jueves, 3 de diciembre de 2009

Desconfíe del prójimo

Se dice que "la curiosidad mata al gato". Respecto de las personas, a menudo se escucha hablar del poder asesino de la humedad (en especial en Buenos Aires) y hay un dicho que postula que "la confianza mata al hombre", aunque no establece qué sería lo que les pasa a las mujeres que se confían. Pues bien, yo quiero expresar que, para mí, lo que nos está matando es la desconfianza.

Es sabido que una característica de nuestra sociedad argentina, más aún en la de los que vivimos en la metrópolis, nos lleva a creernos los mejores. Nuestra soberbia recorre el planeta y en todos lados se cuentan chistes de argentinos, siempre con este perfil. En cualquier grupo es muy común la crítica fácil y el chusmerío es un juego que nos divierte y que practicamos casi con pasión.

Aprendimos a identificarnos por la negativa, señalando lo que no somos, desmarcándonos de los diferentes, haciendo a un lado a los débiles, cerrando los ojos ante los que padecen, desviando la vista cuando en un semáforo un pibe de 7 años nos pide una moneda. Nos rasgamos las vestiduras si nos roban cien pesos o si matan a un vecino, pero callamos si a diez cuadras una chica de 13 años tiene dos hijos desnutridos o si el mismo vecino, en vez de morir, mata a un chorro.

Este rasgo, mitad soberbia y mitad hipocresía, mitad desprecio y mitad chantada, mitad ignorancia y mitad ineficiencia, mitad ceguera y mitad autodestrucción, nos atraviesa en todas nuestras expresiones y acentúa casi siempre una mirada negativa, pesimista, escéptica y derrotista, una mirada torcida y desconfiada.

Recuerdo una vieja canción de Leo Maslíah, "Cerrajería", originada en el primer oficio de este artista uruguayo. La letra decía algo así como:

Desconfíe del prójimo,
coloque en la puerta de su casa
una buena cerradura de seguridad.
No se pase de bueno, no.
Convénzace de que la gente nunca tiene
tanta honestidad como la tiene usted.
Dése cuenta, qué bárbaro
poder estar en su casa tan tranquilo
con la plena convicción casi religiosa
de que nadie podrá penetrar en su domicilio
sin que usted lo haya invitado.
Desconfíe del prójimo.
Coloque en la puerta de su casa
unas cuantas cerraduras de seguridad.

La canción, escrita a principios de los años 80, presagiaba ácidamente el fenómeno de la "inseguridad" que enloquece a la gente, aunque en la Argentina siga siendo mucho más probable morir de hambre, de enfermedades prevenibles o víctima de una imprudencia vehicular que asesinado por un pibe chorro.

Y así parece que somos, desconfiados. Otro dicho dice que el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Será que estamos quemados, el asunto es que nos la pasamos llorando.

¿Y qué hacemos con la desconfianza, hacemos algo para corregirla, para transformarla? En general no confiamos mucho en que se pueda hacer algo al respecto.

¿Cómo se traslada esta característica a la política? Por empezar, de manera negativa, si pensamos que el hecho de delegar poderes a través del voto es un acto de confianza. Y de ahí seguramente que nuestra economía siempre esté caminando por la cornisa, cuando sin confianza no hay crédito, no hay esperanza, ni futuro.

Hace años que el poder se construye más por la fuerza que por medio de la confianza. Nos hemos acostumbrado a que acá se gobierna más por la acumulación de fuerzas que buscan un refugio (o un arreglo) que por la reunión de actores que ofrecen su aporte y se suman debido a sus propias coincidencias.

La reciente llegada al Congreso de los nuevos legisladores electos el 28 de junio generó varias escenas de desconfianza que terminaron por romper y dividir a distintos sectores de centroizquierda. El saldo aún es prematuro, pero está claro que hay algunas heridas que tardarán en cicatrizar.

Depende de qué partidos y qué legisladores se considere, las cuentas pueden variar, pero hay más de 20 diputados en la Cámara que con gusto se autoincluirían dentro de esta definición. Sin ir más lejos, fueron 25 los diputados cuyos partidos coincidieron hace tres meses en forzar muchas modificaciones en el proyecto de Ley de Medios que hicieron la versión finalmente promulgada tuviera mucha más legitimidad y consenso.

Sin embargo ahora, a la hora ver cómo se repartían los cargos y la integración de las comisiones con la nueva composición de las cámaras, estos mismos legisladores no pudieron sumarse. Se restaron. Para peor en un contexto en el que ningún partido tiene mayoría y en el que la búsqueda de consensos será la clave para llevar adelante cualquier inciativa.

La alineación a favor o en contra del gobierno, concretamente de los Kirchner, fue un catalizador que generó reacciones muy diversas. Por un lado Martín Sabbatella, por el otro Pino Solanas; los socialistas haciendo rancho aparte; los dirigentes de Solidaridad e Igualdad también divididos, por un lado la Solidaridad y por el otro la Igualdad. Las diputadas de Libres del Sur, que hace dos años eran kirchneristas y hace cinco meses estaban con Sabbatella en el Nuevo Encuentro, ahora se apartan para mostrar su independencia opositora.

No hay ni qué agregar, queda poca confianza en este espacio, todos se están mirando de reojo, orejeando los naipes y especulando cuál será el próximo paso de los demás, como si estos fueran los verdaderos adversarios a los que hay que oponerse. Mientras tanto la derecha se reorganiza rápidamente y se frota las manos para recuperar el tiempo y el terreno perdidos.

No es objeto de este escrito juzgar quién a mi juicio actuó bien o mal. Se trata de la confianza, se trata de construir y no destruir, se trata de pensar a largo plazo y no especulando con las próximas elecciones, se trata de trabajar con coherencia y no relojeando qué mide y qué no, o de ver qué artilugio marketinero nos puede levantar, o pergeñar qué acuerdo trasnochado nos puede dejar más cerca del fogoncito del poder.

Si no contenemos nuestra propia compulsión a la desconfianza y al chisme ácido, ya podemos proponer el nombre para rebautizar a este espacio político como el Nuevo Desencuentro. Ya está, no lo contuve, qué lo parió...

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