lunes, 5 de julio de 2010

Vamos al Encuentro

Algunas semanas después de los festejos populares por el Bicentenario, es un momento interesante para analizar algunos cambios que inocultablemente la sociedad argentina comienza a exhibir y plantear también nuevos desafíos.

¿Qué significa el hecho de que millones de personas salgan a la calle por algo más que el fútbol, único motivo histórico de jolgorio popular?

En principio podemos afirmar que, si compartimos una visión crítica no sólo acerca de los golpes de Estado y la violación de los derechos humanos sino también de hechos más remotos como el avasallamiento de los pueblos originarios, esta nueva lectura colectiva de la historia necesariamente cambiará también la interpretación de nuestro presente y de nuestro futuro.

A pesar del mal humor que intenta fogonearse desde los multimedios interesados en conservar sus privilegios políticos y económicos, hay una sociedad que poco a poco cambia su imagen llorona, criticona y melancólica, para acercarse a una actitud más adulta y autocrítica, más constructiva y positiva, más consciente de nuestros defectos y de nuestras virtudes.

Hay diversos hechos que pueden parecer aislados o minúsculos, pero a mi entender son parte de este mismo fenómeno:
• El afectuoso recibimiento de la Marcha de los Pueblos Originarios a lo largo de todo el país. Miles de indígenas marcharon en paz por nuestro territorio, reclamando el reconocimiento de derechos como la propiedad de las tierras y la libertad de culto.
• La reapertura del puente que une Gualeguaychú con Fray Bentos: luego de 3 años los ambientalistas accedieron a ceder en su protesta pero en virtud de un escenario en el que la principal beneficiada es la ecología del río Uruguay, que ahora será enteramente monitoreada por un ente binacional.
• La constante lucha a lo largo del país de grupos de vecinos que denuncian emprendimientos mineros, turísticos o inmobiliarios que buscan sólo el rédito económico para un minúsculo grupo inversor.
• La discusión pública de temas como la libertad de expresión o de género; el debate de proyectos como el matrimonio entre personas del mismo sexo o la libre interrupción del embarazo; el intercambio sobre qué significa realmente redistribuir los ingresos. Son todos temas que se conversan y que necesariamente darán a luz nuevos consensos y nuevas formas de relacionarnos.

Poco a poco queda claro que ante un conflicto determinado la culpa no es siempre de otro. Los argentinos hemos cometido ya muchos errores colectivamente como para seguir arrogándonos la soberbia de otros tiempos. Hemos aprendido a los golpes y seguramente nos queda todavía mucho por aprender. Pero resulta innegable un crecimiento, una madurez en ciertas conductas que hablan de cambios que algunos todavía se niegan a ver o a aceptar.

La sensación es que poco a poco cada habitante de la Argentina comienza a sentirse ciudadano, ya no sólo somos parte de la hinchada de los mundiales, sino que también podemos juntarnos con otros fines y con otros motivos. ¿No resulta curioso que el himno antes de los partidos internacionales se cante con más fervor ahora que se usa la introducción coreada en lugar de la versión clásica? Con menos palabras logramos decir más cosas.

Durante los años 90, una gigantesca desmovilización política e ideológica, nos llevó a mirar para otro lado mientras se robaban hasta los cubiertos de nuestra casa, y así llegamos a fin de 2001 y nos dimos cuenta que ni casa nos quedaba. Desnudos en todo sentido, tuvimos que empezar de cero.

Casi una década más tarde hay partes de nuestras nuevas casas que empiezan a estar sólidas, y eso resulta más claro cuando las construcciones del resto del planeta se sacuden con el temblor de los mismos mercados internacionales que nos habían condenado a nosotros.

En otros épocas la respuesta más normal a una crisis como la que afecta a gran parte del planeta hubiese sido una corrida cambiaria, una movida especulativa, el recambio de un par de ministros, rumores de renuncia presidencial. Sin querer analizar aquí la conducta de nuestra presidenta, lo que se destaca es que no hay espacio social para el abismo, costó mucho trabajo recomponernos de nuestras heridas como para querer saltar de nuevo al vacío.

En este sentido, el compromiso de muchos con diferentes posturas políticas de a poco también se hace notar y permite observar un rebote, un acercamiento al debate, pero también una aceptación de la necesidad de participar activamente en espacios políticos, en asambleas, en sindicatos, en espacios comunitarios o de acción social. Hay muchos que ya comparten la idea de que la acción del Estado es importante pero insuficiente, no todo puede ni debe quedar relegado a ese Estado, sino que cada uno de nosotros puede y debe comprometerse también para intervenir en las problemáticas y en definitiva también incidir en las políticas de tal Estado.

Esta coyuntura histórica que nos toca vivir resulta contradictoria y llena de grietas. En medio de tantas novedades para destacar es innegable que hay muchos problemas que aún están en el debe y que resulta imprescindible intentar solucionar. Como en tantas otras cuestiones tenemos un vaso que estaba vacío y ha empezado a llenarse: ¿cómo debemos analizarlo?

La buena noticia acerca de un mayor acercamiento de la sociedad a la participación en actividades políticas trae también una mala noticia: todavía es insuficiente el número de personas comprometidas en acciones concretas; aún hay muchos que participan a la distancia, que se informan, que opinan, que tal vez desarrollan algún punto de vista novedoso, pero todavía lo hacen desde la seguridad de sus casas, desde la gran libertad de acceso a la información que resulta Internet.

Todavía son muchos más los que oyen que los que hablan; todavía son muchos más los que miran que los que muestran; todavía son muchos más los que obedecen que los que proponen.

Como parte de esa coyuntura contradictoria en que vivimos, la reforma política recientemente reglamentada por el Poder Ejecutivo nos pone en el camino nuevos desafíos a aquellos que creemos que es necesario construir nuevas formas de acción política, por fuera de los partidos tradicionales. Más allá de aspectos interesantes que se incorporan como la eliminación de listas espejo y colectoras, o la regulación más transparente del financiamiento de las campañas electorales, lo que esta reforma política viene a hacer es a elevar mucho los requisitos que una fuerza debe reunir para presentarse en elecciones, lo que necesariamente provocará que sea muy difícil generar nuevas propuestas.
Uno de estos nuevos requisitos tiene que ver con la cantidad de afiliados, que se eleva al 0,4% de los empadronados. En un distrito como San Isidro, con 240.000 habitantes empadronados en condiciones de votar son necesarios casi mil afiliados para tener una personería.

Seguramente hay mucho más que mil personas dispuestas a votar al Encuentro en elecciones, de hecho en las de 2009 la lista de diputados nacionales encabezada por Martín Sabbatella alcanzó el 5,05% con 8925 votos. Pero ¿hay mil personas en San Isidro dispuestas a afiliarse? ¿Hay mil personas dispuestas a dar su granito de arena, a ser algo más que un voto cada dos años y ayudar al crecimiento de una fuerza que sin duda representa los ideales, las críticas y las ilusiones de muchos?

El Encuentro es un espacio en crecimiento, en formación, muchos y muchas valoran el aporte de apoyos y críticas en medio de un proceso de transformaciones muy amplias. En mi opinión, acompañar un proyecto implica salir a poner el cuerpo si éste está en peligro. Y hoy el Encuentro necesita abrazarse con todos aquellos que acompañan su trayectoria y concretarlo en afiliaciones, en documentos que el Estado nos exige para ser verdaderamente una opción en futuras elecciones. Somos muchos, pero tenemos que ser muchos más.

Una vez más, la sociedad tiene la palabra. Como siempre, eso ya lo sabemos, ya no permitiremos que nos la vuelvan a quitar. Nunca Más.