miércoles, 17 de junio de 2009

El conflicto

Antes de convertirme en un político nuevo, y durante esta experiencia también, porque de algo hay que vivir, fui y soy guionista, uno de los tantos oficios que intentan nutrir de contenido a nuestra TV. Por imposible que resulte mi misión (la de darle contenido a la tele) de vez en cuando me las arreglo para quedar conforme con algunos de los productos que salen de las teclas de esta computadora.

Una de las primeras cosas que se aprende cuando se es guionista es a usar el conflicto como motor del relato. Ya sea una ficción o un documental, pero también se lo puede detectar en cualquier reality show, programas de juegos, noticieros y hasta en los programas de chimentos, el conflicto busca atrapar al espectador y revelarle lo más tarde posible cómo se desata ese nudo.

¿Qué tiene el conflicto que no tenga la felicidad? ¿Qué lo hace tan interesante? Que es en esa condición en la que se ve la verdad más incuestionable. Que es en conflicto cuando menos mentimos, porque es en conflicto cuando nuestras acciones se vuelven elocuentes; y por más que digamos que amamos a la protagonista del film, si no estamos dispuestos a dar la vida por ella, en verdad mostraremos indiferencia.

En el conflicto las acciones tienen mucho más peso que las palabras. Y cuando un gobernante dice que ayuda a los pobres pero en las acciones beneficia mucho más a los ricos que aumentan sus fortunas mientras aquéllos incrementan sus miserias, ese gobernante tiene un conflicto claro: no puede ayudar por igual a pobres y ricos, y tiene que elegir. Lamentablemente ya sabemos cómo eligieron todos los que han tenido la oportunidad de hacerlo.

Al igual que en la ficción del cine y al igual que en las ficciones que se construyen en los noticieros y reality shows, en la vida real el conflicto es el motor principal de nuestras acciones, al menos de las más relevantes. Si nos sobra dinero, elegir un regalo en una vidriera o decidir hacerlo más tarde después de almorzar, es una decisión totalmente intrascendente, que seguramente no estaría en ningún relato serio. Pero si sólo nos quedan $20 y de verdad son nuestros últimos $20, resolver qué haremos con ellos es una decisión complicada y a la vez interesante de conocer.

En los asados y cumpleaños todos podemos ser buenas personas, contar chistes y participar alegremente de la vida de un grupo de amigos o conocidos. Ahora, si resulta que el anfitrión nos debe un dinero que nos pidió prestado y que se excusa en no poder pagarlo, y contradictoriamente comprobamos la gran vida que se da y cómo despilfarra lo que tiene, nuestra incomodidad en esa reunión será manifiesta. ¿Qué haremos, lo enfrentaremos, lo haremos ahí mismo frente a todos, lo dejaremos pasar? El conflicto nos envuelve y nos define, no deja lugar a dudas, más allá de lo que podamos decir, las que quedan son nuestras acciones.

Toda esta gran parábola alrededor del conflicto viene a cuento en un país que vive políticamente en conflicto. Y los personajes de esta historia, cada uno de los habitantes de la Argentina, tienen en pocos días una vez más la oportunidad de hacer algo y revelar su verdadera personalidad.

Con un antecedente cercano en la votación de 1995 en la que nadie reconocía haber votado a Menem y éste había ganado con el 50% de los votos, los porotos que se cuenten el 28 de junio a la noche hablarán de lo que somos y de lo que hacemos.

Ni ésta ni ninguna elección son en definitiva intrascendentes, ya que la construcción que se hace con la suma de ellas determinan quiénes nos gobiernan. Si permanentemente renegamos de los políticos de turno, si estamos de acuerdo en que son necesarios muchos cambios, tengamos claro que lo que hagamos en el cuarto oscuro tendrá una incidencia directa, tal vez no en el corto plazo, pero sí a la larga.

Estamos en conflicto, veamos qué hacemos como sociedad y después la seguimos.

lunes, 8 de junio de 2009

El voto pobre

No hace falta estar muy informado para saber que la actividad política está llena de pequeños buitres que viven de la carroña que pueden extraer de la miseria de la gente. El llamado "clientelismo político", es una forma muy instalada de relación entre los políticos y los problemas de la gente a la que representan.

Vale subrayar esto: se habla de clientelismo, porque hay clientes, los pobres dejan de ser representados para ser considerados clientes de una maquinaria política y económica. Para algún desprevenido que pueda haber oído hablar de esto y no tiene una idea clara de qué se trata exactamente, paso en limpio algunas de sus características:
  • los involucrados son siempre muy pobres y necesitados, muchos tienen poco o nada de trabajo, escasa educación, vivienda precaria, familia numerosa, lo que puedan recibir es su principal estrategia de supervivencia.
  • están a merced de lo que el Estado pueda hacer por ellos pero, a partir de los años '90, con las privatizaciones y el permanente retroceso del Estado, la cobertura en salud, educación, transportes y servicios en general cayó en picada y sólo obtienen muestras gratis de todo aquello que necesitan.
  • para mejorar sus complicadas realidades siempre surge la figura del "puntero", una persona que hace de puente entre los pobres a los que representa y los ricos que gobiernan y ven cómo reparten sus dádivas.
  • el puntero distribuye bienes y servicios tales como: a) subsidios de desempleo; b) alimentos; c) acceso a planes de vivienda; d) ropa; e) electrodomésticos; f) materiales de construcción; g) dinero en efectivo, etc.
  • el puntero a su vez garantiza a los gobernantes con los que hace de intermediario básicamente tres cosas: a) paz, control social; b) presencia en actos con bombos y banderitas; y c) votos.
  • por su valiosa tarea, por supuesto que el puntero se lleva siempre una buena tajada de aquello que ayuda a distribuir.
Una condición fundamental para la subsistencia del sistema clientelista es que la asistencia que los pobres reciben nunca es suficiente para resolver sus problemas, apenas para paliarlos o postergar un poco los sufrimientos que estos les provocan. Si lo que se entrega es un subsidio por desempleo, no se pide a cambio un trabajo, se fomenta la inacción y la comodidad. En lugar de desarrollar la cultura del trabajo y el esfuerzo, se estimula la vagancia.

