lunes, 20 de diciembre de 2010

El Espacio Público

No es casual que casual que nuestro partido lleve por nombre el Encuentro, en un país que pasó por tantos desencuentros, tantas fragmentaciones, tantas experiencias que nos llevaron a la desconfianza, al desaliento y a la falta de esperanza en que vale la pena vivir acá, que tiene sentido trabajar, proyectar un futuro.

¿Y dónde ir al Encuentro de otras personas, dónde ir al Encuentro de otras ideas sino es en un espacio público, abierto, igualitario y democrático? En los 90 nos llenamos de espacios privados y San Isidro es fiel reflejo de una cultura que modificó por completo nuestra forma de vida. En pocos años vimos cómo la salud, la educación, los servicios públicos, los medios de transporte, todo pasaba a ser manejado como empresas privadas, sin tener en cuenta la función social que se cumplía, sin mirar si algunos pocos, o tal vez varios millones, quedaban afuera del círculo de privilegiados que podían pagar por mantener su calidad de vida.


Pero los servicios públicos no fueron lo único que se privatizó en los 90. El espacio público también se restringió y en vez de “barrios” empezó a haber “barrios privados”, con barreras y custodios; las plazas y los parques fueron descuidadas, o peor aún, fueron cercadas; muchos clubes cerraron, se demolieron, se convirtieron en proyectos inmobiliarios sólo aptos para pudientes; los centros comerciales de algunas localidades cayeron en desgracia frente a los shopping centres, con sus cines, patios de comidas y todo lo que supuestamente necesitábamos para ser felices y gastar los billetes convertibles a dólares que Cavallo nos imprimía.


Además, en el interior de nuestras casas, descubrimos a un compañero entrañable que se integró a todas las familias: el televisor, que a partir de la difusión del cable se esforzaba por ofrecernos cada día más opciones de entretenimiento. ¿Para qué hablar con el vecino si en la tele había 70 canales para ver? Fue el tiempo en el que todo el mundo salió a instalar rejas, cerraduras, puertas blindadas y garitas con vigilantes privados en las esquinas de muchos barrios.


Y con la privatización de los espacios públicos llegó, no casualmente en forma simultánea y también a través de la TV, un tema que se instaló de a poco y que nos empujó a meternos en nuestras casas: la llamada “inseguridad”, ¿les suena? Yendo un poco a la prehistoria de la inseguridad, tal vez una de las primeras inseguridades callejeras que se vivió en la Argentina fue durante la dictadura, cuando en operativos a cargo de paramilitares armados se llevaban gente, se robaban chicos y todo lo que se podían llegar a robar impunemente, a la vista de los vecinos. En todos los barrios hubo operativos y por miedo, de a poco, empezamos a meternos en casa, a desconfiar del vecino y a quedarnos en un lugar supuestamente seguro.


Claro que esa inseguridad que se vivía en las calles no se informaba en los medios de comunicación, oficialmente no vivíamos en peligro. El barrio anterior a la dictadura, el barrio de la infancia de quienes hoy tenemos más de 40 era precisamente ése en el que irrumpieron los operativos paramilitares. La calle todavía era nuestra. Los chicos andábamos con total libertad, se caminaba, se andaba en bicicleta, nuestros padres compraban en los negocios del barrio, no había hipermercados, había ferias ambulantes y negocios de todo tipo, conocíamos a cada vecino y a cada comerciante. Por la tarde los vecinos sacaban sus sillas a la vereda a tomar fresco y simplemente conversaban. No había qué temer, las madres sabían que si sus chicos estaban en la calle, aunque ellas no los vieran, siempre habría alguien mirando. Todos en general éramos los garantes de aquella seguridad y esa idea de comunidad que había fue uno de los primeros blancos que los militares salieron a destruir con el terrorismo de Estado.


Regresar el mundo hoy a ese momento previo a la dictadura es tan imposible como detener el tiempo. El miedo a estar en la calle quedó instalado como un fantasma, y para peor hoy no sólo hay 70 canales de TV, hoy tenemos a la computadora como una extraordinaria herramienta que nos abre una enorme ventana virtual, pero nos sigue dejando del lado de adentro de nuestras casas. Cambiar esto es complicado. Pero sí es interesante descubrir que, así como en otras cuestiones políticas hemos sabido desandar pasos equivocados y hoy el Estado, por ejemplo ha vuelto a ocupar un papel determinante en el manejo de políticas sociales, o en el control de la economía, de la misma manera como sociedad podemos revalorizar el espacio público, re-ocuparlo, y asumir que ahí está una de las claves de lo que se llama inseguridad.


Por supuesto que bajar los índices de criminalidad es más complejo que simplemente estar en la calle y mirar; además hay que trabajar para impedir el accionar de bandas de delincuentes y mejorar el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la policía, los jueces que muchas veces resultan ineficaces y otras terminan siendo cómplices de delitos. Pero ocupar el espacio público es fundamental para no dejarles la “zona liberada” a quienes aprovechan que estamos mirando la tele para hacer sus negocios.


Hoy el espacio público vuelve de a poco a estar en las prácticas de muchas argentinas y muchos argentinos que empiezan a tener la calle como un escenario más, a veces de mucho conflicto, como son las protestas que cortan el tránsito y nos ponen de mal humor, pero que están expresando reclamos sociales que, salvo excepciones, son genuinos y tienen que ser atendidos; la calle también es un espacio para la celebración, como lo fue en mayo pasado con el Bicentenario y millones de argentinos en las plazas de todo el país; y otras de congoja y demostración política, como lo fue en los funerales de Néstor Kirchner. Qué sorpresas, qué alegrías se generaron en estos meses al encontrarnos todos en las calles y reconocernos como parte de algo, como parte de un mismo espacio público que nos hermanaba y nos daba una identidad.


En todos los casos el espacio público es un escenario de valor político, en el que todas nuestras voces tienen que hacerse oír, en el que tenemos que estar presentes. Es un escenario que hay que defender, como por ejemplo el de la educación pública, en el que también tenemos que estar desde adentro para mejorarla, para cuidarla, para promoverla.


En estos años, de los 90 para acá, muchas veces nos hemos acostumbrado a comprar privilegios, como cuando se paga una cuota cara de un colegio privado, simplemente porque se puede. Pero hay valores que no tienen precio, como la igualdad de oportunidades para todos, tengan el poder adquisitivo que tengan. La igualdad de oportunidades no es algo por lo que tengan que pelear aquéllos que no la tienen: es una condición por la que tenemos que luchar todos, para entender de qué hablamos cuando decimos que queremos vivir en una sociedad más justa y más equitativa.


Recuperemos el espacio en el que podamos ir al Encuentro del otro y al Encuentro de la igualdad de oportunidades; vivamos plenamente el barrio, la esquina, la plaza, el club, la escuela, los espacios en los que nuestros hijos puedan jugar, crecer y educarse, en los que se genere todo tipo de expresiones, donde podamos hablar de política y podamos recuperar el protagonismo para elegir libremente cómo queremos vivir y no resignarnos simplemente a obedecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario