agrado de Sirvén o de quien sea, pero resulta vergonzosa la comparación que hace con el noticiero de la dictadura “60 Minutos”, famoso por liderar la campaña de desinformación que hubo en la Argentina durante la guerra de Malvinas. Y resulta más curioso que se lo haga desde las páginas de La Nación, diario que acompañó a los jerarcas de la dictadura tanto en la guerra de Malvinas como a lo largo de todo el trágico Proceso y que calló en esos años todos y cada uno de sus crímenes. Realmente son bajezas que muestran hasta qué punto están jugados estos grupos a no ceder más espacios y a recuperar si pueden los ya perdidos.

Y acá entra otro debate que excede a las grandes corporaciones: ¿cuál es el papel de los periodistas, el de las personas que trabajan en esas empresas o para el Estado, el de los profesionales que ponen su nombre, su apellido y su historial como coartada, como paraguas protector para sus propios empleadores? ¿Es que ya no queda lugar para la libertad de opinión en esta guerra mediática? ¿No hay lugar para correrse de esta pelea y opinar diferente o proponer algo nuevo? Tal parece que sólo queda alinearse y disparar hacia la trinchera de enfrente.

Cuesta entender a periodistas que a lo largo de sus carreras han demostrado con hechos que defendían la libertad de expresión, verlos ahora defender los derechos de las grandes empresas que les pagan suculentos contratos en contra de un gobierno al que aborrecen. No estamos hablando de monigotes como Gustavo Sylvestre y Marcelo Bonelli que remedan en TN a lo peor de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, tanto en sus épocas de la dictadura como en las de los 90 cuando Menem convertía el país en un shopping y rifaba todo al mejor postor. No, estamos hablando de Magdalena Ruiz Guiñazú y su oposición al la Ley de Medios, de Ernesto Tenembaum y su violento cruce con el diputado Agustín Rossi, de Alfredo Leuco diciendo los otros días en la radio que “hay olor a 2001”. De Sergio Lapegüe en TN poniendo cara de “buenos amigos” y haciendo papelones como éste.


Como en esta guerra no queda otra que alinearse, yo hago como los de “6, 7, 8” y miro más en contra de quién me siento identificado. Y ahí no tengo dudas que estoy en la vereda de enfrente de la corporación mediática. Pero hay mucha gente que queda confundida en el medio de ese repiqueteo cotidiano y no sabe para qué lado salir disparada. Hablando de repiqueteo, como final les dejo una versión muy buena de un comercial que anda dando vueltas por ahí. Y a ponerse el casco, que esto va para largo.