Si lo que se entrega es una casa para salir de la villa, es muy probable que el espacio sea tan reducido que los supuestos beneficiados muchas veces prefieran seguir viviendo en la villa. En lugar de resolver un problema de vivienda, se piensa más en la foto con las casitas pintadas el día que venga la presidenta para inaugurarlas. Una vez que el helicóptero se lleva a los gobernantes y las cámaras de TV se alejan, los problemas de vivienda continúan como antes.

Hace algunas semanas estuvimos en la villa La Cava a raíz de una protesta por una represión policial que se había originado precisamente en el dilema que acabo de describir: una señora embarazada, que había recibido una casa del Plan Federal de Viviendas, había construido una pieza más ahora que la familia se agrandaba. Un Juez de Faltas de San Isidro ordenó la demolición de la pieza y ahí la Justicia sí que fue rápida y eficiente: en cuestión de horas organizaron un operativo y al amanecer entraron con las topadoras. La resistencia de los vecinos, que no pudo impedir la demolición, generó además que se ordenara la represión y en pocos minutos centenares de integrantes del cuerpo de infantería de la policía bonaerense invadieron la villa a balazos de goma.

Unas horas más tarde, con los ánimos más calmados y analizando en el lugar las posibles soluciones, se nos acercó un autodenominado "líder del barrio". Afirmó vivir ahí desde hacía 50 años y ahí nomás nos ofreció: "Si ustedes están de acuerdo, tienen el apoyo mío y de mi gente para lo que necesiten". El hombre ofrecía lo único que podía: votos, presencia en actos, gente; y obviamente quería saber qué teníamos nosotros para darle a cambio.

Las prácticas clientelistas están demasiado enraizadas a esta altura y cambiar esto es necesario, urgente y a la vez muy complicado. Repartiendo volantes puerta por puerta en el Partido de San Isidro, en más de una oportunidad nos salió al paso preguntando directamente: "¿Cuánto hay por votar?". Esto para muchos puede sonar escandaloso y absurdo, pero para otros es una realidad cotidiana y en muchos barrios del conurbano bonaerense se han acostumbrado a conseguir las cosas de esa manera.

¿Alguien oyó hablar alguna vez del "voto en cadena"? Consiste en una práctica muy habitual que se establece para comprar el voto. El puntero lleva a votar a "su gente", muchas veces van todos en un micro. Para votar, se sabe, debe hacérselo en un sobre que tenga las firmas del presidente de mesa y los fiscales de cada partido. El puntero necesita un sólo sobre de estos para iniciar su cadena; a veces se lo roba, otras veces alguien vota con un sobre trucho y se guarda el bueno. Una vez que el puntero tiene un sobre "bueno", con las firmas adecuadas, mete la boleta que él quiere (la dobla de una forma especial para reconocerla también en el escrutinio) y le da el sobre cerrado a su primer votante pago. La instrucción es simple: "Andá, meté este sobre en la urna; cuando vuelvas con el que te den a vos, te pago lo que arreglamos". El sistema funciona muy bien y es bastante complicado de desactivar, aún queriendo fiscalizar y aplicar las leyes electorales.

Luego de la reforma constitucional de 1994, en la que se eliminó la existencia del Colegio Electoral que repartía más federalmente el peso eleccionario, todos los comicios nacionales se definen en el conurbano bonaerense, donde votan más de 6 millones de personas. No resulta extraño que las últimas elecciones se hayan definido a favor del kirchnerismo fundamentalmente por la diferencia obtenida en los barrios más pobres del país. ¿Será porque son los más beneficiados por su gobierno o porque se trata de aquellos que están más atrapados por el sistema?

En casi todas las grandes ciudades (Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc.) los resultados electorales fueron bastante más esquivos y en muchas de estas ciudades el oficialismo directamente fue derrotado. Una posible conclusión sería que, en la medida que la gente avanza en la escala social, se educa, trabaja y necesita menos de la asistencia social, esa gente deja de votar al aparato peronista y busca opciones que le ofrezcan otras garantías institucionales.

Otra posible conclusión sería la siguiente: en la medida que en la Argentina (y en particular en el conurbano bonaerense) siga habiendo muchos pobres y necesitados el aparato peronista y el clientelismo político seguirán teniendo mucho trabajo. Si se observa que, muy a pesar de los pobres intentos del INDEC por negarlo, el número de pobres sigue estable desde que Kirchner asumió en 2003, reciclar la pobreza parece ser una de las misiones más exitosas de su gobierno.